Un hogar promedio en México tiene un ingreso corriente de 50,309 pesos al trimestre, principalmente como resultado de las remuneraciones que sus integrantes perciben por su trabajo (32,106 pesos al trimestre). Como ustedes bien saben, queridos lectores, una cosa es “cuánto nos tocaría” (promedio) y otra “cuánto hay”, por lo que si consideramos cómo se distribuyen esos ingresos dependiendo del decil en el que están los hogares, veremos que “lo que hay” es que aquellos de menores ingresos (primer decil), perciben 9,938 pesos al trimestre, lo que equivale a 49 pesos diarios por cada uno de sus integrantes; por otra parte, los hogares de mayores ingresos (décimo decil), perciben 163,282 pesos al trimestre, o dicho de otra forma 808 pesos diarios por cada uno de los integrantes que los percibieron.
Ahora bien, esos hogares tienen gastos corrientes de 39,411 pesos al trimestre (29,910 pesos son gastos monetarios), equivalentes a 78% de sus ingresos. ¿Y a qué destinan esos recursos? Pues como bien podrá anticipar, el 80% del gasto monetario lo ocupan para comprar alimentos y bebidas (38%), transporte y comunicaciones (19%), vivienda y servicios (11%), cuidados personales (8%), y educación y esparcimiento (7%). Ahora, los hogares de menores ingresos (primer decil) gastan en promedio 11,881 pesos al trimestre (sí, gastan más que lo que ingresan en promedio), mientras que los hogares de mayores ingresos (décimo decil) gastan en promedio 73,601 pesos al trimestre (sí, gastan menos que lo que ingresan en promedio).
Usted, desde luego, no tiene que creerme estas cifras; puede consultarlas en los resultados de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2020 que publica el INEGI aquí. Quise compartir este panorama general de los ingresos y gastos de los hogares en nuestro país para tener una referencia vigente de algo que es muy relevante: el valor de nuestro dinero, su poder de compra, pues destinamos buena parte de nuestros esfuerzos y tiempo a ganar esos ingresos con nuestros talentos, conocimientos, ocupaciones, e inversiones, y poder hacer frente a esos y otros gastos que nos permitan tener un modo de vida digno. En esto, la tarea de preservar el poder adquisitivo de la moneda nacional tiene un papel central, pues requiere del control de la inflación, y esa encomienda la tiene nuestro banco central, el Banco de México, conforme a lo que dispone el artículo 28 nuestra Constitución Política.
Este mes se conmemoran 96 años de existencia del Banco de México, pilar de la estabilidad económica de nuestro país. Haciendo un brevísimo repaso histórico, recordemos que luego de tres años de iniciada la Revolución, en 1913, el sistema bancario que existía había sido prácticamente desmantelado y en su lugar, las diversas facciones revolucionarias emitían billetes de circulación regional cuyo valor se esfumaba, mientras que Victoriano Huerta imponía préstamos forzosos a los bancos que en ese entonces operaban en el país, para posteriormente incautarlos en 1916. En el artículo 28 de la Constitución Política promulgada en 1917, se previó la existencia de un banco único de emisión, pero la materialización de este tomó casi una década; finalmente, en 1925 se promulgó la primera Ley del Banco de México, y fue inaugurado el 1 de septiembre de ese año por el Presidente Plutarco Elías Calles. El diseño de dicha Ley fue producto de cerca de una década de discusiones y análisis entre el ejecutivo y el legislativo, y consideró un sistema de contrapesos entre el interés público y los intereses políticos.
La historia de esta institución es muy rica, y les recomiendo consultarla en la página del Banco (www.banxico.org.mx), pero me quisiera concentrar en 1994, cuando una reforma a la Constitución separó la función de recaudación de impuestos y gasto público, a cargo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, del control de emisión de dinero, a cargo de Banco de México, dotando de autonomía al banco central en el ejercicio de sus funciones y en su administración. En la exposición de motivos (que ustedes pueden consultar aquí), se reconoce que la estabilidad de precios no es un fin en sí mismo, sino una condición necesaria, aunque no suficiente, para lograr la equidad social y el desarrollo económico de una manera sostenible, e incluso se señala a la autonomía “como una salvaguarda contra el resurgimiento de la inflación”, es decir que, aprendiendo de las terribles decisiones gubernamentales que condujeron a un gasto público excesivo que se financió con emisión de papel moneda -ocasionando episodios de inflación como los que ven en el gráfico siguiente-, literalmente la autonomía constitucional otorgada a nuestro banco central tuvo y tiene el propósito de poner una guarda que custodie un bien público: la estabilidad del poder adquisitivo de nuestra moneda.
Quienes contamos con algunos años de recorrido por la vida, recordamos haber vivido en carne propia los efectos devastadores del alza generalizada y sostenida en los precios. No es casualidad que, a partir de la autonomía otorgada al banco central en 1994, se haya avanzado persistentemente en el control de la inflación y, consecuentemente, en el cumplimiento del objetivo prioritario de preservar el poder adquisitivo de la moneda nacional.
Es importante que la sociedad conozca y comprenda la importancia del trabajo y funciones del banco central. Como lo refiere mi querido y admirado amigo, Agustín Carstens: la mejor contribución que puede hacer un banco central al crecimiento económico es procurando un ambiente de inflación baja y estable. Recordemos que quienes no conocen su historia, están condenados a repetir sus errores. ¡Enhorabuena al Banco de México por estos primeros 96 años de existencia!