Los resultados del colegio electoral de Estados Unidos son contundentes al momento que escribo estas líneas. Donald Trump será presidente por segunda ocasión de la economía más grande del mundo, esta vez acompañado por mayorías del Partido Republicano tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. Lejos de ser una contienda dividida, el resultado de la elección arrojó una victoria contundente para su partido. La intención de voto a su favor se incrementó en prácticamente todos los estados y creció notablemente entre grupos de población como blancos y latinos, más allá del sexo de los votantes.
¿Nos debe preocupar la versión 2.0 de Trump? Es quizás la pregunta que recibí con mayor frecuencia en los últimos dos días, tanto en entrevistas como de parte de familiares y amigos. Resulta poco probable que olvidemos lo que significó su primera victoria hace ocho años, porque desde la retórica de su campaña, cargada de odio contra México, impulsó una agenda que tuvo enormes consecuencias para nuestra economía. Primero, por la incertidumbre que se manifestó en una enorme volatilidad de los activos financieros locales, y en un impacto negativo severo sobre la inversión física. Este último solo se disipó cuando concluyó el proceso de renegociación del tratado de libre comercio.
¿Genuinamente lo ves amenazante? Me preguntó la mañana del 6 de noviembre uno de mis grandes amigos. Mi respuesta fue en dos partes. Desde el punto de vista de incertidumbre, los inversionistas financieros estaban posicionados de forma muy distinta con respecto al 2016. Los mercados de renta fija anticipaban con una probabilidad relativamente alta un escenario así de favorable para los republicanos, por lo que el ajuste de corto plazo en las posiciones de sus portafolios no tuvo que ser tan drástico. De hecho, del tipo de cambio entre el peso mexicano y el dólar estadounidense se depreció de forma significativa la tarde del 5 de noviembre, pero para la tarde del 6 de noviembre prácticamente había recuperado su nivel previo a la elección.
A esto debemos añadir el balance de riesgos para la economía real, esto es, para la agenda de políticas públicas que puede impulsar la nueva administración con efectos sobre el crecimiento de la economía mexicana, la dinámica del mercado laboral y la evolución de los precios. Desde esa perspectiva se pueden identificar elementos que resultan potencialmente peligrosos para la economía del país, pero también otros que podrían impulsar un mayor crecimiento.
En ese balance resulta estratégico evaluar la postura fiscal que adoptará el gobierno de Trump y las implicaciones que esto tendrá sobre el sector energético del vecino del norte. El presidente electo ha sido vocal en promover una reducción de la carga fiscal y regulatoria para las empresas de su país, lo que ha impulsado las acciones de empresas en el sector energético y de servicios financieros, incluidas algunas tecnológicas.
Aunque este estímulo será útil para dinamizar el sector privado de Estados Unidos, también implicará un costo fiscal adicional. Las trayectorias de déficit y deuda pública de la economía estadounidense se encuentran comprometidas y las preocupaciones sobre su sostenibilidad cada vez son mayores. Como dicta la teoría, es fundamental la relación entre el costo de financiamiento y el crecimiento de la economía, de tal forma que la propia actividad pueda financiar el pago de intereses de la deuda que se contrata para financiar el estímulo. El manejo que haga la administración de Trump sobre sus finanzas públicas tendrá efectos colaterales sobre la inflación y el riesgo sistémico de la economía de Estados Unidos, por lo que además influirá sobre la postura que adopte la Reserva Federal.
El riesgo asociado al sector energético va de la mano de temas ambientales. Si se confirma una regulación más laxa, particularmente para la construcción de gasoductos, podría haber un impacto positivo para el perfil de generación eléctrica de México. No obstante, los costos ambientales continuarán creando presiones en precios para ambos países. Esto sin mencionar los retos para las energías renovables, en un clima relativamente más adverso con la potencial reversión de las políticas que impulsó la administración de Joe Biden.
En síntesis, los impactos para el sector real del país permanecen inciertos en el agregado, pero habrá diferentes personas y empresas que se beneficien o perjudiquen en función de las políticas públicas que se impulsen en sus respectivos sectores. Más allá de las amenazas de aranceles a las exportaciones o remesas, que en sí mismas serían severas para el nivel de financiamiento externo que hoy reciben los hogares del país, habrá que prestar atención a la conducción de la política fiscal en Estados Unidos, especialmente porque si su percepción de riesgo continúa deteriorándose, las posibilidades de un escenario favorable para algunos sectores del país podrían reducirse notoriamente.