Colaborador Invitado

La rebelión de Wagner: ¿signo de fragilidad del Estado ruso?

Wagner fue fundado en 2014 por el oligarca Prigozhin, amigo cercano del presidente Putin y otros personajes como Outkine.

La rocambolesca “revuelta armada” de la milicia “privada” Wagner dejó perplejos a comentaristas en los medios de comunicación, así como a intelectuales y líderes políticos. Un día sabremos lo que realmente sucedió durante (y antes de) esas 24 horas que pusieron al régimen ruso en vilo. Esperando que el tiempo haga su tarea -y admitiendo un coeficiente de ignorancia debido a la desinformación que provoca un régimen autoritario y en guerra- en este artículo planteamos algunas ideas que pueden ayudar a esclarecer la discusión.

El surgimiento de Wagner debe ser ubicado en un contexto económico, político y social determinado. Las actividades y características del grupo reflejan tendencias más amplias en la evolución de la oligarquía rusa y de los grupos del crimen organizado, así como sus respectivas relaciones con el Estado ruso y sus actividades en el exterior. Los grupos del crimen organizado comenzaron a ser visibles en los años 1990, en la Rusia post-socialista de Yeltsin y han jugado un papel importante en el paisaje político ruso. Aparecieron así las primeras estructuras de seguridad: ante el capitalismo naciente acompañado de privatizaciones salvajes y un aumento en los niveles de criminalidad, las grandes corporaciones y los nuevos oligarcas debían proteger sus activos. Comenzaron así a contratar un importante sistema de seguridad. Estas estructuras cambiaron de forma con el tiempo y a lo largo de las décadas, las características del crimen organizado ruso evolucionaron hacia una forma más sofisticada de delincuencia, imbricada con los negocios legales.

Wagner fue fundado en 2014 por el oligarca Prigozhin, amigo cercano del presidente Putin y otros personajes como Outkine, antiguo oficial de las fuerzas especiales militares rusas. Prigozhin pasó varios años en prisión en la década de 1980, luego de ser arrestado por actividades delictivas tales como fraude y robo a mano armada; al salir comenzó a trabajar en la restauración y pocos años después logró crear su propio restaurante en San Petersburgo en los años 1990 frecuentado por las élites de la ciudad, incluido Putin, de ahí que se conociera como el “chef de Putin”.

En sus inicios Wagner se presentaba como una empresa militar privada rusa que suministraba mercenarios antes de comenzar a diversificarse hacia la prospección minera y la explotación de diversos recursos naturales, particularmente en África. El grupo está compuesto en su mayoría de presos reclutados en prisiones y el resto son básicamente mercenarios, en su gran mayoría excombatientes de Afganistán y la zona postsoviética como Abjasia y Chechenia. Ha operado u opera en Siria, Libia, Malí, República Centroafricana, Sudán, Burkina Faso y Mozambique.

Wagner diversificó sus actividades además de la asistencia militar, de las operaciones de combate y adiestramiento. Su componente ilegal incluye ejecuciones extrajudiciales, abusos y tortura. Entre sus actividades económicas se encuentran la explotación de los recursos naturales como el oro y los diamantes. Aunque algunas de estas actividades se enmarcan en acuerdos formales con los gobiernos, también ha sido documentada la explotación y el tráfico ilegales de recursos. Wagner estaría detrás de la creación de la Internet Research Agency, herramienta de propaganda en internet. Los gobiernos occidentales han acusado al régimen ruso de estar detrás de las grandes campañas de manipulación en el contexto de las campañas políticas. Se conjugan principalmente dos objetivos centrales del grupo: la búsqueda de riquezas y ganancias y la expansión de las zonas de influencia del Estado ruso en el extranjero.

Wagner opera en una zona gris, que incluye tanto la economía legal como la ilegal. Es ante todo un instrumento y un subcontratista de la política exterior rusa: el uso del grupo mercenario por parte del Estado ruso reduciría el costo humano y político de las diversas operaciones del régimen en el extranjero. La existencia de grupos militares privados es anterior a la guerra en Ucrania y no son un fenómeno nuevo ni específicamente ruso. Prohibidos oficialmente por la ley, son tolerados o incluso creados por el Estado ruso. Varias fuentes citan alrededor de 30 o 40 “grupos militares privados”, tales como “Patriot” o “Potok”, este último protege los intereses del gigante energético Gazprom.

