Colaborador Invitado

La regulación de la inteligencia artificial. Una herramienta para lo humano

Los resultados de la transición tecnológica no están predeterminados. Son los humanos los que están detrás de la decisión de incorporar tales tecnologías y los que deben guiar el proceso de transición.

Uno de los temas que resulta cada vez más recurrente es el de la inteligencia artificial, que de manera abrupta se ha ido incorporando en todas las actividades de la vida en sociedad. Al principio, se fue introduciendo casi imperceptiblemente en la vida económica, a partir de la automatización de los procesos de atención al cliente o la generación de algoritmos predictivos y de comercio electrónico. También la hemos percibido como internautas, al navegar en los buscadores o al interactuar en nuestras redes sociales, acercándonos temas, bienes y servicios que compaginan con nuestras preferencias, intereses y necesidades.

Ha hecho su aparición en el campo científico y de la investigación, en el que ha gestado una revolución por todas las posibilidades que se abren gracias a su uso, al igual que en el mundo de la cultura e incluso de las artes, que también han sido testigos de las capacidades de la inteligencia artificial, al ver múltiples recreaciones y reinterpretaciones generadas a partir de otras obras, ello con independencia de las polémicas que ha suscitado en torno a la originalidad de los productos académicos y científicos derivados de su uso.

En el aula es cada vez más común escuchar a nuestros alumnos acerca de su uso para elaborar trabajos y tareas, así como para el estudio de los temas que son de su interés, al igual que en las oficinas y despachos, mediante la redacción de un simple correo electrónico y hasta el planteamiento de consultas sofisticadas, que permiten generar diversos insumos necesarios para la toma de decisiones.

En consecuencia, podemos afirmar que nuestra cotidianidad está cada vez más inmersa en esta tendencia global que, si bien tiene su punto de partida en el sector tecnológico, ha ido permeando rápidamente en los ámbitos económico, científico, político, cultural y social, entre otros.

Como sucede con todo cambio y más de orden social, esta irrupción ha despertado múltiples opiniones e inquietudes, algunas de ellas con visiones catastróficas, en las que se percibe un miedo, una sensación de desplazamiento de lo humano por la máquina que es natural y factible en muchos casos, otras visiones muestran una total apertura a esta tecnología, haciendo uso de estas herramientas con toda libertad y, sin tomar en cuenta, ya sea de manera consciente o inconsciente, las implicaciones jurídicas, éticas o morales de su empleo y entre estas dos posturas podemos encontrar una amplia gama de matices en los que podríamos detenernos sin duda alguna.

Una de estas inquietudes la encontramos en la vida laboral, que está siendo remodelada por la adopción de la inteligencia artificial en el mundo empresarial y de los negocios en general. En este campo, no cabe duda de que nos encontramos en un período de transición relevante, en el que algunos puestos de trabajo son susceptibles de caer en el desuso a la luz de la automatización que brindan estas herramientas. De acuerdo con la consultora Accenture, algunos ejemplos de estos puestos que pueden decaer con el uso de la inteligencia artificial en las empresas son los empleados postales, cajeros y trabajadores de tiendas, redactores y periodistas, operadores de telemarketing, analistas de datos y asistentes legales, entre otros.

Es claro que los empleos que desempeñan funciones administrativas son los que tienen un mayor riesgo de cara a la automatización, sin embargo, de acuerdo con un estudio de la Organización Mundial del Trabajo (OIT), denominado Generative AI and Jobs: A global analysis of potential effects on job quantity and quality, lo más probable es que el mayor impacto de esta tecnología no sea la destrucción de empleo, sino más bien los cambios potenciales en la calidad de los puestos de trabajo, en particular la intensidad del trabajo y la autonomía.

Sin embargo, también se ha destacado por varios especialistas que a la par que algunos empleos son susceptibles de caer en desuso, existe otro tanto que se va creando o va tomando auge en torno a estas actividades, como los analistas en inteligencia comercial y de seguridad informática, especialistas en inteligencia artificial, en sostenibilidad ambiental y aprendizaje automático, entre otros. Lo anterior, con independencia de que existen otros grupos, como los directivos, los profesionales y los técnicos, cuyo riesgo ante la exposición de la inteligencia artificial es menor. La inteligencia artificial puede interpretar, reinterpretar, relacionar y analizar cualquier cantidad de datos, pero carece de creatividad, de compasión, de empatía o de comunicarse con los seres humanos y ganarse su confianza, por lo que aquellos empleos en los que se utilicen las denominadas habilidades blandas tienen poca probabilidad de sustitución por estas herramientas.

Casos concretos en los que hemos podido observar la complejidad que puede tener este panorama los tenemos en las recientes huelgas de actores y guionistas en Estados Unidos, relacionados con el uso de la imagen digitalizada de los artistas o el uso del ChatGPT en el desarrollo de guiones, son ejemplo de los nuevos tópicos a considerar en las relaciones laborales y en las estrategias de negocio.

En todos los casos que hemos tocado a lo largo de esta pequeña reflexión, lo que resulta claro es que nos encontramos ante un fenómeno imparable, que ha venido a transformar muchos aspectos de nuestra vida, que no tiene por qué ser interpretado de manera negativa, ni mucho menos catastrófica, sin embargo, resulta indispensable regular desde el punto de vista ético y jurídico el uso de estas herramientas, para que sean empleadas como tales y no representen un riesgo de desplazamiento o una enajenación de lo humano. Para ello, se requiere de la participación del Estado, como garante de políticas que apoyen una transición ordenada y justa, poniendo sobre la balanza no solamente las razones del mercado, sino también, a los trabajadores y a los consumidores, mediante programas de capacitación y una adecuada protección jurídica y social, sin dejar de considerar a las empresas y a las instituciones educativas, con la finalidad de generar medidas integrales, que permitan una transición ética y responsable, con la participación de todos.

No quiero dejar mi reflexión sin resaltar una de las conclusiones a las que arriba la OIT en este estudio, en el sentido de que los resultados de la transición tecnológica no están predeterminados. Son los humanos los que están detrás de la decisión de incorporar tales tecnologías y son los humanos los que deben guiar el proceso de transición.

Juan Otero Varela

Dr. Juan Manuel Otero Varela

Profesor investigador y director académico del programa de Maestría en Derecho Administrativo en el Posgrado de la Facultad de Derecho de la UP; miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel I; y miembro del Foro Iberoamericano de Derecho Administrativo.

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