Compartimos 3,185 km de frontera con la economía más poderosa del mundo. En esta frontera conviven intensamente diez estados fronterizos de ambas naciones.
El comercio entre México, Estados Unidos y Canadá rebasa 120,000 millones de dólares mensuales y en esta región se genera más del veinticinco por ciento del PIB mundial.
En sus dos capítulos (TLCAN y T-MEC) se constituye sin lugar a dudas la relación comercial más importante en la historia de nuestro país.
El primer tratado comercial de América del Norte (TLCAN) fue firmado en el año de 1992 y entró en vigor el 1 de enero de 1994, en plena apuesta mundial por la globalización, los mercados libres y las economías abiertas.
Su entrada en vigor representó la consumación de un giro de ciento ochenta grados en la política económica de nuestro país, reorientada formalmente a la apertura comercial en el año de 1986 con el ingreso al GATT (hoy Organización Mundial del Comercio).
Previo al TLCAN, México había firmado tan sólo dos acuerdos comerciales con Panamá y Argentina en 1986 y 1987, respectivamente, y existían en el mundo básicamente los tratados constitutivos de la Comunidad Europea y el de libre comercio entre Estados Unidos y Canadá.
El TLCAN se distinguió en su momento, además del tamaño del mercado norteamericano, por el ritmo asimétrico de reciprocidad (reconocido en beneficio de la economía más pequeña) y el concepto de protección a las inversiones de los tres países.
La reconsideración del rumbo de la economía norteamericana y un discurso más proteccionista llevó al presidente Trump a amagar con denunciar el tratado si este no se renegociaba en términos aceptables para su administración, lo cual resultó en el T-MEC en vigor desde el 1 de julio de 2020. En medio de la pandemia, el mundo se apartaba de la globalización a mansalva y comenzaba a intercambiar señales claras de proteccionismo y regionalización de cadenas productivas.
El éxito de cualquier tratado comercial debe medirse por el cumplimiento de los objetivos para los cuales fue firmado.
Hoy en día, el valor de las exportaciones mexicanas a Estados Unidos es prácticamente el cuádruple de la suma de las exportaciones a dicho mercado de los demás países latinoamericanos.
La mayor integración de las tres economías ha representado un mayor grado de sincronización dejando de lado crisis sexenales recurrentes a las que estábamos acostumbrados, que en algunos casos poco o nada tenían que ver con el desempeño de la economía global y más con la reinvención del país cada seis años.
Las exportaciones de México a los Estados Unidos rebasarán los 450,000 millones de dólares en 2022, mientras que en 1994 alcanzaron 50,000 millones de dólares. Las exportaciones a Canadá han crecido de 2,000 millones de dólares en 1994 a 14,000 millones de dólares en 2022.
Por su parte, la inversión extranjera directa proveniente de los Estados Unidos ha representado más de 350,000 millones de dólares de 1994 a la fecha, ubicándose fundamentalmente en los sectores de manufactura, inmobiliario y comercial.
Esta relación comercial ha tenido un impacto en la reconfiguración del Estado Mexicano en su conjunto, en el ciclo de nuestra economía, en el medio ambiente y en la regulación de nuestras relaciones obrero-patronales.
México ha tenido que ajustar y reestructurar la organización del Gobierno Federal, reformándose el marco constitucional y legal, y creándose nuevos entes y dependencias a partir de la aprobación de reformas a leyes existentes y de nueva legislación, con el propósito de sincronizar el quehacer gubernamental con las exigencias del propio tratado y de la economía.
Es esta una integración comercial que evoluciona y se reconfigura permanentemente, y que presenta retos y oportunidades cambiantes.
Lo que en su momento se erigió como un tratado de nueva generación en el pináculo del capitalismo y de la Escuela de Chicago, se inserta hoy en una realidad post-pandemia, de regionalización de las cadenas productivas y de un nuevo concepto de capitalismo.
En el llamado Capitalismo 2.0 el cuidado al medio ambiente y el respeto a la persona se posicionan en forma inevitable e irreversible como elementos esenciales en la nueva manera de hacer negocios.
La Cumbre de Líderes de América del Norte fue aprovechada por organizaciones empresariales de los tres países para hacer un llamado a sus gobiernos a garantizar la seguridad a las empresas y a las inversiones, el estado de derecho, la adopción de mejores prácticas globales en materia de transparencia, previsibilidad, rendición de cuentas y debido proceso, y a cumplir con los compromisos asumidos al amparo del tratado.
En efecto, los gobiernos de los tres países están llamados a respetar y hacer valer las reglas del juego.
Por su parte, se esperaría de las empresas de la región el respeto irrestricto del planeta y los derechos humanos y una forma ética de hacer negocios.
La conjugación de estos esfuerzos puede sin duda incidir en mejores resultados para los tres países, concebidos a partir de nuevas inversiones y de una mayor y mejor integración de las tres economías.