El destino le ha tendido una celada política a López Obrador. El México que él conoció y el sistema político que lo formó y dio sustento a su ideología ya no existen. El viento se los llevó. La globalización, los tratados comerciales y el neoliberalismo borraron ese pasado. Ahora es sólo recuerdo y añoranza.
Él vivió y se formó en el país del nacionalismo revolucionario y del PRI. Fue presidente de este partido en Tabasco, le compuso un himno y luchó por transformarlo, pero los intereses y los cacicazgos locales se lo impidieron; renunció, lo abandonó y se fue a la oposición política.
En la trinchera de la oposición encontró su razón de ser y la defensa de los valores del nacionalismo revolucionario en contra de los principios de los gobiernos neoliberales, a los que calificó de neoporfiristas.
La falta de democracia interna en el PRI y su ausencia de capacidad de cambio provocaron su desmembramiento, primero con el surgimiento de la Corriente Democrática y después con la creación del PRD. Sin duda, también formados en la misma cultura. En el fondo, los priistas comparten muchos de los planteamientos de Morena y, a su vez, muchos morenistas suspiran por ese pasado. Origen y destino marcan huella y proceder político.
A López Obrador no le debemos regatear méritos a su lucha política de resistencia y denuncia de la corrupción, impunidad y falta de resultados de los gobiernos neoliberales. Su postura fue clara y contundente. No engañó a nadie. Después de 18 años de lucha ganó la Presidencia de México por el hartazgo de la gente.
El nacionalismo revolucionario no sólo creó una cultura política que trasciende generaciones y penetra en la conciencia de la sociedad. Es en buena parte el constructor del México moderno y el que le dio paz y estabilidad política por varias décadas. Algunas ideas siguen moviendo conciencias: defensa a ultranza de la soberanía nacional, intervención del Estado en la economía, gobierno rector de la política, nacionalizaciones y expropiaciones de los sectores estratégicos (petróleo y energía eléctrica), proteccionismo a empresas mexicanas (sustitución de importaciones), defensa del patrimonio nacional y en contra de las privatizaciones, regulación y control de precios, alianza y simpatía con gobiernos de izquierda o populistas y distancia con el vecino del norte.
Este catálogo de principios políticos, sin temor a equivocarnos, es la doctrina y el evangelio del presidente. Aquí está el problema porque estamos en otra época y en otra realidad. Sin embargo, al inicio de este gobierno se avanzó con este criterio: creación del Banco del Bienestar, la empresa de Internet, Segalmex y ahora el propósito de modificar la Constitución para las reformas eléctrica y política.
El mundo actual es radicalmente diferente al pasado. La globalización y los tratados comerciales son los instrumentos de la modernidad y los gobiernos de las economías hegemónicas y las corporaciones internacionales son los custodios de la aplicación de esta política.
Este entorno y la realidad nacional e internacional no favorecen el recorrido del actual gobierno. Además, el tiempo se convierte en adversario de la política. A dos años y medio de concluir el sexenio se registran un desgaste de la figura presidencial, la resurrección de las y los intereses afectados, la revancha y los ajustes de cuentas y los valientes sexenales.
En estas condiciones es difícil que transiten las reformas presidenciales. Se avecinan escaramuzas y victorias pírricas. La oposición está firme y dispuesta a dar batalla. Los partidos aliancistas están en contra de las iniciativas del Ejecutivo. El PRI olió sangre y su presidente Alejandro Moreno se le fue a la yugular al primer mandatario; fue claro y determinante: los diputados del PRI votarán en contra de la iniciativa de la reforma eléctrica. Signos de los tiempos. Este posicionamiento le sumará apoyos al PRI de nacionales y extranjeros, por supuesto, Estados Unidos. Una apuesta vista a la sucesión presidencial.
El tiempo corrió a gran velocidad, imperceptible. No se aprovecharon las mejores oportunidades de transformación. La gran esperanza se esfumó. Se esperaba mover las estructuras de gobierno, sacudir el árbol podrido, quemar la polilla y lo que no funciona. Combate, a fondo, a la corrupción y la impunidad, seguridad y crecimiento de la economía son asignaturas pendientes.
El caldero de la política se está calentando. El discurso del presidente está radicalizado y en franco desafío a los que se oponen a sus reformas. Va con todo y contra todos: Suprema Corte de Justicia, órganos electorales, partidos políticos, Estados Unidos, empresarios nacionales y extranjeros.
En política la forma es fondo, decía don Jesús Reyes Heroles. En nuestro país están sucediendo hechos que vulneran la estructura legal y no se cuidan las formas que pueden trastocar la confianza ciudadana y envenenar tanto el proceso electoral como la vida democrática de México.