¿Cómo vivieron maestras y maestros el regreso a la presencialidad? Hay varias formas de abordarlo: con la “épica sordina” de los discursos oficiales -todo bien y magnífico-; con el impresionismo pesimista -todo fue un desastre, mejor nos hubiésemos quedado a distancia-; o con encuestas que registren opiniones o percepciones, de las cuales siempre conviene revisar la validez y representatividad. Pero, como enseñó el filósofo de la ciencia Karl Popper, siempre los hechos vencen a las hipótesis. Quien piensa algo, tiene una opinión. Quien tiene un dato vinculado a lo que piensa, tiene un argumento. Quien tiene una experiencia, piensa sobre un hecho, y eso es incomparablemente más sólido.
En esta semana concluimos el proceso anual a través del cual, desde Mexicanos Primero, identificamos maestros, directivos y comunidades ejemplares en educación pública de nivel básico. En el largo proceso de conocer y evaluar la evidencia, de conocerles y tomar de viva voz el registro de sus peripecias, sus planes, la forma en que abordaron los imprevistos y dificultades, los elementos que tienen para evaluar ellas y ellos mismos lo que vivieron, se aprende muchísimo. Cada año nuestro equipo lo vive como una especie de maestría en política pública e intervención educativa concentrada en unas cuantas semanas, probando al vivo, desde y con los protagonistas, qué está pasando en la escuela mexicana (la real, que es nueva por los innovadores, no por los oportunistas motes que se les ocurren a los políticos de la educación).
¿Qué aprendimos, qué aprendemos? Que el regreso fue especialmente difícil. Que corrió a favor el entusiasmo de abrir las aulas, la expectación resuelta por fin en que la escuela se pusiera en funciones diario. Pero que no todos regresaron, y que las ausencias fueron dramáticas y preocupantes. Que se toparon, las figuras educativas, con el enorme reto de desajustes socioemocionales importantes, y en algunos casos, severos… indicios de depresión, temores hondos, poca capacidad de expresión y convivencia, huellas de maltrato, inseguridad y desconfianza. Y también retos muy importantes: en secundaria, de plano no poder resolver la división; en tercero de primaria, lagunas terribles en la comprensión lectora mínima; en primero de primaria, niñas y niños que por primera vez en su vida pisaban un salón. Y nos confirman: ese reto, esa emergencia siguen en estas primeras semanas del nuevo ciclo escolar.
Los premiados este año vienen de Tamaulipas, Aguascalientes, Estado de México, Yucatán y la Ciudad de México; diez personas, que destacamos de más de 200 postulaciones en forma, cada una ya con un filtro importante de logro y sentido. Con sus prácticas -bien arraigada en una trayectoria, desde dos hasta más de treinta años de servicio- nos hacen aprender que aún en la adversidad hay esperanza, porque no se dejaron arrastrar por la rutina ni tomaron una actitud pasiva o resignada; no esperaron a que les marcaran su responsabilidad desde arriba y desde afuera.
Estos maestros y maestras entendieron que el regreso no se trataba de regresar a lo mismo, que ya no era posible ni deseable volver a 2019, sino emprender un camino nuevo, consolidar la escuela, la escuela/comunidad, como el espacio de protección y de despliegue para la generación joven que debe ser.
A lo largo de los próximos días, en entrevistas y publicaciones en la web, iremos difundiendo su labor, porque vale la pena conocerles; conocerles es amarles. Si algo tienen en común, dentro de su vertiginosa y conmovedora diversidad, es que durante todo el anterior ciclo escolar trabajaron para que nadie fuese excluido, para recuperar a los que se ausentaron y para reforzar lo socioemocional sin calificativos, etiquetas, medicalización. Luis, de una comunidad rural cercana a Toluca, nos ayuda para que se reconozca que el juego no es distracción sino aprendizaje; César, del campo tamaulipeco, que los bloqueos de carretera no impiden que sus alumnos conozcan y disfruten el viaje de la vida; Maricruz, de Yotholín, en la península maya, que niñas y niños crecen cuando identifican lo que han logrado las mujeres de su comunidad; aprendimos de Leti, supervisora de telesecundarias hidrocálidas, que acercarse al arte de la literatura para desarrollar las habilidades de comprensión lectora; o Arturo, líder de desbordante secundaria en Ecatepec, que involucrarse en aprender a interpretar un instrumento como el violín, no tienen que ser un lujo o un sueño para la escuela pública mexicana. De Prax, Jacki, Isabel, Magda y Sagrario aprendemos que la atención de la psicología educativa no tiene que tener el rostro de consultorio y pastillas, sino de convivencia comunitaria, respetuosa, expresiva, gozosa.
Ojalá los funcionarios se involucren no en asambleas a modo, ni confundan negociaciones callejeras o cupulares como “hablar con los maestros y hacerlos partícipes”. Urge que entre a la política pública lo que ya hacen en sus salones. Podemos, en lugar de aprender poco, mal y tarde, aprender en grande.