El recorrido de las relaciones México–Estados Unidos se inicia en 1822, veinte años después perdemos la mitad del territorio con ese país, y a partir de ese momento se viven relaciones tensas. Al iniciar el siglo XX, las relaciones mantienen ese carácter, el 25 de septiembre de 1914, Venustiano Carranza tomó la decisión de declarar la neutralidad de nuestro país ante la Primera Guerra Mundial, lo que evita un mayor conflicto. Posteriormente, en los años treinta aparece el conflicto petrolero que desemboca en la nacionalización de la industria, creando fricciones entre ambos países, sin embargo, el inicio de la Segunda Guerra Mundial evita que el conflicto se profundice. El conflicto armado permite una fuerte demanda por productos mexicanos y en 1944 se establecen relaciones con Canadá. En plena guerra se establece el primer convenio bracero, suscrito por los presidentes Roosevelt y Ávila Camacho, bajo la premisa de que los mexicanos adscritos a ese programa debían cubrir la falta de mano de obra, pero no desplazar a trabajadores de Estados Unidos. Este programa subsiste hasta 1964, año que se crea el programa maquilador tras la suspensión del programa bracero, con el objetivo de generar empleos para los mexicanos que se quedaron desempleados por la terminación de dicho programa. Treinta años transcurren hasta la firma del Tratado de Libre Comercio firmado en 1994, el cual se ajusta en 2018 entrando en vigor el T-MEC.
Este nuevo tratado no resolvió los grandes problemas estructurales de la región, los flujos de inversión no fueron tan intensos como se requería para relanzar a México a una plataforma de desarrollo de alta tecnología. Se dejó que el país continuara compitiendo con bajos salarios, no se logró la creación de un mercado laboral único, subsistiendo el problema de la migración ahora multiplicada al mezclarse los flujos de mexicanos con los provenientes del sur de la frontera. Con lo que se abre una nueva etapa ya que se busca contener el flujo de sudamericanos, buscando que México sirva de mecanismo de contención y de recepción de los expulsados de Estados Unidos, en este entorno la pregunta que surge es si Canadá tendrá la fuerza para ampliar su programa de migrantes temporales para aliviar el desajuste que ha provocado la migración masiva de los últimos años. En esta perspectiva es un panorama desolador, Biden no ha tenido la fuerza para establecer una nueva política migratoria, Canadá no ha anunciado ninguna ampliación de su política migratoria y México pasivamente ha aceptado esta situación.
En este diálogo trilateral el papel de Canadá parece estar enfocado a la defensa de sus inversionistas, sobre todo a los que están en el sector minero y energético; 37 por ciento de su inversión se encuentra en el sector minero y 98 por ciento de las inversiones se concentran en minerales metálicos y no metálicos, excepto petróleo y gas. En este caso, Canadá podría abrir la puerta al establecimiento de un panel como se prevé en el T-MEC, en caso de que no se llegue a un acuerdo sobre la operación de empresas canadienses en la provisión de energías alternativas y en donde el gobierno de México busca asegurar que la Comisión Federal de Electricidad sea la que opere toda la red de distribución de energía, sin tomar en cuenta que existen inversiones que habían sido aprobadas anteriormente.
En realidad, lo que debería de buscarse en esta reunión es ampliar el espectro de la inversión en lugar de limitarla, ya que si se busca la creación de una región de prosperidad conjunta, lo ideal es ampliar los espacios en donde Estados Unidos y Canadá pudieran afianzar este proceso en lugar de limitarlos. Hasta hoy, los flujos de comercio han crecido de forma importante; por parte de las exportaciones hacia Estados Unidos y Canadá representan 80 por ciento del comercio que realiza México con el mundo, sin embargo, por el lado de las importaciones sólo representa 40 por ciento, dado las crecientes importaciones que realizamos de China que representan ya una quinta parte del total del comercio con el exterior. Esta situación muestra que la región, de no llegarse a acuerdos para una mayor integración, tenderá a debilitarse.
Es un momento de reflexión nacional, requerimos consolidar una relación más intensa en América del Norte, pero esto tendrá que pasar por acuerdos en materia de desarrollo de tecnologías conjuntas, una integración más dinámica en lo productivo y un espacio mayor para la migración; de lo contrario, este esfuerzo se diluirá y podría dar lugar a un escenario inestable en las relaciones trilaterales.