Después de ver a tres diferentes Hombres Araña en la pantalla grande en menos de 20 años, tras seis películas con tres distintos directores, ¿qué tan fresca puede ser una entrega de Spider-Man? A estas alturas nos han tocado variaciones no solo del personaje principal sino de sus villanos, sus amores y hasta sus amigos y familiares. A la tía May, por ejemplo, cada vez la interpreta una actriz más joven. De seguir este rumbo, en la próxima secuela Peter Parker compartirá techo con la prima May.
Parecería, vaya, que no hay mucho que explorar. Pero Spider-Man: Into the Spider-Verse demuestra que no hay personajes gastados sino ángulos perezosos. Esta versión se centra en Miles Morales (Shameik Moore), un adolescente que hereda los famosos poderes arácnidos solo para caer en la cuenta de que un accidente ha provocado que otros Hombres Araña, de otras dimensiones, entren a su universo. La animación le inyecta nueva vida al famoso superhéroe, incorporando las convenciones de Spider-Man (su génesis, sus villanos clásicos, sus diálogos más memorables) como guiños autorreferentes: la cinta sabe cuántas veces hemos oído que "un gran poder conlleva una gran responsabilidad". Sin embargo, el humor autorreferencial no entorpece la narrativa, ni la vuelve un producto de nicho, hecho solo para fanáticos.
Se trata, además, de un auténtico deleite visual, mezcla de estilos de animación –personajes que parecen dibujados por Chuck Jones conviven con otros sacados de un manga japonés– con una estética sicodélica que solo al final roza el exceso. El resultado genuinamente se ve como una combinación de dimensiones, o por lo menos de universos animados.
Lo anterior, por supuesto, valdría poco si Spider-Verse no se moviera con la misma agilidad que su héroe. Al final su ímpetu no es iconoclasta sino respetuoso. Su ingenio, su humor visual y su corazón no desentonan con ninguna de las tres películas de Spider-Man que dirigió Sam Raimi. Y no hay mayor elogio que ese.