México vive una coyuntura complicada, por una parte, el canto de las sirenas del nearshoring, y por otra, la oleada de migración latinoamericana, dibujan un cuadro complicado para el país. El estudio económico para 2023, que presentó la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) esta semana, proyecta que se mantendrá la dinámica de bajo crecimiento en la región. Se espera que América Latina y el Caribe presenten un crecimiento del PIB del 1.7 por ciento en 2023 y que todas las subregiones exhiban un menor crecimiento respecto de 2022: América del Sur crecería un 1.2 por ciento (3.7 por ciento en 2022); el grupo conformado por Centroamérica y México, un 3.0 por ciento (3.4 por ciento en 2022); y el Caribe (sin incluir Guyana), un 4.2 por ciento (6.3 por ciento en 2022).
Sin embargo, el nearshoring es una realidad que se recrea día a día, las inversiones que se acercan al país están replanteando en un muy corto plazo todo el territorio nacional. La industria de dispositivos médicos que se encontraba localizada principalmente en la frontera norte, ahora hace incursiones en el centro del país, como es el caso de Abbott, farmacéutica estadounidense, que instalará una planta en Querétaro, donde fabricará dispositivos médicos para auxiliar en el diagnóstico y tratamiento de pacientes con afecciones de ritmo cardíaco anormal, como la fibrilación auricular. A esto se suman inversiones que se perfilan en el istmo de Tehuantepec en materia eléctrica-electrónica, en donde varias compañías de Taiwán han manifestado su intención de realizar inversiones. En esta perspectiva, las inversiones por el nearshoring empiezan a diversificarse fuera del sector automotor y crean flujos de inversión en diversas regiones del país.
Frente a esta realidad, que podría recrear la idea de prosperidad, se nos acerca la realidad latinoamericana a través de una migración que se expande a todo el territorio y constata las carencias de una economía fragmentada que día a día tiene que enfrentarse a flujos migratorios que transforman la vida cotidiana y muestran las carencias del piso social básico en todo el territorio nacional. En este contexto, es preciso definir una amplia política económica hacia la región de América Latina. Es evidente que para México debería de ser prioridad una estrategia hacia América Central; la que se puso en marcha a principios de la administración fue insuficiente, se requiere buscar la complementación productiva. Para ello se debería de lanzar un programa conjunto con Estados Unidos y recrear los acuerdos existentes con una política más agresiva de cooperación intrarregional ante el cambio climático, que es causa de mucha de la migración.
Es esencial potenciar la inversión pública para dinamizar el crecimiento económico, impulsar el desarrollo productivo, y crear economías y sociedades resilientes al cambio climático. La inversión pública en la región es baja en comparación con las economías avanzadas, e incluso respecto de otras regiones en desarrollo. Este reducido nivel de inversión se ha traducido en un acervo de capital público —infraestructura—insuficiente para dinamizar el crecimiento económico y promover el desarrollo productivo.
México debería involucrarse más en los foros internacionales y buscar cambios en la arquitectura financiera, buscando que se dirijan más flujos financieros hacia América Latina, ante la restricción que existe ahora en Estados Unidos, en donde el presupuesto está semicongelado. Es necesario apuntar hacia una reforma en los organismos financieros internacionales de manera que se aseguren flujos de inversión hacia América Latina, para ayudarla a dar coherencia a una institucionalidad que permita mejorar el sistema financiero internacional en línea con el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, así como reglas y procedimientos más democráticos y representativos. Se requiere también impulsar una gobernanza mundial económica basada, entre otras cosas, en la reforma del sistema de cuotas del FMI y los derechos de voto en la asignación de recursos basada en la necesidad y los grados de vulnerabilidad, y en una mayor transparencia y rendición de cuentas en el proceso de toma de decisiones de las distintas instituciones de la arquitectura financiera internacional.
Es tiempo de recrear la institucionalidad internacional, la cual fue creada para la economía de posguerra y nunca fuimos capaces de recrear los organismos financieros internacionales a las nuevas necesidades que surgían de incorporar a cientos de millones de personas a la economía global. Es época de adecuar la institucionalidad global a las necesidades del desarrollo sustentable, no podemos navegar en un mundo de tormentas con navíos que fueron diseñados para las aguas tranquilas de otras épocas, vivimos una gran tormenta que, de no adecuar los mecanismos de navegación, acabaremos sucumbiendo. Es época de reformas, no nos dejemos seducir por el canto de las sirenas.