Economía Política

Libre comercio: dogmas y realidad

El Tratado de Libre Comercio ha sido un buen instrumento que benefició a ciertas ramas productivas vinculadas al sector externo, pero el resto de la economía siguió estancada.

A la luz de los treinta años de vigencia del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, es oportuno revistar el desempeño de la economía mexicana. Veamos, primero, los datos centrales.

Uno. Las exportaciones mexicanas tenían un valor de 100 mil millones de dólares (mmd) en 1994 y casi tres décadas después, en 2022 (cifra más reciente de la OCDE, en dólares constantes de 2015), alcanzaron los 514 mmd.

El valor de las ventas al exterior creció más de cinco veces. En el mismo periodo, el valor de las exportaciones de Canadá se multiplicó dos veces y el de Estados Unidos 2.6 veces. De los tres socios, el campeón en términos de inserción en los mercados internacionales fue México.

Dos. El grado de apertura externa de la economía mexicana se incrementó de manera sustantiva: la suma del valor de las exportaciones e importaciones era el 30 por ciento del PIB en 1994 (datos OCDE) y ahora representa casi el triple (88.4 por ciento).

En Canadá ese indicador se mantuvo constante en 68 por ciento y en Estados Unidos pasó de 20 a 25 por ciento (lo que muestra que los estadounidenses, impulsores del libre comercio, tienen una economía bastante cerrada). De los socios, México es el que más se abrió al mundo.

Tres. El Tratado atrajo más inversión foránea. Si en 1994 México recibió 10 mil millones de dólares de inversión extranjera directa, para 2022 el flujo anual fue de 36 mmd, un aumento de 240 por ciento (datos de la Secretaría de Economía). México se volvió más atractivo para iniciar o comprar empresas en su territorio.

Cuatro. En 1994, el Producto Interno Bruto per cápita en Estados Unidos era 2.6 veces el de México. Casi treinta años después (datos OCDE), el PIB por persona en el vecino del norte es 3.3 veces el de nuestro país. Con Canadá pasó algo similar: su PIB per cápita era dos veces el de México al inicio del Tratado y ahora es 2.4 veces mayor. En este periodo, el producto por persona en Estados Unidos se amplió en 52.4 por ciento, en Canadá en 41 por ciento y en México apenas en 21.8 por ciento.

Cinco. En 1995 había 6.9 millones de mexicanos nacidos en territorio nacional radicando en otros países, la gran mayoría en Estados Unidos. En 2020, los mexicanos emigrados eran 11.2 millones, de acuerdo con cifras de las Naciones Unidas. El número de mexicanos que abandonó el territorio nacional creció en 62.3 por ciento. Hasta aquí los hechos y los datos duros. Vamos al análisis en tres apuntes.

Primero. Desde el punto de vista de los indicadores de comercio y finanzas internacionales, el TLCAN fue un rotundo éxito para México, ya que amplió drásticamente sus exportaciones y se volvió una nación más atractiva para la inversión foránea.

Segundo. Es claro que, en términos de ingreso, el país menos desarrollado está aún más lejos de los ricos. La economía más pequeña, la que en teoría debería crecer más rápido porque sus posibilidades de expansión eran mayores que las de naciones que ya contaban con mayor desarrollo, fue la que avanzó más lento. Se rezagó. La teoría del comercio internacional más extendida señala que el mayor intercambio de bienes generará convergencia entre las naciones.

Esa hipótesis que sostienen muchos economistas y comentaristas no se cumplió en la integración de América del Norte: hubo divergencia y se ahondó la brecha entre los países.

Tercero. La teoría económica convencional también sostiene que el libre comercio ha de generar la nivelación en los precios de los bienes y servicios entre países y, de esa forma, propiciará un acercamiento en los salarios. Así se reducirá la migración. Pues no: hubo mucho intercambio de mercancías, pero eso no frenó la fuga de trabajadores del sur al norte, que de hecho se incrementó.

¿Qué podemos concluir? Que el Tratado ha sido un buen instrumento comercial, nada más, que benefició a ciertas ramas productivas vinculadas al sector externo. Pero no fue la locomotora del resto de la economía, que siguió estancada.

El libre comercio tampoco fue ‘la’ palanca del desarrollo, como imaginaban algunos de sus más dogmáticos promotores. México se abrió al mundo, pero, a diferencia de otros países, abandonó su política industrial y de fomento. Dejó todo al libre mercado y erró.

Es hora no de desandar el camino ni volver al superado proteccionismo, sino de revisar lo que, en buena medida por dogmas, se dejó de hacer para crecer. Sería penoso suponer, treinta años después, que ahora bastará el nearshoring para salir del atraso económico.

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