El debate que se ha despertado en las últimas semanas sobre la reforma educativa parece haber dejado de lado lo que sucedió con el proceso de enseñanza–aprendizaje durante la pandemia. Requerimos considerar que el encierro fue de más de 24 meses, afectando a alumnos como docentes, los métodos de enseñanza a distancia fueron de lo más diverso, con una baja normatividad, por lo que se requiere realizar una evaluación para saber qué tan exitoso fue este proceso y en su caso, subsanar las pérdidas y desajustes en el proceso de educación. Es necesario que la sociedad reconozca que la pandemia hizo que la profesión de enseñar fuera aún más difícil y que los estudiantes tuvieron que enfrentar situaciones adversas para recibir educación a distancia.
Los docentes siguen bajo un nivel de tensión sin precedentes, exacerbado por la escasez que ha afectado a los sistemas escolares de todo el país. El impacto en el aprendizaje de los estudiantes tendrá un efecto negativo sobre sus trayectorias de vida, reduciendo la posibilidad de que puedan encontrar trabajos adecuados en el mercado laboral, reduciendo el potencial de ingresos que pueden generar en sus trayectorias de vida. Habrá que reconocer que los docentes tuvieron que aprender sobre la marcha la enseñanza a distancia, y hasta la fecha no hemos valorado qué tan efectivo fue este proceso. Antes de emprender un cambio en los libros de texto, la Secretaría de Educación debiera establecer un proceso de evaluación a nivel nacional que valore cuál es la situación que prevalece entre los estudiantes y los docentes. Las deficiencias de educación pueden provocar que se reduzcan las posibilidades de una inserción adecuada en el mercado laboral de los estudiantes.
La duración de los cierres de escuelas varió ampliamente en todo el mundo. América Latina y el sur de Asia fueron los que cerraron total o parcialmente durante más tiempo, durante 75 semanas o más. Los de Europa de altos ingresos y Asia central cerraron total o parcialmente por menos tiempo (30 semanas en promedio), al igual que los de África subsahariana de bajos ingresos (34 semanas en promedio).
El acceso a un aprendizaje remoto e híbrido de calidad también varió tanto entre países como dentro de ellos. Los retrasos en el aprendizaje relacionados con la pandemia se suman a las desigualdades históricas en el aprendizaje. De acuerdo con el Banco Mundial, en promedio los estudiantes en todo el mundo tienen un atraso de ocho meses respecto de lo que habrían sido sin la pandemia, pero el impacto varía ampliamente, y los países se dividen en tres arquetipos: sistemas de alto rendimiento, con niveles relativamente altos de rendimiento previo a la COVID-19, donde los estudiantes pueden estar atrasados entre uno y cinco meses debido a la pandemia (por ejemplo, Estados Unidos y Europa, donde los estudiantes tienen, en promedio, cuatro meses de atraso). Los sistemas de bajos ingresos que enfrentaban desafíos previos a la pandemia, con niveles muy bajos de aprendizaje previo a la COVID-19, donde los estudiantes pueden estar atrasados entre tres y ocho meses debido a la pandemia (por ejemplo, África subsahariana, donde los estudiantes tienen un promedio de seis meses detrás). De acuerdo con esta valoración, en América Latina y el Sur de Asia, el rezago puede ser de entre nueve y 15 meses.
Más allá del aprendizaje, la pandemia ha tenido impactos sociales y emocionales más amplios en los estudiantes de todo el mundo, con crecientes problemas de salud mental, informes de violencia contra los niños, aumento de la obesidad, aumento de los embarazos adolescentes y niveles crecientes de ausentismo crónico y abandono escolar. Los niveles más bajos de aprendizaje se traducen en un menor potencial de ingresos futuros para los estudiantes y una menor productividad económica para las naciones. Existen estimaciones que de no resarcirse la situación, para 2040 el impacto económico de los retrasos en el aprendizaje relacionados con la pandemia podría generar pérdidas anuales de 1.6 miles de millones de dólares en todo el mundo, o 0.9 por ciento del PIB mundial total.
México puede responder a través de múltiples horizontes, adaptando sus estrategias en función del desempeño educativo preexistente, la profundidad y amplitud de los retrasos en el aprendizaje, y la capacidad y los recursos del sistema. Se debería construir un sistema de recuperación que apoye a los estudiantes mientras se recuperan de los impactos académicos y socioemocionales de la pandemia, comenzando con una comprensión de las necesidades de cada estudiante. Requerimos reimaginar los sistemas educativos, comprometernos con una educación de calidad para todos los niños, duplicando los fundamentos de la excelencia educativa e innovando para lograr una adaptación adecuada. Al mismo tiempo, no debe desecharse el sistema de educación a distancia, sino valorarlo en todas sus dimensiones y analizar en qué casos podría subsistir de manera integral para mejorar el apoyo a los niños desde el nacimiento hasta los cinco años, para garantizar el mejor comienzo en la vida reinventando el futuro de la educación. De forma de atender un mundo más complejo, más allá del aprendizaje, ya que la pandemia ha tenido impactos sociales y emocionales más amplios en los estudiantes de todo el mundo, con crecientes problemas de salud mental, violencia, aumento de la obesidad, aumento de los embarazos adolescentes y niveles crecientes de ausentismo crónico y abandono escolar.
Es necesario reimaginarnos el futuro, comprometiéndonos con una educación de calidad, duplicando los fundamentos de la excelencia educativa e innovando para adaptarnos a la nueva realidad del mundo pospandemia.