Diputada Federal por la LXIV Legislatura
Estados Unidos será anfitrión de la Cumbre de las Américas por vez primera desde 1994. Sin embargo, la decisión inicial del gobierno de Joe Biden de excluir a tres países de la reunión, ha propiciado una suerte de realineamiento latinoamericano.
A la propuesta del presidente de México de no excluir a ningún país de la Cumbre se sumaron sus homólogos de Argentina, Alberto Fernandez; de Bolivia, Luis Arce; de Chile, Gabriel Boric, y de Honduras, Xiomara Castro; además de algunos de los países de la comunidad de El Caribe.
En el arranque de la semana, el presidente López Obrador insistió en su postura y destacó que seguían los esfuerzos para que la Cumbre se dé sin exclusiones, en un clima de fraternidad y no de confrontación.
La polémica en torno a las exclusiones se da en un entorno complicado por la guerra en Ucrania, así como la decisión de Biden de dar marcha atrás en algunas sanciones contra Cuba –sin tocar el fondo del ominoso bloqueo– y contra Venezuela, naturalmente por el interés que despierta el petróleo de la nación sudamericana.
La mayor parte de los países de la región han acompañado a Cuba en su exigencia de poner fin al bloqueo, que en 60 años no ha logrado empujar los cambios para los que fue establecido, y sí ha representado carencias para la población. Esa política ilegal e inhumana debe ser abandonada para dar lugar al diálogo y la convivencia entre naciones libres y soberanas.
En un primer momento, se habló de que Guatemala tampoco sería invitada, debido al rechazo de EU a la ratificación de la fiscal de ese país. Sin embargo, EU hizo pública la invitación al presidente Alejandro Gimmattei, quien, de cualquier modo, ha dicho que no acudirá.
En días más recientes, voceros del gobierno estadounidense han hablado de invitar “voces” de los pueblos cubano, venezolano y nicaragüense, y ha formalizado la invitación a España, país que no pertenece a la región.
Los esfuerzos de la administración Biden por salvar la Cumbre tienen que ver con la política doméstica estadounidense, es decir, con la batalla permanente que sostienen demócratas y republicanos, en la cual ocupan un lugar central temas como la migración. Otra de las razones es que quizá en el gobierno de Biden saben que la imagen de EU cayó significativamente en la región latinoamericana, tanto por el maltrato y desinterés mostrado por Donald Trump, como por la escasa solidaridad mostrada por el poderoso del norte en el marco de la pandemia. No es sencillo dejar atrás que las naciones de la región tuvieron que adquirir vacunas chinas y rusas para hacer frente a la pandemia.
La mayor parte de los opinadores que tienen acceso a los grandes medios han criticado la postura del gobierno de México, pero más que ofrecer análisis, lanzan peticiones de intervención, claman porque Estados Unidos “regañe” y “ponga en orden” a quienes se salgan del redil, de la agenda que sólo favorece al país más poderoso.
El presidente López Obrador no propone un choque con EU, sino el inicio de una nueva época en que sean el diálogo y el respeto los que definan las relaciones entre naciones libres, independientes y soberanas. Un diálogo que debe rendir frutos, que debe expresarse en la colaboración y el abordaje compartido de nuestros problemas comunes.
La opinocracia acusa al presidente López Obrador de nostálgico, de vivir en el pasado, cuando sucede justamente lo contrario. Son ellos los que, en sus análisis, plantean una suerte de regreso al lenguaje y las formas de la Guerra Fría, a los tiempos en que Estados Unidos veía a Latinoamérica simplemente como su patio trasero.
El mundo ha cambiado, aunque algunas mentes colonizadas no lo quieran ver, porque carecen de brújula o de plano por el interés de afectar a un gobierno que defiende activamente nuestra soberanía.