El 24 de febrero de 2022, Rusia lanzó una invasión a gran escala de Ucrania, matando a miles de personas y provocando una destrucción masiva. El 19 de noviembre se cumplen 1,000 días de esta guerra. 1,000 días de lágrimas, dolor, desesperación, resiliencia, esperanza e indomabilidad. Ucrania resiste y cree en la victoria. Después de casi 1,000 días de guerra, Putin no ha logrado ninguno de sus objetivos estratégicos. El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy, no huyó. Kyiv no cayó. Y Ucrania no se rindió.
Cada día vemos la destrucción que Rusia trae a Ucrania. Los ucranianos sienten en carne propia todos los horrores de lo que se denomina el “mundo ruso”. Rusia lanza misiles contra civiles por una única razón: el intento ilusorio de una persona por restaurar un imperio perdido. Rusia trata de convencer de que la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos son valores falsos, porque durante la guerra no protegen a nadie. Rusia intenta demostrar que solo la fuerza militar tiene valor, y por eso un Estado con un potente potencial militar y armas nucleares puede dictar sus propias reglas al mundo y cambiar las fronteras internacionalmente reconocidas. No es una guerra entre dos países, es una guerra entre dos sistemas: el autoritarismo y la democracia.
Por eso es tan importante en tiempos de guerra hablar del por qué luchamos. Y sobre temas como la paz, la justicia, el sistema internacional, la reconstrucción y el futuro.
Ucrania anhela la paz más que nadie. El presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskyy, presentó en otoño de 2022 su Fórmula de Paz y, más recientemente, el Plan de la Victoria. Esta es nuestra visión de cómo lograr la paz y la victoria. Nuestra Fórmula se basa en los principios fundamentales de la ONU y la restauración del derecho internacional.
Pero sabemos con certeza que la paz no llega si se obliga al país atacado a dejar las armas y dejar de defenderse. Entonces, eso no es paz, es ocupación. Y es simplemente otra forma de guerra. La paz es la libertad de vivir sin miedo a ser atacado de nuevo. Por eso, los llamados a no darle armas a Ucrania para su defensa, argumentando que eso fomenta la escalada del conflicto, no son simplemente erróneos. Son inmorales.
Rusia, en el momento de la invasión a gran escala, tenía un potencial militar desproporcionado con respecto a Ucrania, una cantidad mucho mayor de población, y su economía era considerada la undécima del mundo. Si en estas condiciones no se ayuda a Ucrania a defenderse del ataque de Rusia, eso significa ayudar a Rusia a ocupar Ucrania.
No se puede mantener la neutralidad frente a las violaciones del derecho internacional y el sufrimiento humano. Es necesario denominar las cosas como son, ya que la neutralidad en este caso es sinónimo de indiferencia, y peor aún, es sinónimo de complicidad.
En esta guerra, Ucrania lucha por la libertad en todos los sentidos. Por la libertad de ser un Estado independiente, no una colonia rusa. Por la libertad de tener una identidad propia, no criar a los niños ucranianos como rusos. Por la libertad de elegir democráticamente, no vivir en una sociedad donde el poder determina en qué creer, a quién amar, qué decir y por qué luchar y morir.
Está en juego la propia existencia de Ucrania y los ucranianos. Si cesamos en la lucha, simplemente dejaremos de existir. Por lo tanto, no tenemos otra opción que resistir.
La gente en los territorios ocupados entiende perfectamente que Rusia ha impuesto el terror para mantenerlos bajo control. Rusia está eliminando deliberadamente a personas activas, como alcaldes, activistas sociales, periodistas, voluntarios, sacerdotes y artistas. Las personas bajo ocupación no tienen ninguna oportunidad de proteger su libertad, propiedad, vida y seres queridos.
En 2022, en la ciudad de Izium, en la región de Járkiv, liberada por el ejército ucraniano, encontraron en una tumba anónima en el bosque, con el número 319, al escritor Volodymyr Vakulenko, asesinado. Él escribía obras para niños, y toda una generación en Ucrania creció leyendo su “Libro de mi padre”. Durante la ocupación rusa, Volodymyr desapareció. Su familia mantuvo la esperanza hasta el final de que estuviera vivo y, como miles de otros, en cautiverio ruso. Les resultó difícil aceptar los resultados de la identificación de su cuerpo. Al escritor infantil Volodymyr Vakulenko, los rusos lo mataron por su posición proucraniana. Al músico y director Yuriy Kerpatenko, los rusos lo mataron en Jersón por negarse a tocar en su concierto. A Ruslan Nechepurenko, que intentaba encontrar medicinas y alimentos con su hijo en Bucha, los rusos lo mataron simplemente porque podían. Estas personas asesinadas no tenían armas en absoluto. Y estas personas merecen justicia.
