En los últimos años ha ocurrido un renacimiento de lo que se conoció, al comenzar el siglo, como la ola de gobiernos progresistas en América Latina.
A pesar de las derrotas de las opciones progresistas en Ecuador y Uruguay, la tendencia indica que hacia finales de este año, las cinco principales economías de la región tendrán mandatarios identificados con la izquierda: Brasil, Argentina, Chile, Colombia y, por supuesto México.
En fechas recientes, las fuerzas de izquierda han ido recuperando terreno con los triunfos de Luis Arce en Bolivia (un año después del golpe contra Evo Morales), Gabriel Boric en Chile (quien venció en las urnas a un representante de la ultraderecha pinochetista) y Xiomara Castro en Honduras (su antecesor, Juan Orlando Hernández, fue apresado por narcotráfico apenas unas semanas después de dejar el cargo).
Durante la primera ola progresista, América del Sur vivió un momento único de integración, desarrollo económico e inclusión social, con gobiernos democráticos, que buscaron rutas distintas a las recetas neoliberales al tiempo que sostenían el diálogo y la cooperación con todas las naciones.
Las elites conservadoras de nuestros países, tradicionalmente sumisas a intereses extranjeros, no tardaron en reaccionar: en algunos casos maniobraron para vencer en las urnas, en otros atacaron frontalmente a la democracia, como sucedió con el golpe en Bolivia y la tramposa destitución de Dilma Rousseff.
En los países donde la derecha retornó al poder, vinieron el desmantelamiento de políticas públicas que favorecían a los más débiles, volvieron las privatizaciones y aumentaron el desempleo y el hambre. La pandemia profundizó una crisis en la que el neoliberalismo mostró su rostro verdadero.
Ese panorama ha llevado a los ciudadanos de varios países a apoyar de nueva cuenta a las opciones progresistas, a los partidos y candidatos que se muestran sensibles a las desigualdades sociales y fortalecen cotidianamente la democracia.
Una figura central del progresismo latinoamericano es sin duda el ex presidente Luis Inácio Lula da Silva, quien en estos días visita nuestro país y que pronto volverá a Brasil para anunciar, muy probablemente, su nueva candidatura presidencial.
Hijo de una familia migrante, obrero metalúrgico y dirigente sindical, Lula culminó su segundo mandato, en 2010, con 87 por ciento de aprobación (Nelson Mandela, para poner contexto, se despidió del gobierno con 82 por ciento).
Su sucesora, Dilma Roussef, fue sometida a un ilegal proceso de destitución cuando transcurría su segundo periodo, en tanto que Lula era objeto de persecución judicial mafiosa, en un proceso ya anulado, cuya figura central fue el juez Sergio Moro, alguna vez invitado de honor de los panistas en el Senado mexicano.
Con motivo de la visita de Lula, la derecha vierte, sobre todo en las redes sociales, mensajes de odio y “análisis” propios de la Guerra Fría.
¿Cual es la verdad sobre los dos gobiernos de Lula? ¿Por qué su figura desata el odio de las élites?
Lula ha padecido ese tipo de ataques a lo largo de su trayectoria política, al igual que muchos dirigentes latinoamericanos cuyo único “pecado” es favorecer a los más débiles.
En Brasil, por ejemplo, se decía que Lula solo había cosechado lo sembrado por su antecesor, el neoliberal Fernando Henrique Cardoso.
En 2001, los adversarios de Lula lanzaron una dura campaña de miedo que tuvo consecuencias económicas. Se divulgó la idea de que con un gobierno del petista el país caería en un abismo inflacionario y hubo fuga de capitales. Sin embargo, la inflación media anual en los ocho años de su gobierno fue de 6% (contra 9.1% de la era Cardoso).
Durante los ocho años de su presidencia, 32 millones de brasileños pasaron a la clase media y 23 millones dejaron atrás ala línea de la pobreza.
Según datos del Banco Central de Brasil, durante el mandato de Cardoso, que también fue de ocho años, el PIB per capita disminuyó, mientras que bajo el gobierno de Lula ese indicador se triplicó.
La mayor tasa de crecimiento de la economía en tiempo de Cardoso fue de 4.4%. Con Lula, de 7.5%.
En 2001, los adversarios de Lula lanzaron una dura campaña sucia que tuvo consecuencias económicas. Nos suena familiar lo que decían: que con su gobierno habría una inflación descontrolada. Aunque hubo fuga de capitales, la realidad Fue que la inflación media anual en los ocho años de Lula fue de 6%, contra 9.1% de la era Cardoso.
Al finalizar el periodo de Cardoso, 44.7% de los brasileños eran considerados pobres. Lula bajó esa cifra a 29.7%.
Cardoso creó 5 millones de empleos. Al dejar Planalto, Lula había creado 15 millones de nuevos puestos de trabajo.
Los hechos contra las mentiras de la derecha.