Las ciencias sociales son parte esencial del contenido de la educación básica, así como de los libros de texto gratuitos, incluidas nociones de economía. Que los alumnos conozcan qué produce su país, la forma en que lo hace, de qué vive su población, en qué trabaja su gente e, incluso, qué problemas materiales aquejan a la sociedad, como la pobreza y la desigualdad, servirá para que niños y jóvenes identifiquen el entorno social en el que crecen y se desarrollan. Pero enseñar siempre exige planeación de los contenidos, método pedagógico y conocimiento de la materia.
Por una alerta del doctor en economía Luis Monroy Gómez Franco (@MGF91), me acerqué al nuevo libro para primero de secundaria, titulado Ética naturaleza y sociedades (así, sin coma después de ética). Coincido con las apreciaciones de Monroy y ofrezco tres ejemplos de la deficiente confección del libro.
Uno: se arrojan conceptos sin orden ni concierto ni explicación alguna. El libro abre con el capítulo “Acciones para reducir las desigualdades en México y el mundo”. Al inicio de la lección se lee: “Este nuevo modelo de desarrollo fue avalado por todos los organismos internacionales que intervienen en la economía. Así la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) se apresuraron a señalar que, en esta nueva fase del capitalismo global, el crecimiento económico per cápita sería suficiente para reducir la pobreza, generar empleos y reducir la desigualdad”.
No se ha definido qué se entiende por modelo de desarrollo ni a cuál se hace referencia, pero se señala incluso una “nueva fase del capitalismo mundial” sin, tampoco, haber especificado qué es el capitalismo y menos en qué consisten sus fases. Tampoco se expone qué es el crecimiento ni qué es per cápita.
Niñas y niños que recién concluyeron la escuela primaria van a encontrar en su libro de secundaria términos económicos, sin orientación alguna de en qué consisten, como los siguientes: “Producto Interno Bruto”, “intercambio internacional”, “globalización”, “inflación”, “balance en las finanzas públicas”, “participación del Estado en la economía”, “pobreza laboral”, “desempleo”, “recesiones económicas”, “clases sociales”, “propiedad privada”, “medios de producción”, producción “taylorista”, “política neoliberal”, “desregulación”, “contención salarial”, “políticas públicas”, “población económicamente activa”, “capital humano”, entre muchos más.
Dos: uso equivocado de categorías económicas. El segundo párrafo de la lección inicial arranca así: “En el contexto de la globalización, la economía controla las variables macroeconómicas como: inflación, control de cambios monetario [sic.]...”. La confusión es mayúscula. La economía no controla las variables, sino que las variables sirven para medir lo que pasa en la economía.
Otro ejemplo de empleo erróneo de conceptos: “El Índice de Desarrollo Humano (en adelante, IDH) es el proceso que permite que una sociedad provea, a cada uno de sus integrantes, una mejor calidad de vida.” Como su nombre revela, el índice es una medida, no un proceso, y en sí no provee a la gente de mejor calidad de vida, acaso muestra cómo vive.
Un dislate más: introducen pirámides demográficas que terminan en los 74 años de edad. ¿Y la creciente población de 75 y más años? ¿Ya no existe, no cuenta?
Tres: párrafos sobreideologizados que confunden hasta a sus mismos autores. Escriben: “que los bienes públicos puedan tener dueños privados que puedan apropiarse de ellos legal o ilegalmente, en el caso de México, los minerales del subsuelo, el agua, los bosques, las selvas y el viento. Esto se conoce como Modelo de Bienestar Social. En contraparte, existe el modelo de mercado; éste privatiza los servicios públicos, la energía, los bienes de la nación y, de igual modo, permite a los mercaderes que disminuyan las desigualdades.” Así que privatizar los recursos naturales —a los que vuelven erróneamente sinónimos de bienes públicos— es el modelo bienestar social. Y rematan, sin darse cuenta, reivindicando al mercado como reductor de las desigualdades.
Más de dos millones de alumnos empezarán la secundaria este mes. Muchos de ellos tendrán este defectuoso libro como instrumento único de aprendizaje. Con su profunda irresponsabilidad, las autoridades educativas atentan contra el derecho constitucional a la educación de esos millones de mexicanos.
El autor es economista, profesor de la UNAM.