A raíz de la última decisión de política monetaria de Banxico, en la que disminuyó la tasa de interés en un contexto en el que la inflación general había aumentado significativamente (en julio alcanzó el 5.6 por ciento en comparación interanual, frente al 4.8 por ciento en junio), mientras que la subyacente disminuía de 4.2 por ciento a 4 por ciento en ese mismo período, acumulando 18 meses consecutivos de descensos, algunos analistas han criticado la actuación del banco central.
Las críticas se basan en el argumento de que, al haber reducido la tasa en una situación donde la inflación general aumentaba, mientras la subyacente bajaba, Banxico actuó como si su objetivo fuera estabilizar la inflación subyacente y no la general. Sostienen que el objetivo de inflación se fijó respecto a la inflación general, ya que ésta debe permanecer baja y estable, pues es la que afecta la capacidad de compra de los ciudadanos.
Desde luego coincido en que el objetivo de la política monetaria es, y debe ser, la estabilidad de precios medida a través de la inflación general, que es la que mejor refleja los efectos de la pérdida de poder adquisitivo de la moneda en la capacidad de compra de las personas, pero discrepo de las críticas.
No es que con la reciente disminución de la tasa Banxico haya abandonado su objetivo de reducir la inflación general para centrarse en la subyacente. La razón es que el comportamiento de esta última es un elemento central para la conducción de la política monetaria, ya que, al excluir los elementos más volátiles como son los energéticos y alimentos, es el indicador que mejor predice el comportamiento a mediano plazo de la inflación general. En este sentido, al reducir la tasa de interés, Banxico no se desentendió de la inflación general, sino que anticipa que ésta disminuirá una vez que los fuertes aumentos en la inflación no subyacente, que explican el incremento en la inflación general, se diluyan.
Por otra parte, los bancos centrales no deben responder ante aumentos súbitos en los precios de alimentos y energéticos, como los observados en julio, porque estos se explican por choques temporales de oferta, ante los cuales la política monetaria, que actúa a través de la demanda agregada, es ineficaz. Un banco central que reaccionara ante estos choques, que por su naturaleza son muy volátiles, terminaría necesariamente implementando una política monetaria igualmente volátil, errática y difícil de anticipar, generando distorsiones importantes en los mercados financieros.
Confirmando lo anterior se tiene el dato de inflación de la primera quincena de agosto que ya mostró que los choques que resultaron en aumentos de la inflación no subyacente han comenzado a diluirse; la inflación general bajó del 5.6 por ciento al 5.2 por ciento debido a que la no subyacente descendió del 10.6 por ciento al 8.8 por ciento.
Las críticas también ignoran que la política monetaria actúa con rezagos y, por tanto, no debe responder a movimientos actuales en la inflación, sino a su trayectoria esperada. En este sentido, es importante considerar, como Banxico dejó claro en las minutas correspondientes a la anterior decisión, que la economía mexicana está en un claro proceso de desaceleración, que ya se manifiesta en el mercado laboral, lo que tendrá efectos a la baja en la inflación. Otro elemento que los críticos pasan por alto es que la postura monetaria de la cual se parte es determinante. Banxico no bajó la tasa de interés para ubicarse en un terreno neutral o laxo; la redujo desde un nivel sumamente alto, que sigue siendo muy restrictivo. México tiene una de las tasas de política monetaria real más altas entre los países de la OCDE y de los emergentes grandes, a pesar de que el comportamiento de la inflación, y de sus expectativas, no es muy diferente al de sus pares.
Considerando lo anterior, me parece que Banxico tiene espacio para continuar con el ciclo de bajadas gradual, más ahora que la Reserva Federal ha dejado claro que iniciará su propio ciclo de relajamiento en septiembre.