Colaborador Invitado

Norma Piña rompe el techo más oprobioso de la historia

Si Norma Piña Hernández llegó al altísimo cargo que ocupa porque hoy el presidente ya no decide quién habrá de ocuparlo, como él mismo dice.

Óscar Mario Beteta

La presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña Hernández, podría haber empezado a sepultar el periodo marcado por el oprobio, el servilismo y la abyección que había imperado históricamente en la relación de sumisión de todos con el Poder Ejecutivo.

El pasado 5 de febrero, día en que se celebró el 106 aniversario de la Constitución, podría haber sido el inicio de la gestación de una nueva etapa en la historia del país, dado lo que pareció un primer acto de desmitificación de la figura presidencial.

En México, país mítico mágico por excelencia, el simbolismo tiene tal significado en la relación gobernantes-gobernados, que suele cobrar una trascendencia distintiva y decisiva en algunos momentos; la que ha establecido de larga data, es la subordinación, la obediencia y todas las prácticas que derivan del poderoso hacia todos los demás.

Uno de esos instantes, puesto en perspectiva, podría ser el que tuvo lugar en el Teatro de la República, donde por primera vez se vio, ostensiblemente, una separación de poderes, que podría ser susceptible de convertirse en punto de partida hacia un cambio en la relación no sólo entre poderes, sino entre gobernantes y gobernados.

La ministra Norma Piña Hernández, presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, no se puso de pie justo cuando llegó el presidente Andrés Manuel López Obrador al estrado principal del Teatro de la República. Recordemos que, en su discurso de toma de posesión, dijo: “… se rompió lo que parecía un inaccesible techo de cristal”. El que habría empezado a quebrar en una de las fechas más importantes para el país, ha incluido a todos desde siempre.

Con independencia de que como representante del Poder Judicial la ministra debió ser ubicada al lado del Ejecutivo, lo mismo que los presidentes de la Cámara Baja y del Senado, por encarnar el poder soberano de la nación y se alteró el protocolo marginándolos casi a los extremos, el mensaje cifrado que ella envió es:

“Ha llegado la hora. Aquí, a partir de ya, hay y habrá división de poderes. Se acabó el sometimiento del Judicial a los deseos de otro poder. El derecho se cumple. El derecho es y será la base de las decisiones de la Corte. Y ya no hay ningún temor a lo que siempre ha sido la figura presidencial”.

Ese mensaje, eminentemente simbólico, se sumaría al que pronunció en la tribuna del poder político fundacional, en Querétaro: “La independencia judicial no es un privilegio de los jueces, es el principio que garantiza una adecuada impartición de justicia para hacer efectivas las libertades y la igualdad de las y los mexicanos. La independencia judicial es la principal garantía de imparcialidad”.

Si Norma Piña Hernández llegó al altísimo cargo que ocupa porque hoy el presidente ya no decide quién habrá de ocuparlo, como él mismo dice, y si se congratula sinceramente de que la jueza no se haya levantado de su asiento para aplaudirle porque los actuales son otros tiempos, él mismo estaría abonando a darle la vuelta a la hoja de la historia en que todo lo decidía por arbitrio y voluntad… el semidiós sexenal.

Sotto Voce.– El proceso contra Genaro García Luna se reduce, hasta hoy, a puro ruido mediático pasajero. La aparición de nombres de expolíticos importantes en el caso, como el de Felipe Calderón, no pasará de eso, pues los testigos no refieren vínculos de complicidad con pruebas… Layda Sansores, gobernadora de Campeche, pierde cercanía con el poder central por su proclividad al espionaje, práctica de la que ahora ella misma es víctima.

COLUMNAS ANTERIORES

El mal de montaña, síndrome del poder político
Inversiones que tienden puentes

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.