Era principios de 2019 y había que tomar una decisión. Meses atrás, en Buenos Aires, los aún mandatarios de Estados Unidos y de Canadá, así como el saliente presidente mexicano, habían firmado el T-MEC.
El nuevo gobierno de Andrés Manuel López Obrador estaba satisfecho por haber incidido exitosamente en el acuerdo — a través de su negociador Jesús Seade— en particular por la eliminación de toda referencia a la Reforma Energética y por el reconocimiento de EE.UU. y Canadá a la soberanía del Estado mexicano sobre ese sector.
Pronto, sin embargo, quedó claro que el acuerdo no contaba con el apoyo bipartidista requerido para su ratificación por el Legislativo estadounidense y que, en los términos que se había signado, simplemente no pasaría.
Ante la disyuntiva, el nuevo gobierno desechó la opción de esperar pasivamente a que las partes en EE.UU. se pusieran de acuerdo y quedar expuesto a tener que "tomar o dejar" lo entre ellos negociado. Por el contrario, decidió participar activamente en una negociación de varias bandas con demócratas y republicanos.
La estrategia fue esbozada por el propio presidente e implementada por las secretarías de Relaciones Exteriores y Trabajo, entre otras. Lo primero fue mantener una relación de respeto y colaboración institucional con EE.UU., pese a las visiones divergentes. A las llamadas entre los presidentes AMLO y Trump, siguieron los contactos entre el canciller Marcelo Ebrard y el secretario de Estado, Mike Pompeo, que consolidaron el principal canal de comunicación entre ambos gobiernos.
A la par, ocurrió el cortejo a los demócratas. En reuniones de trabajo, mediante intercambios epistolares, AMLO, Ebrard, Seade y la secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde, demostraron poco a poco a Nancy Pelosi, Richard Neal y Richard Trumka, entre otros prominentes demócratas, que la mejora que pedían a las condiciones laborales en México se cumpliría, no como concesión a EE.UU., sino en atención a la propia plataforma del gobierno.
En tanto, Seade, en consulta con los sectores productivos, trazó ante su contraparte estadounidense, Robert Lighthizer, una serie de líneas rojas inaceptables para México como la demanda de inspecciones laborales y certificaciones en la frontera; los aranceles estacionales a nuestra producción agrícola o la inmediatez incumplible para aplicar la regla de origen al acero y aluminio, entre otras.
El T-MEC fue algo seguro e inminente solo en horas previas a la firma del Protocolo Modificatorio, ocurrida el 10 de diciembre pasado en Palacio Nacional. En los meses que le antecedieron, existió la posibilidad real de que la negociación se viniera abajo y que la ratificación del Tratado ocurriera, si acaso, después de las elecciones en EE.UU. Seade llegó incluso a levantarse de la mesa de negociación.
Al final los riesgos de incertidumbre se conjuraron. Trump firmará el T-MEC hoy y Canadá habrá de ratificarlo pronto. Con el nuevo acuerdo, preservaremos el acceso preferencial al mayor mercado mundial justo en una época donde el mundo se inclina hacia más proteccionismo. Entre otros beneficios, México por fin contará con un sistema de solución de controversias funcional que pidió durante lustros.
En México, el T-MEC concitó apoyo casi unánime del Senado y su ratificación provocó el regocijo de la mayoría de los representantes de la IP. Pese al amplio consenso a favor, subsisten algunos críticos del acuerdo, los cuales acusan que, comparado con el TLCAN, el T-MEC restará competitividad a México por el endurecimiento a las reglas de origen y el mejoramiento de las condiciones labores en nuestro país.
Tales críticos pasan de lado que, con una política industrial adecuada, las reglas de origen más estrictas inducirán un atractivo mayor de invertir en la región. Muchos insumos y servicios que antes se importaban de otras regiones tendrán ahora que producirse o proveerse en Norteamérica, por industrias mexicanas, por ejemplo. Y ante la brecha entre crecimiento demográfico de ambos países, se requerirá, de manera progresiva, de mayor participación de trabajadores mexicanos, cada vez más homologada en condiciones de calidad con la estadounidense y canadiense.
La dura y compleja negociación logró un primer cometido. Toca ahora aprovechar las oportunidades que se mantienen y las que se abren.
* El autor es Doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad de Essex y labora en la oficina del Secretario de Relaciones Exteriores.
*Se agradece la ayuda de Olga Martínez Miranda, Jefa de Oficina del Subsecretario Seade, para la elaboración de este artículo.