Más de diez mil kilómetros separan a México de Japón, entre ambos media el gran océano Pacífico, y la lejanía no es solo geográfica, somos sociedades distintas. Sus historias, por ejemplo, son muy diferentes, sin embargo, comparten un momento clave para ambos, el periodo en el que formaron un Estado-nación moderno, “la construcción de eso que hoy conocemos como la cultura nacional o el discurso de la cultura nacional va a estar presente en todo el proceso”, explica Amaury García, especialista en arte japonés, en ambos casos, señala, las escuelas de arte fueron parte de esa construcción y se observa en la pintura de paisaje: “estos países se están tratando de representar esos lugares propios, están tratando de utilizar como parte de ese ensamblaje simbólico de lo nacional espacios con los que nos identificamos o espacios que se convierten en símbolo de lo nacional”.
Amaury García es cocurador de Casi oro, casi ámbar, casi luz. Bienvenida del paisaje mexicano al paisaje japonés, exposición que reúne alrededor de 100 obras de arte que exploran similitudes, diferencias e influencias entre el paisajismo mexicano y el japonés. Las piezas provienen de dos colecciones, la del propio museo y la de arte japonés del coleccionista Terry Welch. Del lado mexicano destacan artistas como Eugenio Landesio, José María Velasco, Gerardo Murillo ‘Dr. Atl’ y Luis Nishizawa; del japonés sobresalen Dōmoto Inshō, Hirai Baisen, Tsuji Kakō y Yamamoto Shunkyo, entre otros.
La exposición, abierta al público hasta el 30 de octubre, construye un diálogo entre obras a partir de ideas, contextos y sucesos que ponen en relación estampas típicas tan disímiles como las copas nevadas de los bosques orientales y las exóticas formas de un nopal. En un país y el otro, el arte transformó acciones cotidianas en escenas emblemáticas, y elementos naturales como el Monte Fuji o los volcanes del Valle de México en símbolos: “vamos a ver que a pesar de las lejanías hay preguntas en común, es decir, estos artistas allá y acá sí tienen cuestionamientos similares”.
El recorrido se acompaña de textos informativos y poéticos, junto con herramientas ilustrativas; se juega con el espacio y puntos de acción y reposo que invitan a hincarse para apreciar mejor las piezas japonesas -como ellos lo hacen en sus espacios domésticos- o a sentarse para apreciar cuadros cuya iluminación exalta su expresividad, “creemos que una exposición también puede ser algo en donde el juego y el disfrute más allá del contenido, pueda también funcionar”, comenta García.
Y es gracias a ese juego que al cautivarse con la intensidad de un sol naciente o la oscuridad de una noche campirana, se comprende el título de la muestra, inspirado en el haiku El saúz de José Juan Tablada, pues el espectador logra reconocer lo que une poema y exposición, a México y Japón: la sutileza y la belleza.