Javier Guzmán Calafell*
La inflación en México ha tenido un comportamiento preocupante durante el periodo de la pandemia. El índice general de precios al consumidor registró en enero de 2022 un crecimiento anual de 7.07 por ciento, muy por encima de la meta del Banco Central de 3.0 por ciento. Por su parte, el componente subyacente, que refleja de manera más adecuada las presiones inflacionarias en la economía, alcanzó en ese mes su registro más elevado en dos décadas.
Lo anterior es resultado en buena medida de choques de oferta, tales como aumentos de los precios de los alimentos y las materias primas, afectaciones a las cadenas de suministro y mayores costos de transporte que, además de incidir en la inflación, afectan negativamente el crecimiento económico.
En este contexto de presiones al alza sobre los precios y a la baja sobre el crecimiento, surgen dudas respecto de qué tan fuerte debe ser la respuesta de la política monetaria a la mayor inflación, fundamentalmente ante el temor de que se pueda afectar en exceso la actividad económica. ¿Plantea esto un dilema para la política monetaria en México? No lo creo.
En el largo plazo, el crecimiento económico está determinado por la acumulación de capital físico y humano, la disponibilidad de mano de obra y otros insumos, y la productividad de estos factores de la producción. La política monetaria no tiene la capacidad para definir la evolución de estas variables. Lo que sí puede hacer es contribuir a crear condiciones para que operen de manera eficiente. Así, es ampliamente aceptado que, en virtud de la influencia de la política monetaria sobre la inflación en el largo plazo y los costos que se derivan de esta, lo mejor que puede hacer un banco central para contribuir al crecimiento de una economía en este horizonte es procurar una inflación baja y estable y, en general, apoyar condiciones de estabilidad macroeconómica y financiera.
La relación entre la política monetaria y el crecimiento económico en rangos de tiempo menores está sujeta a mayor debate. Algunos argumentan que la política monetaria debe ajustarse para suavizar fluctuaciones de la actividad económica en el corto plazo. Otros son escépticos de este tipo de medidas, por motivos tales como los retrasos con los que opera la política monetaria u oscilaciones de la economía resultantes de factores sobre los que este instrumento no tiene mayor influencia. En todo caso, lo que no está sujeto a controversia es que cualquier acción de política monetaria orientada a incidir sobre el crecimiento económico en el corto plazo, para ser viable, debe ser compatible con el logro de una inflación baja y estable.
¿Cuál es la situación en México en la actualidad?
La trayectoria de la inflación ha superado las proyecciones tanto del Banco Central como de los analistas, y las presiones sobre los precios se han prolongado por más tiempo de lo anticipado. El problema no se concentra en un grupo reducido de productos: alrededor de 78 por ciento de los rubros del índice de precios al consumidor estaban registrando en enero pasado crecimientos anuales por encima de 4 por ciento. Además, las expectativas de inflación para este año y el siguiente se han ajustado al alza.
Las expectativas de inflación de largo plazo son de gran relevancia, porque reflejan en qué medida los choques sobre los precios han afectado el proceso de formación de precios. Las estimadas por el Banco de México a través de encuestas, que cubren el periodo 2027-2030, se han mantenido estables en 3.5 por ciento, aunque por encima de la meta. Sin embargo, las que se derivan de la encuesta de Citibanamex para 2024 a 2028 muestran indicios preocupantes. En la encuesta más reciente, las expectativas de esta fuente se revisaron al alza. Si bien será necesario ver si este ajuste se mantiene, el deterioro es evidente: mientras que a principios de marzo de 2020 de los analistas del sector privado encuestados por Citibanamex 30 por ciento esperaba una inflación de largo plazo por encima de 3.5 por ciento, en la encuesta del 22 de febrero pasado la cifra correspondiente es de 53 por ciento.
¿Qué implica lo anterior para el logro de la convergencia ordenada de la inflación a la meta que busca el Banco Central? En mi opinión, la magnitud, dispersión y duración de las presiones inflacionarias, combinadas con el mayor riesgo de desanclaje de las expectativas de inflación de largo plazo, requieren que la política monetaria extreme precauciones en su lucha contra la inflación. De actuarse con insuficiente vigor, al final el ajuste de la política monetaria tendría que ser aún mayor.
Además, debe considerarse que el apoyo que puede darse con esta herramienta a la actividad económica es muy acotado. Como resultado de una baja participación del crédito bancario en la economía y niveles insuficientes de inclusión financiera, los ajustes de la tasa de interés tienen un efecto modesto tanto en el consumo como en la inversión. Inclusive, estudios recientes del Banco Central concluyen que la tasa de interés incide solo de manera marginal en la dinámica del crédito bancario a las empresas. Y lo que es aun más importante: el magro crecimiento económico en México es resultado de políticas públicas incompatibles con una evolución sana de la inversión y la productividad, ámbitos fuera del control de la política monetaria.
Lo anterior pone de manifiesto que la política monetaria en México enfrenta riesgos asimétricos para la inflación y el crecimiento. En específico, el costo potencial de un error por responder de manera insuficientemente firme a la inflación, es mucho mayor que el de afectar la actividad económica con una postura de política monetaria demasiado apretada. Indudablemente, bajo las circunstancias actuales, más que pensar en apuestas riesgosas para su credibilidad, el Banco Central debe seguir buscando la vía más prudente para cumplir con su mandato prioritario.
*El autor fue subgobernador del Banco de México