En esta primavera del 2020, la humanidad encara, al mismo tiempo, sus mayores crisis sanitarias y económicas en casi un siglo. Paradójicamente, cuando más se está necesitando la acción concertada de las naciones para hacerles frente, más voces están llamando a levantar barreras entre éstas y a abandonar el camino de la cooperación y el multilateralismo.
La pandemia de Covid-19 –que ha dejado más de 400 mil muertos en el orbe– es el mayor reto de salud global desde la Gripe Española de 1918. El primer brote del nuevo coronavirus no se ha logrado controlar aún, pero la falta de vacunas o tratamientos mantiene a las naciones temerosas de un posible rebrote.
La crisis económica derivada de la pandemia, en tanto, apunta a ser la mayor debacle desde la Gran Depresión de 1929. Como no ocurría desde entonces, países desarrollados y en desarrollo por igual se encuentran en recesión o a un paso de ésta. El optimismo inicial que veía posible una recuperación hacia la segunda mitad del año, ha sido reemplazado por la resignación de que ésta podría demorar años en completarse.
El impacto social también es hondo. La OIT estima que unos 305 millones de empleos de tiempo completo se perderán este año. De acuerdo con la ONU, el 2020 será el primer año del siglo XXI en el que la pobreza mundial aumente. La previsión es que llegaremos a diciembre con 500 millones de nuevos pobres.
Las crisis han generado en la esfera internacional reacciones notables de solidaridad. Pero también ha provocado intercambio de acusaciones; competencia por insumos; repudio al multilateralismo; denuncias contra el libre comercio, y crecientes llamados al aislacionismo y la autarquía. El razonamiento es que la pandemia develó la vulnerabilidad de muchos Estados que, en el mundo abierto e interconectado, dependen los unos de los otros.
Hay ciertamente aspectos que deben atenderse. La pandemia demostró que la importancia de contar con gobiernos y sistemas de salud eficientes. La globalización que pondera el costo más bajo puede transformarse en un sistema con cadenas productivas más seguras y con condiciones laborales más justas.
Lo que resulta inequívoco es que la salida a ambas crisis pasa por la acción colectiva de la comunidad internacional. El intercambio de información y experiencias será imprescindible para derrotar al virus. Será difícil, incluso para las naciones avanzadas, mantenerse sanas en un mundo con vecinos enfermos. El rebrote de la Gripa Española provocó más desolación que el brote inicial. Lo mismo puede argumentarse de la crisis económica. Sin una recuperación pareja, incluida la de los países más pobres, persistirá el riesgo de contagio, ahora financiero.
La cancillería de México, bajo el liderazgo de Marcelo Ebrard, ha entendido bien la paradoja aislacionista y, en su mejor tradición, está impulsando acciones colectivas para enfrentar las mayores crisis de nuestros tiempos. En la ONU, más de 160 países aprobaron una propuesta del presidente López Obrador a favor de un acceso equitativo y justo de insumos para hacer frente al Covid. Entendiendo que de ésta sólo salimos todos juntos, México colabora a nivel multilateral para el desarrollo de una vacuna, así como en protocolos para experimentar con diferentes tratamientos.
Bajo ese mismo espíritu, y en pos de un comercio abierto pero beneficioso para todos, México presentó recientemente la candidatura de Jesús Seade a la OMC.
La experiencia histórica nos demuestra que cuando los países se vuelven egoístas y buscan tomar ventajas de problemas ajenos la cosa termina mal. Pero la experiencia histórica también nos indica que las grandes coyunturas pueden servir a las naciones para avanzar hacia sistemas más justos y más cooperativos. A esto le apuesta México.