En los últimos treinta años, Chile ha experimentado un milagro económico. Pasó de tener, en 1974, un PIB per cápita un 50 por ciento menor al de México, a tener uno 47 por ciento superior al de nuestro país en 2022. En ese lapso, pasó de ser un país de media tabla en América Latina a ser, sin lugar a dudas, la economía más avanzada de la región.
No solamente se observó este significativo crecimiento económico, sino que también se dieron grandes avances sociales. El porcentaje de la población en situación de pobreza pasó de ser más del 50 por ciento a mediados de la década de los ochenta, a solamente un seis por ciento en 2017. Además, se incrementó significativamente la escolaridad, así como el acceso a la salud. Incluso se logró avanzar en el tema de la desigualdad, un problema crónico en Chile: el coeficiente de Gini, que indica menor desigualdad cuanto más se acerque a cero, pasó de 0.56 en 1987 a 0.44 en 2020.
A pesar de todos estos avances, a partir de 2019 Chile vivió situaciones de enormes protestas y descontento social, que llevaron a la elección de Gabriel Boric y al proceso de promulgar una nueva Constitución. ¿Cómo es posible que se hayan producido estas protestas en el país latinoamericano que experimentó el mayor progreso económico y social en el último medio siglo? Esta es la pregunta que plantea el economista de la Universidad de California en Los Ángeles, Sebastián Edwards, en un magnífico libro recién publicado llamado “The Chile Project. The Story of the Chicago Boys and the Downfall of Neoliberalism”. Se trata de una completa y fascinante historia económica de Chile escrita, me parece, con objetividad y que deja lecciones importantes para nuestro país.
Se denomina Chicago Boys a un grupo de economistas chilenos formados en la Universidad de Chicago que tuvo un papel determinante en el diseño de las políticas económicas implementadas durante la dictadura de Pinochet (que, por supuesto, se caracterizó por sus violaciones a los derechos humanos). Se eliminaron los controles de precios, se abrió, aunque de forma parcial, la economía al comercio internacional, se privatizaron empresas, se sanearon las finanzas públicas, se desreguló la economía y se otorgó autonomía al Banco Central. Todo esto resultó en una estabilización de la economía y en un mayor crecimiento. Sin embargo, también se cometieron errores cruciales como fue mantener un tipo de cambio fijo que resultó en una sobrevaluación real de la moneda, así como una agresiva desregulación bancaria. Estos dos factores desembocaron en una enorme crisis económica y financiera en 1982.
Lo interesante del caso chileno es que, al regresar la democracia y llegar al gobierno partidos de centro izquierda aglutinados en la Concertación, se decidió continuar con las políticas de liberalismo económico, aunque con un mayor énfasis en las políticas sociales. De hecho, fue realmente hasta la llegada de los gobiernos de la Concertación cuando Chile logró altas tasas de crecimiento con avances sustanciales en materia social. Entonces, ¿por qué se produjo el estallido social? Edwards menciona varios factores. Destaca el nuevo sistema de pensiones que pasó de uno de reparto, en el cual el valor de la pensión estaba previamente definido, a uno de cuentas individuales en el que el monto a obtener en el retiro provendría de lo ahorrado y sus rendimientos. Contrario a lo pronosticado por los impulsores de la reforma, las pensiones fueron claramente menores a las del sistema anterior, lo que generó un descontento social. Por otra parte, Edwards destaca que, aunque la desigualdad disminuyó, seguía siendo alta y se creó la sensación de que las reglas del juego estaban cargadas a favor de las élites.
¿Qué lecciones deja Chile para México? Primero, el crecimiento es una condición necesaria pero no suficiente para lograr el bienestar social. La desigualdad importa. Algunos de los Chicago Boys sostenían que mientras la pobreza disminuyera, la desigualdad no tenía importancia. El caso chileno nos muestra que la cohesión social depende de tener niveles de desigualdad no excesivos. Creo que otra lección es que los mercados son el mecanismo más eficiente para producir bienes y servicios en la mayoría de los casos, pero que algunos servicios esenciales, como la salud, la educación y las pensiones, no pueden dejarse exclusivamente a cargo de la mano invisible.
El autor es economista en jefe de BBVA México.
Twitter: @carlosserrano70