*Roberta Braga y María Argüello: Directoras asociadas del Centro para América Latina Adrienne Arsht del Atlantic Council, en Washington.
Este año, ciudadanos en cada rincón del mundo acudirán a las urnas para ejercer su voto, la máxima expresión de la democracia. Con más de 80 elecciones previstas para 2019, incluidas las megaelecciones de la India y del Parlamento Europeo, es hora de abordar seriamente el problema de la desinformación. Las experiencias de Latinoamérica nos muestran el porqué.
América Latina es una región hiperconectada. En algunos países el número de líneas móviles supera el número de residentes y se destacan entre los consumidores más voraces de contenido digital del mundo. Justamente por esto, los grandes comicios latinoamericanos de 2018 –de Colombia, México y Brasil– sirven como casos de estudio para las democracias del mundo en la era digital.
Un reciente informe del Atlantic Council, en Washington, echa un vistazo profundo a la desinformación que marcó las elecciones de los tres países. Si bien sus contextos fueron únicos, las experiencias de estos países ofrecen lecciones importantes para democracias alrededor del mundo.
La elección de Brasil se distinguió por la notable atmósfera de hiperpolarización en la que se dieron los comicios. El caos político ha sido la característica determinante del país desde 2013. La convergencia de una amplia pesquisa anticorrupción, la destitución de una mandataria y una economía en recesión, han corroído la confianza del pueblo en instituciones y su sentido de seguridad financiera. Aunque por motivos diferentes –entre ellos un plebiscito extremadamente divisivo–, Colombia se encontraba en un ambiente similar de desconfianza y frustración cuando comenzó la campaña electoral.
En ambos países, la desinformación se difundió casi por completo a través del tráfico auténtico. No fue necesario el uso de bots ni campañas extranjeras de manipulación; los mismos brasileños y colombianos, tanto de derecha como de izquierda, compartían noticias falsas e hiperpartidistas. Y todo a un ritmo frenético que dejaba a las organizaciones de verificación de datos (fact-checking) siempre un paso atrás.
Durante los comicios mexicanos, gran parte de la desinformación en las redes fue difundida por medios inorgánicos, incluyendo la automatización. Inmensas redes de bots fueron utilizadas con el fin de amplificar mensajes políticos y partidistas de manera artificial. México, que cuenta con más de 80 millones de usuarios activos en Facebook y una altísima tasa de uso de Twitter, fue terreno fértil. Los bots en Twitter y cuentas falsas en Facebook fueron usados para secuestrar las narrativas políticas. Conversaciones orgánicas quedaron ahogadas por la actividad inorgánica.
Hoy en día la tecnología está avanzando a un ritmo vertiginoso y los marcos regulatorios se muestran incapaces de mantener el paso. La pregunta es, ¿están condenadas al fracaso las sociedades democráticas ante la desinformación en línea? Al contrario: la clave está en involucrar a todos los actores relevantes de manera conjunta.
Luchar contra la desinformación no puede ser responsabilidad exclusiva de gobiernos, empresas de tecnología, la sociedad civil o los medios. Es responsabilidad de todos, y la respuesta tendrá que ser un esfuerzo coordinado. A menos que se combata la desinformación de manera simultánea en todos los frentes, la misma continuará desestabilizando las democracias digitales del mundo de hoy. Entonces, ¿qué hacer?
Para los gobiernos es crucial el trabajo conjunto con otros actores –entre ellos las empresas de redes sociales–, para otorgarle mayor transparencia al proceso de publicidad política. Se deben forjar también líneas de comunicación más sólidas y ágiles entre las autoridades electorales, periodistas y verificadores de datos, con el objetivo de responder más rápidamente a la desinformación sobre el proceso electoral. Como vimos en Colombia, esta puede ser una de las más nocivas formas de desinformación.
Las redes sociales, por su parte, necesitan pautas y condiciones de uso más claras. No cabe duda de que es importante la remoción de cuentas y páginas que difunden la desinformación, pero sin canales de comunicación claros existe la posibilidad de que narrativas peligrosas en torno a la censura se propaguen.
Plataformas de mensajería encriptada, como WhatsApp y Telegram, tendrán que reconocer su vulnerabilidad como potenciales vectores de contenido falso o dañino. Deben trabajar juntos con los medios tradicionales y grupos de sociedad civil para facilitar investigaciones independientes de la desinformación, mientras protegen la privacidad de sus usuarios.
Las organizaciones de verificación de datos deben cooperar más estrechamente con empresas de tecnología para garantizar un mayor entendimiento acerca del consumo de la desinformación. Esto será clave para evitar la amplificación involuntaria de narrativas de desinformación. Este tipo de colaboración será sumamente importante en países como Brasil y Colombia, así como la India, cuya elección se está realizando en un ambiente semejante de hiperpolarización y desconfianza.
Por último, es importante resaltar que estos esfuerzos no se deben limitar al nivel nacional. La desinformación es un desafío transnacional, que se beneficia de la ausencia de fronteras en la red. Las organizaciones internacionales dominan el ámbito de observación electoral, pero el monitoreo de elecciones en 2019 es extremadamente diferente del monitoreo de elecciones en el pasado. Los organismos supranacionales deben aliarse con grupos domésticos de la sociedad civil para fomentar mayor capacidad de combate a la desinformación.
Al acercar a los ciudadanos a los procesos democráticos, al dar voz a quienes no la tenían, la tecnología es capaz de revolucionar y mejorar la democracia. Pero esto significa tomarse los riesgos en serio. Las sociedades democráticas de hoy podrán protegerse ante la plaga de la desinformación digital siempre y cuando exista un esfuerzo colaborativo y con participación de todos los interesados.
La era digital está cambiando el juego de la política, y a medida que se cambia el juego, así también deben cambiar las reglas. De no ser así, la amenaza a las democracias que tanto nos han costado conseguir podría ser existencial.