Opinión Colaborador Invitado

Cultura de paz para la protección infantil

Procurar una convivencia pacífica –que emane desde el hogar– es clave en el tipo de relaciones que los niños y las niñas establecerán a lo largo de su vida.

Por Annayancy Varas García, directora de Early Institute

En la protección de nuestros niños y niñas es posible contribuir como agentes preventivos. Ellos lo merecen y nuestra participación haría una diferencia. Sin duda la intervención del Estado es fundamental, pero no es suficiente; por ello, en la medida en que los ciudadanos abonemos a su cuidado y atención, mediante una cultura de paz podrán gozar de una mejor calidad de vida.

Dicho esto, ¿cómo podemos ser constructores de paz para prevenir la violencia a la niñez? Un primer paso es establecer un compromiso para trabajar a su favor. Familia, educadores, autoridades, comunidad y demás cuidadores debemos sumar esfuerzos de manera conjunta.

Otra acción sería romper el silencio haciendo público las diversas problemáticas que afectan a la infancia. De nada sirve si ocultamos o si pasamos por alto las distintas formas de violencia que la amenazan.

Sacar a la luz pública es valerse de los espacios públicos, mediáticos, gubernamentales, entre otros, en los que se haga evidente la existencia de los daños que aquejan a los infantes. Visibilizar es sensibilizar sobre la importancia de combatir tal o cual situación que los pone en riesgo, lo que posibilita estar alertas, actuar en consecuencia y captar la atención de las autoridades.

Una acción más es fomentar la cultura de paz desde nuestros hogares. En este entorno es importante privilegiar el diálogo al interior del seno familiar, es decir, compartir entre nosotros sentimientos, deseos y reconocimientos, enalteciendo siempre los aspectos positivos que puedan darse entre quienes integramos el primer núcleo. Crear un ambiente sano con el uso de un lenguaje cordial y respetuoso; fomentar valores que ayuden al crecimiento de cada uno de los miembros de la familia, en particular de los menores; escuchar sus inquietudes con apertura y paciencia; atender sus dificultades con interés; propiciar un ambiente de confianza e impulsar la solidaridad y la empatía son tan solo algunas de las propuestas para prevenir posibles peligros en sus entornos cercanos. En este sentido, el ejemplo es vital, por lo que los adultos debemos estar conscientes de nuestros actos y ser guías responsables.

Procurar una convivencia pacífica –que emane desde el hogar– es clave en el tipo de relaciones que los niños y las niñas establecerán a lo largo de su vida.

Por último, en la protección de la niñez es relevante promover la reducción de las brechas sociales y no ser indiferentes a las preocupaciones de los menos favorecidos. Para ello, la congruencia debe permear todas nuestras acciones, es decir, hay que tratar del mismo modo a cualquier persona sin importar su condición física, social, religiosa, emocional, entre otras.

Evitemos la discriminación en todas sus expresiones y ayudemos, en la medida de lo posible, a todos aquellos que puedan verse limitados –y en desventaja– para lograr sus metas. No dejemos que la indiferencia nos gane y, ante todo, transmitamos esta cultura a los infantes para restaurar el tejido social a partir del trato igualitario.

Ser constructores de paz en favor de la protección de los niños y las niñas implica actuar con principios para contribuir a la disminución de los abusos a los que están expuestos. Definitivamente vale la pena colaborar para dotarlos de un desarrollo pleno, sano y armonioso.

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