En política exterior la educación es una apuesta factible y redituable si hay voluntad política y coordinación interinstitucional. En 2004 la Secretaría de Relaciones Exteriores intentó recuperar el sentido de la cooperación educativa, que a mediados del siglo xx había hecho de México el ámbito de formación de las élites políticas y tecnológicas hispanoamericanas.
Ese año, tras una reducción del 75% del presupuesto del área cultural, solicitamos a las direcciones políticas comunicarnos sus prioridades regionales y elaboramos un esquema concéntrico jerarquizado: 1. Centroamérica y Caribe. 2. Sudamérica y Estados Unidos. 3. China, Japón y Corea. Las representaciones buscaron aportaciones en las empresas de su adscripción con intereses en nuestro país. Redujimos las asignaciones de los institutos de México en Francia y España para reforzar las de los institutos en Belice y Costa Rica y asignamos, por primera vez, un apoyo económico específico para cultura a las embajadas en América Latina. Acudimos al CONACULTA y al INBA, pusimos las cartas sobre la mesa y la respuesta no pudo ser más solidaria.
Los años como diplomático en Cuba me habían mostrado el exponencial impacto político de la cooperación educativa por el vínculo afectivo que produce la vivencia estudiantil y el efecto de imagen en los países beneficiarios. Con ello en mente, recuperamos el área académica de la S.R.E. y, en vez de ofrecer unas pocas becas por país, concentramos en una sola bolsa la oferta mundial para asignarlas según el esquema de prioridades geopolíticas. Alberto Vital Díaz, quien tiempo después sería director del Instituto de Investigaciones Filológicas y luego coordinador de Humanidades de la UNAM, aceptó hacer una pausa en su carrera universitaria y asumir el área académica. Sobre la base de su conocimiento del medio y la pericia contable de Enrique de la Vega, nuestro coordinador administrativo, elaboramos un proyecto enfocado a los países de menor desarrollo económico relativo del continente. La idea fue destinar las becas a licenciaturas de impacto inmediato en el desarrollo que eran impartidas como áreas de excelencia en universidades públicas y privadas fuera de la Ciudad de México.
Enrique elaboró un estudio de factibilidad financiera. Alberto tejió una red de alianzas en el marco de la ANUIES. El resultado fue el número de becas más grande ofrecido en la historia diplomática mexicana: 100 becas por país (80 para licenciatura y 20 para posgrado), con la expectativa de mantenerlas hasta el fin de los estudios de los becarios.
El proyecto inició con Paraguay. El gobierno paraguayo lanzó la convocatoria y seleccionó quinientos candidatos hombres y mujeres. De inmediato el CENEVAL envió un equipo técnico a Asunción para aplicar el examen de ingreso a las universidades mexicanas, lo cual redujo a doscientos los candidatos seleccionados. Para la tercera etapa Alberto y Enrique se trasladaron a entrevistar a cada uno de los doscientos finalistas. En caso de empate, la preferencia la tuvo el estudiante de menores recursos socioeconómicos.
Como el costo del traslado resultaba elevadísimo, propusimos pedir ayuda al Estado Mayor Presidencial para que uno de sus aviones los transportara. El asunto llegó al titular del poder Ejecutivo, quien ordenó el uso del avión presidencial para el efecto. El impacto en Paraguay fue fabuloso, ¡el gobierno mexicano enviaba el avión del presidente para llevar a sus jóvenes a estudiar becados en México! La llegada al Hangar Presidencial fue muy emotiva. Ver bajar del avión a los chicos y chicas con banderas mexicanas sobre los hombros y los rostros encendidos de ilusión, producía la sensación de que la diplomacia tenía sentido. Antes de retirarme, busqué al comandante de la nave, un general de la aviación cuyo nombre lamentablemente no retuve, para agradecerle su ayuda. El militar me contestó que había sido la misión más bella de su carrera.
Dada la dimensión demográfica de Paraguay, muchísima gente tenía alguna vinculación con uno, con un amigo o con un familiar, de los becarios. A finales de ese año asistí a una reunión en Asunción y tuve oportunidad de atestiguar ese éxito. El natural don de gentes de Antonio Villegas, nuestro embajador entonces, se habían potenciado a raíz del proyecto y se había convertido en uno de los embajadores más respetados y escuchados en Paraguay.
Al año siguiente, 2005, se hizo la misma oferta en Bolivia, Ecuador, Santa Lucía y Jamaica con igual resultado. Habíamos logrado, con el apoyo de ANUIES, CENEVAL, las universidades públicas y privadas del país, los gobiernos estatales, las fuerzas armadas y, sin duda, la voluntad política de la presidencia de la República, establecer una valiosa oferta de cooperación educativa internacional, costeable, de evidente utilidad para los países destinatarios y de clara afirmación de la imagen de nuestro país en el continente. Habíamos logrado articular un auténtico instrumento de política exterior.
Otra enseñanza, valiosa pero menos dulce, fue constatar que la posibilidad dura hasta donde la voluntad política alcanza. La presencia de tres universitarias distinguidas en puestos clave del próximo gobierno (la presidencia de la República, la educación superior y la administración cultural) y de un exrector en la titularidad de las relaciones exteriores, hace abrigar la esperanza de una voluntad política renovada y de sinergias interinstitucionales consistentes y duraderas en beneficio de la proyección internacional del país.