Colaborador Invitado

La descarbonización del planeta exige un apoyo más decidido a las economías emergentes

La mayoría de los países de África, Asia o América Latina no han asumido todavía un objetivo de neutralidad en carbono, ni han limitado ni establecido un precio para las emisiones de CO2.

Carlos Torres Vila, presidente de BBVA

Cada día son más los países e instituciones públicas y privadas que se adhieren a la ‘Carrera hacia las emisiones cero’ (‘Race To Zero Campaign’) promovida por Naciones Unidas en ocasión de la COP26 que se celebrará en Glasgow la próxima semana.

Cumplir con el compromiso de ser neutros en emisiones de carbono antes de 2050 no será una tarea fácil. Conseguir que la sociedad funcione sin emisiones implica enormes cambios en prácticamente todas nuestras actividades, modificar hábitos, comportamientos y desplegar nuevas tecnologías sin emisiones en todos los sectores contaminantes.

Esta transformación a gran escala requerirá inyecciones de capital colosales, en un volumen nunca antes visto. Para alcanzar estos objetivos se estima invertir más de 150 billones(1) de dólares entre 2020 y 2050(2), alrededor de 5.0 por ciento del PIB mundial.

Las economías emergentes deben sumarse a la carrera hacia la descarbonización, por dos motivos. Primero, porque como indica Naciones Unidas(3), van a padecer mucho más las consecuencias negativas del cambio climático que el mundo desarrollado. Segundo, porque estas regiones cuentan con un potencial enorme para desarrollar proyectos en energías renovables, así como para el despliegue de soluciones naturales para compensar las emisiones de CO2. Esto representa una inmensa oportunidad de crecimiento y desarrollo.

La mayoría de los países de África, Asia o América Latina no han asumido todavía un objetivo de neutralidad en carbono, ni han limitado ni establecido un precio para las emisiones de CO2. ¿A qué se debe?

Como presidente de un banco con presencia en mercados emergentes, puedo dar fe de que la percepción sobre la necesidad de la descarbonización es muy distinta en esos países. La sensación de urgencia se ve superada por otros problemas más inmediatos, como la desigualdad, la salud o la falta de infraestructura, especialmente después de la pandemia.

La reducción de emisiones se percibe como algo con un coste difícilmente asumible, y que además se traducirá en un menor crecimiento. El volumen de inversión asociado a la transición supera con creces el billón(4) de euros anual hasta 2030(5), siete veces el nivel actual. Estos países no disponen de los recursos necesarios, ni tienen la capacidad de atraer capital externo. Sin el apoyo del mundo desarrollado, no podrán con el desafío. Sin ellos, colectivamente fracasaremos en nuestro empeño de descarbonizar el planeta.

El respaldo económico del mundo desarrollado a los países emergentes debe ser decidido, por el planeta y para reducir la brecha de desigualdad. Esta idea no es nueva. En 2009, durante la COP15 celebrada en Copenhague, los países desarrollados acordaron movilizar, antes de 2020, 100 mil millones de dólares al año en acciones de mitigación y adaptación en los países en desarrollo. Reiteraron su compromiso en París en 2015. En junio pasado, una vez más, el G7 se comprometió a movilizar 100 mil millones de dólares al año hasta 2025. Sin embargo, según la OCDE, el programa de financiación climática de las economías desarrolladas a emergentes solo alcanzó los 79 mil 600 millones de dólares en 2019.

Necesitamos ser más ambiciosos, contar urgentemente con un marco más sólido para asegurar que los países cumplan sus compromisos, incluidas cantidades anuales específicas por país; claridad sobre cómo se van a financiar esos compromisos, especificando el papel del capital privado y de las instituciones públicas; claridad sobre cómo se repartirán los fondos entre los países; basado en un mecanismo de gobernanza sólido para aumentar la transparencia, la previsibilidad y la confianza en los flujos futuros de financiación climática. Las multilaterales existentes, como el FMI y los bancos multilaterales de desarrollo, pueden ayudar, dado que han “testado y probado” vías para recaudar fondos y canalizar financiación internacional, incluida la movilización de fondos privados.

El tiempo se agota. La COP2(6) en Glasgow representa una gran oportunidad para sentar las bases y pasar de las palabras a la acción en el apoyo a los países emergentes en su camino hacia la descarbonización. Por el bien de nuestro planeta, hagámoslo realidad esta vez.

(1) $150,000,000,000,000 dólares

(2) Lenaerts, Tagliapietra y Wolff (2021). Promedio de diferentes estimaciones (2021-2050) de las necesidades de inversión globales para poder alcanzar la neutralidad en emisiones de CO2 antes de 2050

(3) Fuente: Informe sobre la Brecha de Adaptación de Naciones Unidas 2020

(4) €1,000,000,000,000 euros

(5) Fuente: IEA, ‘Financing Clean Energy Transitions in Emerging and Developing Economies’, 2021

COLUMNAS ANTERIORES

Entender el siglo XXI: la ciencia política como clave para el futuro
2025, un año retador para los bancos centrales

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.