A contracorriente de múltiples analistas y no pocos políticos que ven en el electorado mexicano a una mera masa manipulable y mal informada, mi lectura es que, al tratarse de un conjunto plural y complejo, desde su diversidad suele tomar decisiones sensatas y racionales. Veamos las últimas cinco elecciones presidenciales, las del México democrático, donde el voto se respetó.
1994. El alzamiento zapatista de enero de ese año, aunque generó una especie de encantamiento en franjas importantes de la izquierda mexicana, también produjo estupor y preocupación en el resto de la población, que se exacerbaron con el magnicidio de Luis Donaldo Colosio. La violencia política ensombrecía al país. La respuesta de la ciudadanía fue ejemplar: la mayor participación en las urnas, el 77 por ciento. El triunfo lo obtuvo Ernesto Zedillo del PRI. Se apostó por la estabilidad. Un voto racional, comprensible.
2000. Se habían producido alternancias en una tercera parte de las entidades del país y en 1997 el PRI había perdido, por primera vez en la historia del México posrevolucionario, el control de la Cámara de Diputados. La sociedad era cada vez más plural y abierta al mundo. Dos fuertes figuras opositoras estaban en la boleta (Cuauhtémoc Cárdenas y Vicente Fox). La ciudadanía respaldó a quien podía provocar la primera alternancia en la Presidencia. El llamado “voto útil” fue por el cambio. Un voto de optimismo.
2006. Las expectativas depositadas en la alternancia en el gobierno federal no se colmaron. En el entonces Distrito Federal, el jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador creó la pensión universal para adultos mayores. El presidente Fox inició un proceso de desafuero al principal candidato opositor y, por ventura, reculó. López Obrador partió con amplia ventaja en las encuestas, mas no acudió al primer debate y se enzarzó en una confrontación con el presidente llamándole “chachalaca”. Dilapidó su ventaja. Ganó, por poco, Felipe Calderón. Un voto de mesura y continuidad.
2012. La crisis de la violencia estalló desde 2008 y se complicó más. Tras dos gobiernos del PAN era evidente que no habían sabido conducir de forma adecuada al país. Ahí estaba la opción de López Obrador, el mal perdedor de 2006, el que tomó el Paseo de la Reforma y se autonombró “presidente legítimo”. Entonces el descontento con el PAN lo logró capitalizar el PRI, en cuyos gobiernos previos la inseguridad no había llegado a tanto. A los priistas, que ofrecían recuperar la seguridad, se les dio otra oportunidad. Era un voto en pos de la tranquilidad, una apuesta por un país pacífico.
2018. El gobierno de Peña Nieto se caracterizó por la frivolidad, la corrupción del entorno presidencial (’casa blanca’) y de los gobernadores de su partido (Chihuahua, Nayarit, Veracruz, etcétera), así como por su incapacidad de recobrar la seguridad. Al contrario, se sumaron nuevos horrores como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Llegó la elección y López Obrador, persistente en sus recorridos por el país, no había cejado de criticar a los gobiernos del PRI y el PAN que tan malas cuentas rendían. La ciudadanía al fin lo apoyó. Un voto de castigo y esperanza a la vez.
En suma, cinco veredictos racionales, comprensibles. Dicha sensatez del electorado se comprueba, además, en la renovación del Legislativo. En las diez votaciones a la Cámara de Diputados celebradas entre 1994 y 2021, ningún partido o coalición ha obtenido la mitad o más de los sufragios: la ciudadanía vota en plural y sea quien sea que gane o tenga la Presidencia, siempre encuentra que la mayoría de los electores respalda a los partidos opositores al Congreso. Es un voto de cierta sofisticación democrática: a favor de los contrapesos y la división de poderes.
Lo anterior también ocurrió en 2018: López Obrador obtuvo 30 millones de votos, pero su coalición sólo 24.5 millones al Congreso, así que 5.5 millones de votantes de AMLO quisieron construirle un contrapeso legislativo. Una decisión racional.
El mandato ciudadano para distribuir el poder de manera equilibrada también se ha dado en las cuatro renovaciones del Senado en lo que va del siglo (2000, 2006, 2012, 2018): ninguna fuerza o coalición logra la mitad de los sufragios.
En esta lectura (personal, claro está), el electorado mexicano resulta más maduro y complejo de lo que se suele creer. Y de mayor calidad que las ofertas políticas que recibe, tal como evidenció el debate del domingo.