David Sheff (Steve Carell) visita a un doctor para indagar los efectos del crystal meth, la droga que su hijo Nic (Timotheé Chalamet), un adicto sin freno, ha empezado a usar. Esa es la primera escena de Beautiful Boy, pero sería impreciso decir que ahí arranca. Dirigida por Felix Van Groeningen, la película tiene una estructura desordenada, repleta de brincos temporales, impelidos más por un capricho editorial que por el deseo de ir a un instante del pasado que enriquezca nuestro entendimiento del presente. La primera pieza es aquella visita al doctor, pero bien podría ser cualquier otra escena. Esta característica estructural, por momentos elíptica, conjuga con el discurso de Beautiful Boy, en tanto que la adicción de Nic es una pesadilla en espiral, en la que la salvación nunca dura y el regreso al infierno es siempre una certeza. Pero eso no quita que se perciba como una historia plana y desbalagada, en la que todo tiene el mismo peso.
Chalamet es capaz de hallar el cliché en cada escena y evitarlo. Sus reacciones –peculiares y específicas– tienden a ir a contracorriente de lo que uno espera, convirtiéndolo en el actor perfecto para interpretar a un adicto volátil. A Carell, por su parte, le cuesta trabajo conectar con la desesperación y la rabia que embargan a su personaje. Independientemente de sus virtudes y defectos, sin embargo, la estructura de la cinta también lastra a sus intérpretes. A Nic lo conocemos cuando ya es un adicto y, por lo tanto, no sentimos que se hunda conforme avanza la historia. Y la primera vez que lo vemos, David es ya un padre desesperado, de modo que no hay forma de contrastar su estado de ánimo actual con ningún otro, salvo por breves flashbacks que poco aportan a su psique. El libro homónimo de David Sheff, en el que la película se basa, no tiene ese problema: se trata de una crónica limpia y aterradora del creciente caos que provoca un adicto dentro de una familia.
Beautiful Boy subraya que la adicción es una enfermedad que no termina. Quizás no hay un después, pero ciertamente hay un antes, que aquí no registramos a fondo. La estructura que utiliza Van Groeningen no nos permite entender la tragedia de ese naufragio, y ese es su mayor defecto.