Jeny Farías, Directora de Proyectos en Mexicanos.
Ya es uso y costumbre conmemorar a las mujeres durante todo el mes de marzo para reflexionar sobre nuestra participación en la sociedad, nuestro desarrollo pleno como personas, y para exigir la igualdad de derechos con los hombres.
En este sentido, aunque se reconoce que se ha recorrido un largo camino, falta mucho por hacer, y desde Mexicanos Primero hacemos un llamado a voltear a ver una de las comunidades en la que aprendemos no sólo conocimientos, sino también valores, hábitos, actitudes, tradiciones, formas de comportamiento y de pensar: LA ESCUELA.
Debemos concebirla no como un conjunto de salones en el que es suficiente que las y los estudiantes “estén”, sino como en un espacio de respeto e igualdad en el que se aprende y se participa en un ambiente libre de estigmas, estereotipos y violencia.
Para conocer un poco más acerca de lo que sucede en las aulas, cómo las mujeres viven la escuela y lo que piensan de ella, nos acercamos a conversar con niñas, adolescentes, estudiantes universitarias, maestras, madres de familia, activistas y académicas. En estas charlas encontramos que, aunque hay esfuerzos y avances, las escuelas no son aun espacios 100% libres de discriminación por género.
De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2021, el 32.3% de las mujeres mayores de 15 años experimentaron algún tipo de violencia durante su etapa escolar. Así fue como abrimos la conversación con diversas mujeres, en la que escuchamos testimonios como el que cito textual y de manera anónima:
“Cuando iba en quinto grado, tuve un maestro que siempre me dejaba notitas en la mochila que decían: `es que me gustas mucho´. A mí me daba miedo, de hecho, yo siempre era la niña que llegaba al diez para las ocho, porque entrábamos a las ocho y yo no sabía ni qué hacer; me quedaba fuera de la escuela, esperaba a que llegaran otras compañeras”.
La misma encuesta indica que el 6.8% de las niñas de entre 10 y 15 años experimentaron algún tipo de violencia en el año escolar anterior. Nosotras platicamos también con niñas de primaria y secundaria quienes se sintieron identificadas entre sí por una inquietud: los uniformes escolares. Y es que, aunque en algunas entidades como la Ciudad de México desde 2019 se puede optar entre usar falda o pantalón, en muchos otros estados sigue habiendo distinción por género sin tomar en cuenta el clima, o que las niñas también quieren correr, brincar o jugar sin preocuparse por mostrar por accidente su ropa interior. Sobre este tema vuelvo a citar:
“En los tiempos de frío, las niñas siempre estamos en falda, los hombres van en pantalón, o sea, tienen más de qué cubrirse y nosotras pasando frío. Eso sería algo que cambiaría”.
La discriminación también afecta a las maestras de primaria que ganan en promedio 1200 pesos menos que los hombres y ocupan solo el 37.7% de las plazas de supervisión. Sin embargo, la desigualdad se observa también en la rutina que no siempre queda evidenciada en los datos duros:
“[...] hay compañeros que consideran que, como mujeres solo somos buenas como secretarias, una vez haciendo un documento, (un maestro) dice que lo hagan las mujeres porque escriben bonito y se fue y se lavó las manos, o sea, ni siquiera nos ayudó a dar ideas para el documento…”
Estos y otros testimonios han quedado plasmados en el libro que hemos titulado “Escucharnos: Perspectiva de Género en la Escuela”, que puede encontrarse en nuestro sitio web mexicanosprimero.org. La intención de este cuadernillo fue identificar dificultades que las estudiantes y maestras enfrentan en la escuela para proponer cambios.
Para dar pasos hacia adelante para lograr que las escuelas sean sitios libres de discriminación por género y donde se promueva la igualdad, debemos empezar por escuchar lo que las niñas y mujeres tienen que decir, generar espacios en los que se sientan seguras para manifestar lo que quieren y lo que les molesta; pero también revisar instalaciones físicas, infraestructura sanitaria, reglamentos y códigos de conducta, disciplina y uniformes, libros de texto, contenidos curriculares y, sobre todo: invertir en formación docente. Sin duda esto representa uno de los cimientos más grandes en la construcción de una sociedad sin violencia de género, pues no podemos cambiar nuestra realidad si no empezamos por la escuela.