Para que el país pueda capitalizar plenamente el fenómeno del nearshoring y mantener su atractivo como destino de inversión extranjera, es crucial abordar los desafíos en su sistema eléctrico y promover la transición hacia energías limpias y sostenibles.
México está viviendo un momento histórico, por un lado, el fenómeno del nearshoring le está dando al país un impulso sin precedentes a la economía nacional, como lo demuestra el reciente hito en febrero pasado, cuando México superó a China en exportaciones hacia Estados Unidos. Sin embargo, al mismo tiempo, México está dando señales preocupantes a nivel del sistema eléctrico nacional, esencial para que el nearshoring se desarrolle. En junio pasado, nuestro operador del sistema eléctrico tuvo que limitar el consumo de ciertas industrias para evitar el colapso de la red de transmisión.
¿Qué es exactamente el nearshoring y qué lo impulsa? El nearshoring es un modelo industrial que consiste en trasladar los centros de producción a un país cercano que pueda generar economías en costos. Estos menores costos pueden materializarse de varias formas: en incentivos fiscales como menores impuestos o subsidios, en menor costo de mano de obra, en menos costos en insumos, en menor costo en energía y combustibles, o en una combinación de todos ellos.
En el caso de México, su proximidad geográfica con Estados Unidos, su principal socio comercial, le otorga una ventaja competitiva frente a otros países que también buscan atraer inversiones extranjeras. Sin embargo, esta ventaja podría verse amenazada si el país no logra garantizar la seguridad, la calidad y la sustentabilidad de su suministro eléctrico, que es clave para el funcionamiento de las industrias.
Este fenómeno ha cobrado impulso debido a dos factores principales: las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y China, y el impacto del COVID-19 en los flujos logísticos mundiales. La pandemia reveló la dependencia global a China en términos de suministro, lo que llevó a las multinacionales a replantear sus estrategias de producción y suministro, privilegiando la proximidad a los centros de consumo. Como Estados Unidos es el mayor consumidor del mundo, México se convirtió en una opción evidente para muchos actores.
A pesar de los beneficios evidentes del nearshoring para México, como mayor inversión extranjera y creación de empleo, es crucial reconocer que este fenómeno está en sus etapas iniciales. La mayoría del crecimiento económico hasta ahora ha sido impulsado por el aumento de la capacidad de producción de empresas ya establecidas en el país. Sin embargo, se espera que la decisión de instalar nuevos centros de producción en México se acelere en el futuro cercano.
No obstante, hay limitaciones que podrían obstaculizar estas inversiones extranjeras, entre ellas, las limitaciones en el sistema eléctrico y la escasez de energía renovable. En un mundo donde las empresas se comprometen cada vez más a reducir sus emisiones de carbono, el acceso a la energía limpia se ha convertido en un criterio crítico para la toma de decisiones de inversión.
En el mundo, la mayoría de las empresas se ha comprometido a reducir sus emisiones para el 2030 y llegar a tener ‘cero emisiones’ en el 2045. Estos compromisos de reducción de emisiones son fuertes y tienen estrategias claras para eliminar las emisiones de Scope 1 y Scope 2 (el Scope 1 cubre las emisiones directas controladas por la organización, el Scope 2 cubre las emisiones indirectas relacionadas con la energía que se compra). Hoy en día, las empresas, al decidir invertir en nuevas fábricas, toman en cuenta el impacto de las emisiones y su trayectoria, es decir, que uno de los criterios clave para aprobar o rechazar la inversión es el acceso y precio a la energía limpia. Y en México, lamentablemente, la energía limpia es escasa, la inversión en energías renovables se ha estancado y la confiabilidad de nuestro sistema eléctrico nacional ha mostrado signos preocupantes.
Para aprovechar al máximo el nearshoring, el país necesita resolver sus problemas de energía. El sistema eléctrico nacional ha sufrido muchos contratiempos. La falta de infraestructura de transmisión y generación es crítica para satisfacer la demanda nacional actual. Si el nearshoring se acelera, el país tendrá un problema mayor, con el riesgo de perder las inversiones. Según Morgan Stanley, México tendría que invertir más de 8 mil millones de dólares anuales durante 15 años para estabilizar la situación. Esto requiere de un marco regulatorio claro, certeza jurídica y complementariedad entre el sector privado y el público.
En cuanto a las líneas de transmisión, el rezago en proyectos e inversión es dramático. La red eléctrica nacional no ha tenido cambios significativos en más de una década. México tiene hoy casi los mismos kilómetros de líneas de transmisión eléctrica que en 2013. Las necesidades son enormes y el sector privado no puede hacer mucho, ya que la transmisión en México es un monopolio estatal. Podría haber esquemas de colaboración público-privada para construir nuevas líneas de transmisión, pero eso requeriría voluntad política y tiempo. Por otro lado, México tiene recursos solares y eólicos muy buenos, el potencial de generación renovable en México es enorme. Sin embargo, la inversión privada en renovables se paralizó por completo en 2018.
La buena noticia es que el país tiene un marco legal y regulatorio que permitiría reactivar la inversión en proyectos renovables. Pero aumentar la energía intermitente (solar y eólica) en una red de transmisión débil supone retos tecnológicos importantes. Afortunadamente, la tecnología de almacenamiento por baterías está madurando. Combinar proyectos solares y eólicos con tecnología de almacenamiento podría ser una solución viable pero se necesitan mecanismos de mercado adecuados para su implementación.
Ante este escenario, México tiene que definir si quiere aprovechar el potencial del nearshoring para impulsar su desarrollo económico y social, o si quiere arriesgarse a perder competitividad y aislarse de sus aliados. Para ello, es necesario que el país adopte una política energética que promueva la diversificación de las fuentes de generación, que garantice la seguridad y la calidad del servicio, que incentive la inversión y la innovación, y que contribuya a la mitigación del cambio climático.
El autor es consejero de la Asociación Mexicana de Energía (AME).