David Calderon

Faltan ellas, y más

Las bajas expectativas sobre las mujeres y la discriminación que las arrinconaba al fogón y la lavandería se fueron rompiendo a golpe de pico. Sí, sí pueden con el cálculo. Sí, terminan una carrera. Sí, pueden dirigir un posgrado.

¿Es más difícil la escuela para las niñas? Por muchos años y para mucha gente, incluyendo buena parte de los funcionarios educativos, la respuesta –incluso con argumentaciones que hacían alguna referencia a pruebas estandarizadas– era un "sí" muy acrítico. Es que son tímidas. Son sensibles. No aguantan la disciplina. Son mejores en competencias verbales –claro, hablan mucho– pero no para matemáticas. Lo abstracto no se les da. Se quedan en la anécdota. No tienen ambición. A lo mejor para humanidades. No van a tener temple para piloto, ingeniero o neurocirujano.

No se necesita ser tan brillante como Sor Juana para poderle decir a la cultura de la casa y a las prácticas de la escuela –como a los varones soberbios a quienes la monja poeta, filósofa y científica reclama– "…sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis". Ahora hay más conciencia, pero no necesariamente mejores condiciones, o al menos no podemos estar seguros de ello.

Se han ido visibilizando las barreras que experimentan las niñas y jóvenes en México para estar en la escuela, para aprender en ella y para participar plenamente en su proceso educativo. Pero necesitamos estudiarlas más, reconocerlas y denunciarlas mejor y, sobre todo, removerlas con energía y prevenir con contundencia que se sigan formando. Las barreras para el aprendizaje y la participación, las BAP, no son rasgos de las personas, sino características del ambiente físico, de las relaciones y creencias, de las instituciones y los procedimientos que impiden a algunas personas el ejercicio pleno de sus derechos. No son el mar, son el sargazo; y si nos descuidamos, se forma y se convierte en un muro infranqueable que impide avanzar y pone en peligro la vida. La escuela es más difícil para ellas, pero no por ser quienes ellas son, sino porque la escuela es como es.

Algunas de las primeras barreras vienen con la terrible inercia de los roles de género. Las niñas no corren, Cuida tu vestido, Acá está tu muñeca. Juguetes para cargar como bebés, pero no como astronautas para lanzarlos. Juegos para limpiar, para "embellecerse" y maquillarse y perfumarse y llevar un diario, pero explorar, excavar o martillar, eso no. Las jugueterías son un excelente ejemplo del cliché: el acomodo y el surtido, los colores y los juguetes mismos refuerzan el mensaje de modestia, contención, servicio a otros, atasco en el propio aspecto físico. En la escuela cuenta primero cómo vas peinada, y el largo de la falda, y el aspecto de las tobilleras, antes de que abras la boca.

Las bajas expectativas sobre las mujeres y la discriminación que las arrinconaba al fogón y la lavandería se fueron rompiendo a golpe de pico. Sí, sí pueden con el cálculo. Sí, terminan una carrera. Sí, pueden dirigir un posgrado. Sí, muchas de las mejores pedagogas son mujeres, pero también de los mejores astrónomos. Sí pueden ser secretarias de educación y de economía, ministras y senadoras, debiéramos ya haber tenido presidenta.

Pero lo que hay que cuidar en todo este proceso no es sólo destacar la excepción, sino garantizar la regla. Todas y todos tienen derecho a aprender. Las mujeres que han destacado, con frecuencia tras una dura y desigual lucha, deben rechazar ser "puestas como ejemplo". Es maravilloso que sean inspiradoras, pero la sociedad no debe premiar la tenacidad ante la injusticia, sin desmontar las bases de dicha injusticia. Que llegaran no significa "¿Ya ven? Sí se puede; échenle ganitas". Significa: "¿Ya ven qué mezquinos hemos sido? Estuvimos a punto de malograr su talento, de hundirla y deprimirla, de ningunearla y detenerla. Que no se haya dejado debe ser un apremiante recordatorio para no perpetuar la injusticia que tuvo que sobrellevar".

Tal vez ya no detienen o retienen a la chica en su casa por la idea de que las mujeres no estudian, pero no la apoyan si quiere ser artista, o intentar artes marciales, o invertir en clases extra de inglés (que, por cierto, sigue siendo un derecho violado sistemáticamente, aprender en la lengua franca del mundo en que se vive, y todavía -y es deshonesto quien diga que no- salvo raras excepciones es una oportunidad que depende del poder de compra de sus padres). Tal vez ya no la detienen o retienen para que se case, cuide niños, ancianos o enfermos, pero no consideran que en su escuela no hay baños dignos, que la menstruación requiere de un esfuerzo comunitario de elemental respeto y apoyo para la higiene. Tal vez ya no la detiene o retiene una madre de ideas machistas o un novio o esposo posesivo, pero nadie se asegura de que su trayecto a la escuela esté libre de acoso, en la calle, en el transporte, e incluso en el propio salón.

Se acaba de presentar una Estrategia Nacional de Inclusión Educativa, pero no se incluyen las BAP que se enfrentan por el hecho de ser mujer; no tiene, literalmente, perspectiva de género. Es un gran avance en lo referido a talento sobresaliente, condiciones de discapacidad, identidad indígena, pero faltan ellas. Se mencionan, pero no hay nada concreto. Faltan ellas y más, porque no hay ninguna referencia explícita a la diversidad sexual. Ahora que hay que activarla, pesa una grave responsabilidad sobre la SEP: hay que quitar las barreras. No sólo que lleguen, sino que puedan estar. Que puedan ser todo lo que puedan y todo lo que elijan, que es el sentido de ir a la escuela.

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