Muchos de los vuelcos que da la vida están, casi por definición, fuera de nuestra previsión. Como nos ha enseñado el enfoque de protección civil, nadie puede calendarizar un movimiento telúrico, pero sí se puede anticipar y prepararse cuando ocurra. O bien, si ya se dio un evento disruptivo, mitigar, atender y superar la crisis para que no se convierta en una catástrofe.
Por eso dice Alejandra Donají Núñez que no hay catástrofes naturales, porque quienes sufren, las personas que son más afectadas, lo son con sesgos y desigualdades que están social, cultural y políticamente condicionadas. No nos pega igual la desgracia; una condición puede impactarnos a todos los estratos sociales, pero la severidad del golpe y lo lento e incompleto de la recuperación guarda una relación proporcional con las discriminaciones, vulneraciones e invisibilidad que ya existían y se cristalizan y se agravan.
Así nos pasa con la afectación de lo socioemocional en la pandemia para niñas y niños que ahora han vuelto a la escuela. En una visión desdeñosa, machista y retrógrada, atender a los sentimientos es secundario; es “cosa de niñas”, es para los estudiantes ricos y mimados, pues no se considera que sea ni muy auténtico ni muy relevante que lo anímico condicione la actividad de las y los estudiantes. En una visión desdeñosa, clasista y con miopía desde el privilegio, atender a los sentimientos es secundario, porque lo importante son los aprendizajes clave -como se decía en los planes y programas ya no vigentes, pero sí operantes, dada la pifia de engolosinamiento del Plan de Estudio, muy anunciado y poco desarrollado- y lo que necesitan ellos, las y los hijos de los otros, es aplicarse, porque de otro modo ya no van a ser competitivos y no vamos a aprovechar que las empresas que se salgan de China vengan aquí.
Lo que acabo de escribir es una caricatura, dado lo compacto que hay que ser para escribir esta columna, pero doy testimonio que he escuchado con una alarmante frecuencia las expresiones plasmadas, derogatorias del aprendizaje socioemocional. De tanto en tanto, las autoridades educativas -desde la secretaria hasta los supervisores, incluso el Presidente con su lenguaje rústico y su argumentación dicharachera- reconocen la importancia de este aspecto de la vida y los derechos de la infancia, pero el hecho concreto es que no hay una estrategia nacional; tampoco hay un verdadero programa, ni emergente ni permanente, con reglas, presupuestos y equipo técnico a nivel nacional. Estamos terminando una investigación a nivel nacional en la que documentaremos las muy escasas y muy meritorias excepciones que se dan a nivel de las entidades federativas, pero la realidad es que el panorama es bastante desértico.
Y aquí es donde quiero llegar a mi enunciado principal: las y los docentes son clave en el aprendizaje socioemocional, y los agentes más capaces para la recuperación en la ya larga y no definitiva post-pandemia. La ansiedad, la angustia, los temores, la incertidumbre: aspectos como la falta de sueño y apetito; todas las complicaciones de convivencia que van desde la excesiva timidez o ensimismamiento hasta el acoso y el comportamiento agresivo y permanentemente desafiante son una realidad presente en prácticamente todas las escuelas de país. Indagaciones independientes entre sí, desde nuestro estudio Equidad y Regreso, con resultados divulgados en el International Journal for Education Development, en ruedas de prensa que hicimos a lo largo de este año, y recogido por reportes internacionales como A Path to Recovery y Dos Años Después de UNESCO, UNICEF y Banco Mundial, hasta los datos recién publicados por INEGI, muestran que los estragos en lo socioemocional del encierro y el distanciamiento social derivado del cierre de aulas, son de una prevalencia y gravedad muy pronunciadas.
En ningún momento se puede minimizar que la intervención de profesionales médicos o de la conducta pueda ser requerida. Pero la solución no es repartir ansiolíticos químicos -a los privilegiados que pueden pagar consulta y medicamentos- ni tampoco suponer que sólo sesiones individuales son la respuesta para todas y cada una de los 21 a 23 millones de niñas y niños que aún están en la escuela. Los maestros y maestras, como educadores, tienen muchas de las claves. Sus esquemas son en su mayoría saberes intuitivos y comunitarios, y por lo mismo, en esta coyuntura, más concretos y poderosos que las guías y las teorías y los webinars caros. Hay que escucharles y apoyarles. Como hay rezago de aprendizajes en lectura y matemáticas, lo hay de aprendizajes afectivos y de convivencia. Pero sólo artificialmente se separan; tienen reglas distintas, pero en la cotidianidad de la escuela forman una trama entrelazada en la que pueden apuntalarse de ida y vuelta. Sí se puede, porque sí saben. Partamos de lo que ya han hecho, de sus buenas prácticas inspiradoras. Lo que sí se puede, lo vamos a identificar, a divulgar y a celebrar.