Colaborador Invitado

La alquimia del nearshoring

Se hace mucho énfasis en que en 2023 México desplazó a China como el principal país exportador a Estados Unidos, pero no se dice que eso ha ocurrido más por deméritos chinos que por virtudes mexicanas.

El dorado de México por estos días se llama nearshoring. Es el tema central de múltiples foros académicos y empresariales, donde predomina una suerte de euforia contenida. También fue objeto de un decreto de incentivos fiscales en octubre pasado, que abarcan la depreciación acelerada de inversiones y deducciones para capacitación de trabajadores en diez sectores industriales. Si bien el potencial es enorme, para materializarlo hace falta un esfuerzo coordinado que va más allá del incentivo fiscal y tiene que ver con la identificación y movilización de capacidades productivas en todo el país y la provisión diferenciada y suficiente de bienes públicos.

La mayoría de los reportes que buscan cuantificar la oportunidad del nearshoring están construidos con la misma lógica. Se identifican los códigos industriales que exportan mayores volúmenes de China a Estados Unidos, y se cruzan con los de actividades y segmentos de cadenas de valor que ya existen en México. Algunos inclusive van más lejos, en un esfuerzo por aprovechar la oportunidad con el menor esfuerzo posible, dándole prioridad a los sectores industriales que cuentan con capacidad ociosa.

Hay varios problemas asociados con esta manera de ver las cosas, pero me gustaría centrarme específicamente en dos. En primer lugar, todo el énfasis está puesto en aumentar el volumen de actividad económica en sectores industriales que ya existen (margen intensivo), omitiéndose por completo el espectro de actividades y empleos que el país podría desarrollar (margen extensivo) reutilizando sus capacidades productivas actuales. En segundo lugar, esta manera de pensar —por definición— llevará a un incremento de la desigualdad, porque busca maximizar las posibilidades de un parque industrial que ya de por sí está distribuido de una manera muy heterogénea por la geografía del país. De hecho, sin intervención gubernamental —en el escenario pasivo— lo que cabe esperar es lo que ya ocurrió con la entrada de México en el GATT (1986) o el Tratado de Libre Comercio (1994): una ampliación significativa de la brecha de ingresos entre el centro y norte de México y los estados del sur y del sur-sureste.

¿Por qué predomina esta visión? Una posibilidad radica en que pensar sobre la oportunidad de nearshoring de esta manera genera la ilusión de que el sector privado no necesita —o necesita menos— de los diferentes niveles de la administración pública. La creación de nuevas actividades económicas suele traer consigo dilemas de coordinación similares al del huevo y la gallina: la actividad no existe porque faltan algunas capacidades, que a su vez no van a existir mientras no se desarrolle la actividad. Si bien concentrarse en industrias con capacidad probada para competir puede reducir las fallas de coordinación y la dependencia de la administración pública, también es verdad que sin una relación constructiva entre el gobierno y el sector privado no se puede llegar muy lejos. En Monterrey, una de las ciudades donde más predomina el optimismo, las discusiones, presentaciones y foros sobre las posibilidades formidables del nearshoring suelen ser interrumpidas por los saltos en los transformadores de energía que vienen con las altas temperaturas y el uso masivo de aires acondicionados.

La oportunidad está allí, pero materializarla y utilizarla como una palanca para promover el crecimiento inclusivo requiere de la intervención del Estado y de una coordinación efectiva entre el Estado y sector privado. Dado que existen grandes diferencias en los ecosistemas productivos de las regiones, es necesario utilizar la riqueza de datos de México para identificar sectores con potencial que pueden ser desarrollados reutilizando las diferentes capacidades de cada lugar. Las oportunidades de diversificación que el nearshoring puede abrir en lugares con grandes aglomeraciones de conocimiento tales como Nuevo León, Sonora y Chihuahua, serán muy distintas a las de otros con menor densidad, pero en donde la mano de obra, el agua y la energía son relativamente más abundantes, tales como Veracruz, Oaxaca o Chiapas. A partir de allí, es posible priorizar la inversión en bienes públicos según su impacto en las actividades que tienen mayor potencial en cada lugar.

Hasta aquí ha ocurrido relativamente poco. Se hace mucho énfasis en que en 2023 México desplazó a China como el principal país exportador a Estados Unidos, pero no se dice que eso ha ocurrido más por deméritos chinos que por virtudes mexicanas. De hecho, en los últimos cinco años (2018-2023) la proporción del mercado de Estados Unidos capturada por importaciones mexicanas apenas pasó de 15% a 16%, mientras la de China se reducía en ese mismo periodo de 21% a 15%. No tiene por qué ser así, pero para ganar terreno real en ese mercado es necesario reconocer que esa expansión productiva de carácter inclusivo que muchos proclaman y el país tanto necesita no es el tipo de resultados que suele producir el mercado de manera espontánea.

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