A veces los problemas complejos se resuelven con preguntas muy básicas. ¿Permitirías que cualquier persona entre en tu hogar? La respuesta inmediata es ‘no’, porque antes de abrir ese espacio un elemento indispensable es que haya confianza; conocer más de ese posible invitado.
Si procedemos con esa responsabilidad en casa, ¿por qué no habría de seguirse el mismo juicio en la organización? Incluso, ¿por qué no evaluar la integridad de una persona tras años de ocupar una posición en la empresa?
Ser honesto es diferente que ser íntegro y vale la pena subrayar la diferencia entre ambos conceptos, pues hoy tenemos en las organizaciones comportamientos de poca o nada integridad que impactan, y gravemente, a las empresas. Estos actos poco éticos realizados por los colaboradores o líderes llegan al grado de racionalizarse de diferentes maneras. Esto es un ejemplo recurrente: “el empleado robó una presentación porque no le aumentaron el salario y se molestó”.
¿Cuál es la diferencia entre honestidad e integridad?
La honestidad es un valor humano, que consiste en actuar de manera sincera, expresar -por ejemplo- lo que se piensa sin mentir. En este caso la persona procede según sus creencias, sin ocultar nada. En tanto que la integridad forma parte de la personalidad, hay constancia al actuar de esa manera. La persona que se comporte de manera íntegra realiza las prácticas y las acciones correctas, no solo las piensa, sino que actúa y acepta que debe haber ética.
Entonces, un líder puede ser honesto, decir que las personas son lo primero, pero no cumplir la premisa, y si el escenario en el lugar de trabajo no le beneficia puede verse tentado a actuar de forma deshonesta.
Las mentiras, el falseamiento de datos, ocultar información, desviar recursos, robo hormiga y otros tipos de actos poco éticos pueden presentarse hasta en los mejores equipos de trabajo, en teoría, más sólidos.
Aunque no todas esas acciones tienen la misma gravedad, hasta la menor transgresión puede impactar de manera importante a la organización, al menos el 10% de los ingresos pueden verse mermados por comportamientos poco éticos por parte de los colaboradores, de acuerdo con nuestro último reporte de Integridad Laboral.
Y como siempre digo, todo es cuestión de confianza y por ello debe haber más conciencia y conocimiento sobre cómo y porqué cambia la integridad de una persona. Esto ayuda a prever escenarios. Hoy sabemos, por ejemplo, que 16% de los candidatos a un puesto, en Latinoamérica, mienten en las entrevistas de trabajo. Es decir, desde antes de ocupar un puesto de trabajo mienten, así que es vital medir, evaluar, generar un mindset en los líderes para que conozcan la importancia de evaluar ¿a quién invitas o le conservas la invitación de estar en tu casa, en el lugar de trabajo?
El costo de la mentira laboral
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Victimización de Empresas (ENVE, 2020), del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), la corrupción, el robo hormiga y el fraude forman parte de los delitos que de manera más frecuente sufren las empresas en México, es decir, se trata de actos que representan deshonestidad de los colaboradores.
A su vez, la Asociación de Certificadores de Fraude (ACFE, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos calcula en su informe Fraude Ocupacional 2022, realizado en 133 países, que las pérdidas económicas en las empresas supera los 3.6 mil millones de dólares anuales, e indica que los dueños o altos ejecutivos cometen el 23% de este delito, lo que representa el mayor impacto económico.
El fraude ocupacional, el que cometen los individuos contra las organizaciones que los emplean, se considera el delito financiero más costoso y común del mundo. Las áreas donde más se comete son: operaciones (15%), contabilidad (12%), alta dirección (11%), y ventas (11%), señala ACFE. Una de las razones por las que es tan costoso y común es simplemente que hay muchas personas en condiciones de realizar estos delitos.
¿Qué funciona para prevenir la deshonestidad?
De acuerdo con el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), una empresa íntegra es más competitiva y algunos de los beneficios que obtienen las organizaciones que deciden apostar por la honestidad tanto de empleados como directivos son: atraer nuevos clientes, retener talento y llegar a nuevos mercados.
Cuando hay ausencia de esto, ‘abrimos la puerta’ a la ineficacia, el mal ambiente laboral, las fallas con los clientes, entre otros aspectos. La clave es evaluar antes de contratar y luego ejecutar estas mediciones tras algún tiempo de antigüedad de la persona, al menos cada tres años, pero lo ideal es de manera anual, y así identificar desde un posible comportamiento deshonesto, hasta la inteligencia emocional frente a determinados hechos.
Sabemos que cuando una persona recibe retroalimentación de una prueba de honestidad, tiende a disminuir la posibilidad de un comportamiento deshonesto, porque la persona sabe que fue evaluada; es una muestra de que la empresa se preocupa por mantener códigos respecto a ética, valores organizacionales. No en vano, se ha experimentado un incremento de casi el 40% en el uso de pruebas digitalizadas sobre integridad y honestidad en los últimos dos años.
Después de la pandemia de COVID-19 se ha dado un aumento en el riesgo de malas conductas en las empresas, debido -entre otros factores- a las afectaciones económicas causadas, la incertidumbre y el aumento en las cargas de trabajo.
Ante estos datos, es vital contar con herramientas que ayuden a procurar la integridad en todos los niveles e implementar acciones concretas que garanticen tener a los mejores líderes, pues la falta de esta cualidad puede llevar a cualquier organización al fracaso.