La invasión de Ucrania impulsó a Wagner al frente de la escena que pasó de ser una organización oscura cuya existencia podría ser refutada, a una estructura ligada al Estado ruso y nodal en los compromisos militares de Rusia en el extranjero, así como una herramienta vital para los intereses geopolíticos del Kremlin. Wagner entró en acción por primera vez en Ucrania en 2014 durante la anexión de Crimea por parte de Rusia y en el Dombás apoyando a los separatistas prorrusos en contra de las fuerzas ucranianas.

Después de varios meses de tensión con los mandos del ejército ruso, Prigozhin acusó el 23 de junio al ejército ruso de haber llevado a cabo ataques mortales en los campamentos de sus combatientes y pidió un levantamiento contra el mando militar. Aseguró tener 25000 combatientes con quienes encabezaría una “marcha por la justicia”. Liderado por su jefe, Wagner se apoderó de las instalaciones militares de Rostov del Don en el suroeste del país, y comenzó a avanzar hacia Moscú, acercándose a menos de 400 km de la capital. Las declaraciones de Prigozhin estaban dirigidas explícitamente contra Gerasimov, jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas, y contra Shoigú, Ministro de la Defensa. Según él, había tomado la decisión de acabar con “el mal causado por los líderes militares” que descuidaron y destrozaron la vida de miles de soldados rusos, al haber sido privadas de municiones durante la campaña de Bajmut. En realidad, se trataría de protestar en contra de la decisión del presidente, concertada con Gerasimov y Shoigú, de que las milicias irregulares entraran oficialmente a los rangos del ejército, siendo la fecha límite para la firma de este acuerdo el 1 de julio. Prigozhin percibió este movimiento como una amenaza directa para la continuación de su actividad cuyo primer fin, al tratarse de una empresa privada, es el lucro. En total Wagner habría derribado seis helicópteros y un avión del ejército ruso.

Putin calificó los hechos como “una puñalada por la espalda”, aseveró que no dejaría instalarse nuevamente una guerra civil y se comprometió a castigar a quienes habían “traicionado” a Rusia. Finalmente, Prigozhin declaró que su objetivo no era atestar un golpe militar, sino protestar con una “marcha de la justicia”. Después de unas cuantas horas y tras la mediación del presidente bielorruso Lukashenko, el líder de la milicia Wagner anunció el retiro de sus tropas y el Kremlin expresó que retiraba los cargos en su contra. Es muy probable que esta “mediación” haya sido una orden recibida por parte de Putin, debido a la relación asimétrica entre ambos países y el apoyo militar que Putin dio a Lukashenko durante las movilizaciones sociales en su contra en el año 2020. Las últimas noticias de los hechos fueron anunciadas por el gobierno ruso: Putin se habría reunido el 29 de junio con Prigozhin y “todos los comandantes y líderes” de Wagner habrían reiterado que eran partidarios y soldados del comandante en jefe de las fuerzas armadas, es decir, de Putin, y que seguirían “dispuestos a seguir luchando por la patria”.

Es interesante señalar cómo el mismo hecho fue percibido de manera muy diferente por distintos comentaristas y académicos. De manera general dos visiones de los hechos han sido sostenidas. La primera es que lo sucedido marca el inicio del fin de la era Putin y que este último y su gobierno han sido gravemente fragilizados. Se subraya que la imagen que se tenía del presidente como un autócrata intocable se destruyó en unas cuantas horas y que cualesquiera que hayan sido los motivos e intenciones de Prigozhin, su rebelión expuso una aguda vulnerabilidad del régimen. Para los lideres occidentales, esta agitación se percibió como una fuente potencial de inestabilidad en Rusia que significaría abrir nuevas opciones militares.

