El verano y el aprendizaje tienen una relación compleja: en sí mismos no son excluyentes, como si llegar al verano significase un frenón en seco al aprendizaje. Queda la tradición muy vigente de un “se acabó la escuela”, para cantarlo cabeceando con Alice Cooper, entre la felicidad de una liberación por la estación calurosa y la ominosa posibilidad de que sea, como en el estribillo de la canción, un quedarse fuera para siempre: “school is out/ for summer;/school is out/ forever”.
En México los números no mienten: entre el último día de secundaria y el que debiera ser el primero de media superior, perdemos a 13 por ciento de la generación en total; o, como se dice con precisión técnica, de cada cohorte de edad, los nacidos el mismo año. En treinta o cuarenta fatídicos días, típicamente llega a su fin la trayectoria escolar de un cuarto de millón de mexicanas y mexicanos; y todo ello, promediando los años previos a la pandemia.
Como no hay bases de datos públicas y confiables, ni de SEP y menos de Mejoredu, no sabemos realmente cómo se podrá comportar en este verano de transpandemia (porque con el Covid-19, hoy todavía no hay ‘pospandemia’ en realidad) ese desangramiento de la generación. Una precisión, para que se entienda la gravedad del asunto: esas 250 mil personas eran alumnos regulares que concluyeron la secundaria. Hay, por supuesto, abandono durante el ciclo escolar, pero no se están contando en este total, ni se trata de quienes se quedaron a repetir el tercer año (algo que desde hace tres ciclos es normativamente imposible), ni los que en grados previos salieron o los expulsaron de las escuelas mexicanas. No, estaban sentaditos en el fin del curso, y no están en ningún salón del nivel siguiente después de la pausa de verano. Alrededor de 3.0 por ciento todavía intentará por uno o dos ciclos entrar a un bachillerato, y menos de la mitad lo conseguirá.
Además del abandono, un segundo fenómeno se liga a la pausa del verano: la pérdida de aprendizajes. El denominado learning loss comenzó a registrarse con rigor desde la década de los años 70 del siglo pasado; en el contexto mexicano, además de notables y luminosas excepciones en los académicos, fue hasta la llamada de atención de sociedad civil y la elaboración posterior del INEE que se comenzó a reconocer. Lo que ocurría cada verano, un retroceso diferenciado –los estudiantes más pobres pierden más, y lo pierden más rápido– se confirmó y magnificó a dimensiones insospechadas y brutales, en todo el mundo, por el cierre de aulas a consecuencia de la emergencia sanitaria por Covid-19.
El anterior secretario de Educación, con el consejo barbero de sus colaboradores, dijo que en México eso no había pasado en el primer año de pandemia, y la actual secretaria lo reconoció apenas muy recientemente. Los datos de la afectación han sido estimados por una muestra con el instrumento de Planea, por Luis Medina de la Ibero y sus colegas, a través de una aproximación estadísticas, por Luis Monroy y sus coautores del Centro Espinosa Yglesias, con algunos muestreos realizados por Marco Fernández y el equipo del TEC, y con un trabajo en campo con una muestra rigurosa, realizado por Felipe Hevia de MIA, sus colegas y Mexicanos Primero. En todos los casos hay elementos para estimar un fuerte retroceso en los aprendizajes, como si nos hubiese pasado encima un verano interminable de dos o tres años.
¿Y para este verano? Lo primero que hay que hacer, en la práctica, es apreciar y propiciar otras experiencias de aprendizaje. Debe haber, es justo y necesario, pausa y descanso de la rutina escolar. Pero temporalmente fuera del aula no debe significar deterioro, congelamiento y erosión del aprendizaje. Las familias mucho pueden hacer para que se siga aprendiendo, y no todo y no siempre lo mejor está en cursos de verano caros, sino en actividades novedosas, lúdicas e inspiradoras. La tentación de tirarse a ver televisión u otros entretenimientos pasivos puede remontarse con la oferta de instituciones públicas, centros comunitarios e iniciativas de la sociedad civil, las comunidades y hasta las escuelas que se organizan.
Si ante la emergencia del ‘verano forzado y alargado’ tuvimos negligencia e ineptitud de las autoridades, no dejemos de exigir, pero no nos hagamos ilusiones ante la tendencia a promocionar un modelo nuevo que no está o a promocionarse para candidaturas y catapulta personal. Mejor pongamos ingenio para jugar y aprender, porque la vida es demasiado corta y demasiado dura como para desperdiciarla. Que cada día cuente, y que el verano sea frescura e invención.
El autor es presidente ejecutivo de Mexicanos Primero.