Diputada Federal por la LXIV Legislatura
El poderío del mercado para resolver los problemas de la humanidad, pensamiento único que se impuso en la década de los años 80 del siglo pasado, no sólo se desmorona, se cae a pedazos. La crisis financiera internacional de 2008 fue el primero de muchos golpes que han estado demoliendo mitos y tabúes del neoliberalismo. El martilleo más reciente deriva de las medidas adoptadas por la Unión Europea para hacer frente al colapso climático, la pandemia de Covid-19, la guerra de Ucrania y las tensiones geopolíticas.
El Estado ha resurgido de sus cenizas, como ave fénix, para hacerse cargo ante las fallidas o inexistentes soluciones de mercado. El anatema se ha extendido hasta la Comisión Europea, que hasta hace poco había fungido como fiel guardián de la más pura ortodoxia neoliberal. Sobran ejemplos de cómo se está derrumbando, aquí sólo cito algunos.
Por una parte, el imperativo climático llevó a Bruselas a fracturar el mercado en 2000, obligando a los países miembros a privilegiar activos de producción de electricidad que el mercado por sí sólo hubiera rechazado por sus elevados costos. Me refiero a las centrales eólicas y solares que en ese momento no eran competitivas. Los generosos subsidios encarecieron la factura de los consumidores y empujaron la inflación. Qué bueno por el ambiente, pero fue una decisión política que violó las reglas de la competencia.
Por otra parte, el freno económico inducido por la pandemia llevó a la Comisión Europea no sólo a socializar una deuda de 750 mil millones de euros de un fondo destinado a la recuperación, sino también a permitir la deriva del gasto público, es decir, la ruptura de la disciplina fiscal aun a costa del aumento de la deuda y el déficit.
De igual forma, las autoridades europeas dieron luz verde a la imposición de un tope a las ganancias “caídas del cielo” que han enriquecido a las empresas de energía desde el estallido de la crisis. Las ganancias obtenidas en el libre mercado han perdido legitimidad a los ojos de la comunidad. El Estado ha intervenido para una distribución menos inequitativa de las rentas económicas generadas con la volatilidad. Hasta el FMI ha estado de acuerdo en la medida siempre y cuando no sea retroactiva. Limitar las ganancias empresariales es la antítesis del dogma neoliberal.
La receta de bajar impuestos al capital para alentar la inversión y el crecimiento está cancelada. Bruselas ha dejado en claro que no son tiempos de rebajas fiscales a los ricos ni de recortes al gasto social. Hasta los mercados financieros rechazaron tajantemente el plan económico basado en las recetas neoliberales de la primera ministra británica Liz Truss, que provocó caos en los mercados y precipitó una fuerte caída de la libra esterlina. No pocos mandatarios, entre ellos el presidente de los Estados Unidos, el país más neoliberal del mundo, calificaron el plan como un error.
Otro de los tabúes que se han ido al suelo es la no intervención pública en la formación de precios. La Unión Europea ha decidido intervenir en los mercados de electricidad y gas natural no sólo para reducir la presión sobre la economía de los consumidores y luchar contra la inflación, sino también para disminuir la vulnerabilidad que provocó la liberalización a ultranza de los mercados de energía. Desligar el precio de la electricidad del gas natural, topar el precio de ambos energéticos, modificar índices de referencias, promover la colusión en las compras de gas, son medidas contrarias a la competencia y síntomas de una hegemonía neoliberal que se desmorona.