Por otro lado, comentaristas e intelectuales señalan que este episodio es más complicado y menos catastrófico para Putin, quien habría salido en realidad fortalecido. En primer lugar, los hechos ocurridos son percibidos no como el deseo del líder de Wagner de desestabilizar y tomar el poder, sino como el único medio que encontró ante la decisión de que los combatientes de Wagner entraran a las filas del ejército, como el último esfuerzo desesperado en una lucha -perdida- por el poder contra las facciones dentro del establishment ruso. En el fondo, el ejército ruso que no tenía los medios de controlar las operaciones al principio de la guerra los tiene ahora y por ello su decisión de absorber al grupo paramilitar. De tal manera, lo sucedido habría reforzado el poder ruso al “deshacerse” de un personaje cada vez más incómodo; por otro lado, muchos mercenarios pasarán a ser parte del ejército regular, complaciendo a los altos mandos de la armada. El presidente ruso respaldó así al ejército y de manera indirecta aplacó al ala política más radical y ferviente admiradora de Prigozhin. Asimismo, las dudas que existían sobre la obediencia que se debe al jefe máximo de Rusia quedan confirmadas al no haber existido prácticamente ningún apoyo militar o civil al llamado de Prigozhin. Finalmente, este movimiento podría ayudar a Putin a fortalecer su control sobre Bielorrusia y a reforzar un frente militar en el noroeste de Ucrania, razón por la cual los gobiernos de los países bálticos y de Polonia han externado gran preocupación.

Las operaciones y actividades del Estado ruso van a continuar en África pues no debemos olvidar que sirven a los intereses del régimen. Así quedó claramente establecido durante la declaración de Lavrov, ministro de Relaciones Exteriores, quien aseguró a sus socios africanos que los contratos y compromisos serán respetados. Sin embargo, queda incierto el rol y el destino de Wagner. El grupo paramilitar podría ser sustituido gradualmente por otra milicia. Esto dependerá, entre otros elementos, de la especificidad del dispositivo desplegado en cada país. Existirá seguramente una lucha entre ciertos personajes de estas entidades paramilitares por conservar su influencia y poder; es también posible que haya reemplazos y despidos entre los integrantes de Wagner en función de su proximidad con Prigozhin. Se espera que las fuerzas armadas se reorganicen y tomen el control total de las operaciones en la guerra en Ucrania. Quedan todavía varias interrogantes, sobre todo, de qué manera las fuerzas de Wagner se van a reacomodar dentro del ejército regular; y si estos cambios afectarán la “eficacia” militar de la guerra.

La rebelión de Wagner es reveladora de varios fenómenos. Primeramente, durante las horas que duró la “toma” de Rostov del Don, no se observó una reacción rápida y concreta por parte de la Guardia Nacional, ni por parte de los altos mandos del ejército, quienes seguramente perplejos por lo que estaba aconteciendo, esperaron recibir una clara señal por parte de su presidente. Estos acontecimientos muestran las fallas y debilidades de un régimen cada vez más centralizado y un sistema político cada vez más personalizado. En segundo lugar, lo sucedido cuestiona la “eficacia” de los servicios de seguridad que tienen a su cargo las actividades de inteligencia para detectar y contrarrestar las amenazas al Estado y a sus fronteras: el Servicio Federal de Seguridad (FSB), el Servicio de Inteligencia Extranjera (SVR); y el Departamento Central de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (GRU).

No hay duda de que lo sucedido inyecta cierta dosis de incertidumbre para las élites rusas: así se vio cuando esa noche se observó la salida de jets privados hacia Armenia y Turquía. Al mismo tiempo podría despertar un sentimiento de inestabilidad política en la sociedad, que a lo largo de estas últimas dos décadas ha consentido una especie de “contrato social”, aceptando un gobierno cada vez más autoritario y la pérdida de ciertas libertades a cambio de mayor estabilidad política y mejoría general de los niveles de vida. En todo caso, la analogía que hizo el presidente ruso en su discurso con un gran evento histórico -la guerra civil que estalló en el contexto de la revolución rusa a finales de 1917- refleja la escalada de la crisis y la realidad de la amenaza, tal como la experimentó el presidente.

Finalmente, si el régimen ruso se ve fragilizado, obedece más a la fatídica decisión de haber comenzado la guerra, que a las “patadas de ahogado” de un mercenario en desgracia; aunque es verdad que esta insurrección armada abrió la puerta a las críticas y al cuestionamiento “desde el interior” del liderazgo militar ruso.

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