La inflación sigue siendo muy elevada a nivel mundial. En nuestro país ascendió a 8.0 por ciento en junio mientras que en Estados Unidos fue de 9.1 por ciento, algo no visto en cuatro décadas y un nivel impactante en un país que llevaba más de una década con inflación por debajo del objetivo de 2.0 por ciento de su Banco Central.
La elevada inflación en la mayoría de los países se explica por una serie de choques de oferta producto de la pandemia: los cuellos de botella resultado de cierre de puertos y menor capacidad en embarcaciones y transporte carretero por las restricciones que impuso la pandemia, una menor producción de mercancías por las medidas de distanciamiento social y por falta de personal debido a las sucesivas olas de contagio y también por un rebalanceo en los patrones de consumo de las familias que consumieron más bienes y menos servicios, que resultó en un exceso de demanda de mercancías.
En el caso particular de Estados Unidos, la inflación también se explica por presiones de demanda derivadas de la serie de estímulos fiscales que alimentaron el gasto, en particular la última ronda de 1.9 millones de millones de dólares. A un panorama ya complicado se sumó la invasión de Rusia a Ucrania que aumentó notoriamente los precios de los alimentos (ambos países producen cerca de la mitad de la semilla de girasol y alrededor de una tercera parte del trigo y la cebada en el mundo, además de un porcentaje importante de fertilizantes) y de los energéticos (Rusia es un muy importante productor de petróleo y gas). De hecho, la mitad de la inflación en Estados Unidos se explica por los aumentos en energía y alimentos.
En el caso de México, al ser una economía muy abierta la inflación se explica casi en su totalidad por factores externos. En este sentido, no es posible argumentar que el alza de precios también resulte de presiones de demanda cuando la economía aún no logra recuperar el nivel de actividad de 2018 y en la que el mercado laboral permanece con señales de debilidad: hay un déficit de 1.4 millones de empleos respecto a los que se observarían de haber continuado la tendencia prepandemia, además de que el índice de condiciones laborales críticas ha aumentado de forma notable. Hay incluso quienes sostienen que la inflación se explica por presiones de demanda interna presentando como evidencia el alza de los precios de los servicios (peluquerías, restaurantes, etcétera) que no se comercian internacionalmente, olvidando que estos también se ven afectados por aumentos en energéticos, alimentos y de otros bienes.
En todo caso, los niveles de inflación son preocupantes, en particular en los alimentos pues son las familias de menores ingresos las que dedican un mayor porcentaje de su ingreso a adquirirlos. Hay que recordar que incrementos en los precios alimenticios fueron una de las razones que detonaron la Primavera Árabe en 2008 y que también están detrás de las protestas en Sri Lanka que terminaron por derrocar al gobierno.
Hay quienes creen que podemos ver un escenario similar al de los años setenta del siglo pasado en que vivimos periodos muy prolongados de elevada inflación. Creo que la comparación no es correcta pues en aquella época los bancos centrales, en particular la Fed en Estados Unidos, tardó años en reaccionar (no meses como en esta ocasión). Adicionalmente, los bancos centrales (incluyendo al Banco de México), ahora tienen un arsenal más potente para combatir los incrementos en los precios que no existía entonces: mayor independencia, objetivos de inflación, más transparencia y comunicación más efectiva. Además, algunos de los choques de oferta, ante los cuales la política monetaria es menos efectiva, se han empezado a disipar: basta recordar la preocupación por la escasez de semiconductores el año pasado que se ha transformado hoy en un incipiente problema de acumulación de inventarios de estos productos,
De hecho, hay algunas señales que sugieren que la inflación puede estar cerca de alcanzar su pico: precios de petróleo a la baja, empresas de comercio minorista acumulando inventarios (que tendrán que vender a descuento), y una desaceleración del consumo debido a que se han apretado las condiciones financieras.
Es muy aventurado afirmar que la inflación ya no seguirá subiendo. La gran mayoría de los economistas hemos fallado en pronosticarla. Pero muchos factores sugieren que, si bien seguirá alta por el resto del año, comenzará a bajar notoriamente en 2023.
El autor es economista en jefe de BBVA México.