Tyler Cowen, profesor de Economía de la Universidad George Mason.
Para todos los que siguen las crisis bancarias en Estados Unidos y Europa y preguntan por qué todo esto está sucediendo nuevamente, les tengo malas noticias: independientemente de las leyes que se aprueben o de las regulaciones que se emitan, las crisis bancarias se repetirán, y no con poca frecuencia.
Tiene sentido tratar de limitar y prevenir estas crisis, y las reformas sistémicas que EU y la UE solicitaron hace más de una década fueron apropiadas. Pero hay un límite a lo que se puede hacer. Parte de la razón se deriva de la naturaleza de la regulación en sí. Y parte es que entre más restricciones se imponen a los bancos, habrá más intermediación financiera fuera del sistema bancario.
Consideremos el modelo bancario clásico, en el que los pasivos líquidos se utilizan para financiar activos relativamente ilíquidos y difíciles de valorar, como préstamos a empresas. Esta discrepancia entre las cualidades de los activos y los pasivos es la razón por la que se necesitan los bancos. También es lo que hace que los bancos sean tan difíciles de regular: si el valor de los activos bancarios no es transparente para el mercado, tampoco lo será para los reguladores ni para los depositantes.
Un enfoque para este desafío es limitar a los bancos a activos “más seguros” e imponer requisitos de capital. Son buenas ideas, pero no resuelven el problema. Por un lado, si los bancos se limitan a activos más seguros, eso tenderá a volverlos menos rentables en tiempos normales y los acercará a la insolvencia en tiempos difíciles.
Por otro lado, una iniciativa para que los bancos sean más seguros puede transferir efectivamente el riesgo a otros sectores de las finanzas. Puede pasarse a fondos del mercado monetario, prestamistas de crédito comercial, fintech, compañías de seguros, crédito comercial y otros espacios. Estas instituciones generalmente están menos reguladas que los bancos y no tienen el mismo tipo de acceso directo a la ventana de descuento de la Reserva Federal.
Esto no es meramente hipotético: en la crisis de 2008 hubo problemas significativos tanto con los fondos del mercado monetario como con las compañías de seguros.
Existe la tentación, ante los acontecimientos recientes, de endurecer en gran medida los requisitos de capital bancario. Nuevamente, eso haría que los bancos fueran más seguros, pero no haría que el sistema financiero fuera más seguro.
Y así, las autoridades de política monetaria permiten que los bancos continúen por su camino potencialmente precario. Cualesquiera que sean sus razones, el hecho es que las regulaciones bancarias pueden ser más estrictas, pero apenas hasta un cierto límite antes de que el riesgo financiero comience a extenderse a otros rincones del sistema, posiblemente más peligrosos.
Seamos claros. No abogo por que no haya regulación. Mi punto es que cualquier régimen regulatorio es un paliativo temporal, no una solución permanente. Es un defecto inherente a toda regulación: tanto los reguladores como los regulados tienden a desplegar una definición retrospectiva de un activo o posición de cartera riesgosa.
Durante la crisis financiera de 2008, por ejemplo, hubo una concentración excesiva de la actividad de derivados en AIG, que luego requirió un rescate. Los derivados financieros se ganaron una mala reputación en muchos sectores y los valores gubernamentales se consideraban un refugio seguro. Con Silicon Valley Bank, el problema era el inverso: su cartera estaba cubierta de manera insuficiente con derivados y swaps de tasas de interés, lo que lo vuelve vulnerable a las grandes oscilaciones de las tasas de interés. Debería haber usado más los derivados.
Es muy fácil decir: “Podemos redactar regulaciones para que esto no vuelva a suceder”. Pero esas regulaciones no evitarán nuevos tipos de errores.
Por eso, si me preguntan cuándo debemos prepararnos para la próxima crisis financiera, mi respuesta siempre es... ya mismo.