No habrá paz duradera sin justicia, especialmente cuando Rusia está acostumbrada a utilizar guerras para lograr objetivos geopolíticos y crímenes de guerra como método para ganarlas. La gente aquí en América Latina a menudo pregunta por qué los rusos fusilaron a civiles en Bucha, ¿para qué les hacía falta? Esta crueldad es un resultado directo de la impunidad que Rusia ha disfrutado durante décadas. Los militares rusos cometieron crímenes de guerra en Chechenia, Moldavia, Georgia, Malí, Siria y Libia. Y nunca fueron castigados por ello. Los rusos creyeron que pueden hacer lo que quieran. La violencia y la negación de la dignidad humana se han convertido en parte de la cultura rusa. El mundo democrático debe demostrar con acciones concretas que los criminales rusos no se esconderán detrás de un abstracto Putin y que tarde o temprano tendrán que responder por sus crímenes.
Esto podría salvar vidas humanas. La guerra convierte a las personas en cifras. Solo la justicia puede devolverles sus nombres y, con ellos, la dignidad humana. Debemos darles la oportunidad de buscar justicia para cada persona, independientemente de quién sea, su estatus social, la víctima de qué crimen se haya convertido o el nivel de crueldad que haya sufrido, independientemente de si su caso es relevante para los medios o si se menciona en los informes de las organizaciones internacionales.
Recientemente, se realizó una encuesta nacional en Ucrania, donde los sociólogos preguntaron a los ucranianos qué sería su mayor decepción después del fin de la guerra. La mayoría, un 65.8%, respondió que sería la impunidad por los crímenes de guerra rusos. Por eso es necesario crear un tribunal especial para la agresión y llevar a Putin, Lukashenko y otros culpables de este crimen ante la justicia.
El sistema internacional de la ONU hoy no puede detener los asesinatos de la población civil, la destrucción de ciudades enteras, las deportaciones masivas, las torturas en campos de filtración, la erradicación de la identidad ucraniana y la aparición de nuevas fosas comunes en territorios ocupados. El sistema internacional de paz y seguridad ya no funciona. Creado en el siglo pasado por los Estados vencedores después de la Segunda Guerra Mundial, otorgó privilegios injustificados a ciertos países. Ahora nos encontramos en una situación en la que un miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU puede iniciar un acto de agresión a gran escala y cometer sistemáticamente crímenes de guerra contra la población civil para romper la resistencia y ocupar un país. Si esta situación no se corrige y el orden jurídico internacional no se restaura en un futuro próximo, tendrá consecuencias negativas a largo plazo para el desarrollo del mundo. Los gobiernos invertirán dinero no en educación, ciencia, salud, protección social, resolución de desafíos globales como el cambio climático, la desigualdad social, la erradicación de la pobreza, etc., sino en armas.
La paz, el progreso y los derechos humanos están inseparablemente vinculados. Los valores de la civilización moderna deben ser protegidos. Esto es evidente en el ejemplo de Rusia, que sistemáticamente ha destruido su propia sociedad civil. Sin embargo, los países del mundo democrático cerraron los ojos durante mucho tiempo. Continuaron estrechando la mano del liderazgo ruso, construyendo gasoductos y haciendo “business as usual”. Incluso después de la invasión a gran escala, varias empresas extranjeras continúan operando en Rusia y generando ganancias para el presupuesto ruso, financiando así esta guerra. Por lo tanto, el mundo debe reaccionar ante las violaciones sistemáticas. Los derechos humanos deben ser un factor no menos importante en la toma de decisiones políticas que el beneficio económico o la seguridad.
Putin no teme a la OTAN; lo que teme es la idea de libertad que se acerca a sus propias fronteras.
La guerra en Ucrania ya duró 1,000 días. Pero estas pruebas nos obligan a mostrar nuestras mejores cualidades y luchar por la libertad, asumir responsabilidades, ser valientes, tomar decisiones correctas y ayudar a los demás. Ahora más que nunca sentimos qué significa ser humanos. Luchamos por cosas que no tienen fronteras nacionales: paz, justicia, creación de un sistema internacional que proteja a todos y la posibilidad de decidir nuestro propio futuro. Estos objetivos son comprensibles para todas las personas, independientemente de su nacionalidad, estatus social, color de piel, opiniones políticas y creencias. El mundo democrático ha cedido durante demasiado tiempo a las dictaduras. Por eso es tan importante la disposición de Ucrania a resistir al imperialismo ruso. El mundo necesita el éxito de Ucrania en la lucha por la libertad y la democracia. Porque solo la expansión de la libertad hace que nuestro mundo sea más seguro.