Hace unos días, la Secretaría de Economía (SE) publicó las cifras preliminares de flujos de inversión extranjera directa (IED) hacia México en el primer trimestre del año. Estos datos preliminares se construyen con base en lo que las propias empresas declaran a la secretaría y normalmente es un dato subestimado pues algunas empresas tardan en notificar las inversiones, por ello, lo correcto es hacer la comparación contra cifras preliminares. En el periodo que nos ocupa, ingresaron al país 20 mil 313 millones de dólares, 9 por ciento más que la cifra –preliminar también– del mismo trimestre del año pasado.
El que la IED haya crecido se trata sin duda de una buena noticia y lo relevante del monto confirma que el país sigue siendo atractivo para las empresas extranjeras. La IED por sí misma sería más que suficiente para financiar el déficit de cuenta corriente, que este año estimamos que se ubique en 0.7 por ciento del PIB. México es un país sin desequilibrios externos.
Al respecto, hay que resaltar que del total de IED que ingresó al país entre enero y marzo pasados, la absoluta mayoría (97 por ciento) fue reinversión de utilidades, mientras que solamente 3 por ciento fueron inversiones nuevas.
No deja de ser una buena noticia el que las empresas extranjeras que ya operan en el país decidan aumentar la reinversión de utilidades. Es señal de que estas empresas, que conocen mejor al país al tener ya una presencia en el mismo, creen que ofrece buenas oportunidades en términos de riesgo contra rendimiento y por ello invierten más en México, en lugar de repatriar sus utilidades. Puede ser que estas empresas estén viendo mayores oportunidades debido al fenómeno del nearshoring e inviertan más para ampliar sus capacidades y ganar cuota de mercado en Estados Unidos.
Sin embargo, sí es preocupante la muy baja participación de inversiones nuevas. En el trimestre, por este concepto, el país recibió únicamente 600 millones de dólares, 35 por ciento menos que el mismo trimestre de 2023. Más allá del monto, lo que nos debe preocupar es que la capacidad del país para atraer IED nueva se ha mermado considerablemente. Por este concepto en 2023 se recibieron 5 mil 31 millones de dólares, cifra 55 por ciento menor a los 11 mil 323 millones de dólares recibidos en 2018 y 57 por ciento menor al promedio observado en la década previa a ese año.
Algo ha ocurrido desde 2018 que ha erosionado el atractivo del país para las inversiones nuevas. De acuerdo a encuestas que hemos hecho con la Asociación de Parques Industriales, algunos posibles factores que pudieran explicar esta situación son la falta de una oferta de electricidad a precios competitivos y no contaminante, el exceso de trámites y la falta de agua.
La caída en las inversiones nuevas es especialmente sorprendente en el contexto del nearshoring. China está perdiendo IED a tasas muy elevadas y México es uno de los países del mundo mejor posicionados –al menos en el papel– para captar parte de esta inversión. De cara a la siguiente administración, una política energética que privilegie las energías limpias y el fortalecimiento del Estado de derecho deberían traducirse en mayor IED nueva hacia el país.
En cuanto al origen de la IED que recibimos, los datos del primer trimestre de este año muestran que el 52 por ciento proviene de Estados Unidos; Alemania en el segundo lugar, con 9 por ciento; y Canadá en el tercero, con 8 por ciento. Es decir, nuestros socios del T-MEC representan el 60 por ciento del IED que recibe el país. Es vital no violentar el acuerdo y asegurar que el proceso de revisión de 2026 marche adecuadamente, posicionándonos como un socio confiable en Norteamérica. Contrario a lo que dicen algunas voces, la IED proveniente de China no es muy significativa: no se encuentra entre los diez primeros lugares.
Con políticas públicas adecuadas, gracias al nearshoring, la IED puede crecer de forma sustancial en los próximos años y con ella el PIB y, lo más importante, el bienestar de los mexicanos.