A medida que el mundo enfrenta la imperiosa necesidad de reducir las emisiones de carbono y mitigar los efectos del cambio climático, el gas natural se ha establecido como un recurso clave para la transición hacia una matriz energética más limpia. Sin embargo, su rol en este proceso plantea preguntas complejas: ¿Es una solución verdaderamente temporal o está destinado a tener una relevancia más duradera en el mercado energético?
El gas natural es considerado como el “combustible puente”, es decir, una fuente de energía que ayuda a reducir las emisiones de carbono de manera rápida, mientras se desarrollan y adoptan tecnologías más limpias y renovables, como la solar y la eólica, y más adelante el hidrógeno verde.
En comparación con el carbón y el petróleo, el gas natural emite aproximadamente la mitad de dióxido de carbono (CO2) por unidad de energía producida, lo que lo convierte en una opción mucho menos contaminante para la generación de electricidad y lo hace increíblemente atractivo para acercarnos a las reducciones de emisiones que necesitamos.
Desde una perspectiva económica, el gas natural tiene ventajas importantes en países donde la matriz energética no está tan desarrollada, y que van más allá de la generación: en México las localidades que cuentan con este servicio industrial y residencial, gozan de un PIB mayor que las regiones donde no está disponible. Su abundancia, la infraestructura existente y su capacidad de proporcionar energía de manera continua lo hacen atractivo en el corto y mediano plazo para traer crecimiento y seguridad en el suministro.
Por otra parte, hay países donde los avances en tecnologías de almacenamiento de energía y la caída de los costos de las energías renovables están desafiando la primacía del gas natural. Las baterías de almacenamiento de energía a gran escala están comenzando a ofrecer soluciones para superar la intermitencia de las fuentes renovables, reduciendo la necesidad de depender de combustibles fósiles para la estabilidad del suministro.
Esto ha llevado a analistas a cuestionar si el gas natural puede sostener su posición a largo plazo, o si su papel será más bien efímero a medida que se acelera la transición hacia una economía de bajas emisiones de carbono.
Sin embargo, hay dos temas fundamentales que nos permiten ver al gas natural como uno de los grandes protagonistas de la transición energética:
1. La demanda creciente: vivimos en un mundo que sigue creciendo y ese crecimiento trae mayor demanda de energía. No sólo necesitamos sustituir las fuentes existentes con energías limpias, sino construir mayor capacidad, haciendo el cambio total un proceso más complejo.
2. Su infraestructura: Las redes de transporte y distribución de gas servirán en el futuro para transportar gases más limpios como el Biometano, que también se busca desarrollar en México, y más adelante el Hidrógeno Verde.
Por eso a pesar de que su futuro a largo plazo puede verse incierto, el gas natural va a jugar un rol transcendental en la transición energética durante los próximos años para seguir reduciendo las emisiones, a la vez que seguimos desarrollando e implementando más energías renovables más eficientes, que nos ayuden a cubrir las necesidades actuales y futuras.