No creo haber visto una película más desgarradora sobre la violencia en México que el documental La libertad del diablo, dirigido por Everardo González y compuesto por una serie de entrevistas con víctimas y victimarios: jóvenes asesinos, familias destrozadas por secuestros y matanzas inexplicables, madres que se quedaron sin hijos, chicas que se quedaron huérfanas. En cámara, los entrevistados usan una máscara color piel que les oculta gran parte del rostro. El resultado, que puede parecer efectista en papel, es brutal en pantalla: un ejemplo visual de cómo la barbarie afecta de forma indiscriminada. Todos podríamos ser ellos y, sin embargo, la espeluznante especificidad de lo que cuentan a cámara permite que los recordemos aunque desaparezcan del relato y sólo podamos ver su boca, su nariz y, sobre todo, sus ojos.
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Es un acierto que González ni siquiera intente recrear estos crímenes o llevarnos al lugar donde ocurrieron
Las entrevistas están contrapunteadas con largas tomas en las que vemos postales de un México gris y nebuloso y desordenado: terrenos baldíos, horribles obras negras, espacios casi yermos donde jóvenes van y vienen en sus patinetas como péndulos. Queda la impresión de un país entre abandonado y derruido. Lo que cala más hondo, no obstante, son los testimonios que González recoge: desertores admiten que el ejército para el que trabajaban es vil, sicarios de veintitantos narran la euforia vacía de la primera vez que dispararon una pistola contra otro ser humano y, en el momento más difícil de ver, la historia de una mujer en busca del cadáver de sus hijos se apodera de la película. Es un acierto que González ni siquiera intente recrear estos crímenes o llevarnos al lugar donde ocurrieron. Imaginar lo que escuchamos se vuelve una experiencia casi insoportable. El diseño de audio es igual de parco y efectivo: lamentos y sonidos melancólicos, nunca melodramáticos, van concatenando las distintas entrevistas y dándole cohesión a lo que vemos, de tal suerte que el conjunto jamás da la impresión de estar deshilachado.
Lo impresionante es lo que La libertad del diablo consigue con una variedad tan escasa de material en tan poco tiempo (el documental dura menos de hora y media): un auténtico panóptico de la violencia en México y la forma en la que ha derruido el tejido moral, social e íntimo de buena parte de nuestro país. Verlo es estar cara a cara (literalmente) con los infiernos más profundos del México actual. Una película necesaria, con una toma final perfecta.