Despierto, trato de despabilarme, y no puedo más que dudar de que hoy es 7 de mayo de 2023; mis vivencias personales no alcanzan para explicarme lo que acontece. Lo que sucede me remonta a lecturas juveniles, aquellas que hablaban de la planificación, de cuadrar todo en aras de un futuro justiciero en el que el Estado sería abolido por el ejercicio libertario del proletariado.
Todo alineado: la propiedad, la producción, la justicia, el pensamiento, la ciencia… Así se pensó y se trató de ejecutar, una evidencia histórica cercana está en la extinta -¿revivida?- Unión Soviética. Las “Academias” científicas, artísticas, de oficios, etcétera, se encargaban de que la creatividad estuviera alineada a la misión histórica, aquella delineada por el líder que hablaba, pensaba y sentía por todos, ¡¡¡sí!!! TODOS, las TODAS no existían.
Mayo de 2023, han pasado 280 meses del siglo XXI, al menos tres cuartos de siglo de la pretensión de apresar a la razón para predefinirle sus conclusiones, para no hablar de siglos de oscurantismo que quemó y apresó conciencias lúcidas que no podían callar lo evidente: la tierra es redonda y sin embargo se mueve y muchas otras manifestaciones literarias, pictóricas, musicales, políticas.
El Congreso mexicano ha decretado que la ciencia debe estar sujeta al designio del aparato de gobierno. Por ley —hasta que la Suprema Corte de Justicia de la Nación resuelva, ya que seguramente ahí terminará el desaguisado— quienes deciden qué se investiga, qué tecnologías y su aplicación son prioritarias y merecen recursos públicos para su desarrollo son los funcionarios públicos en turno.
¡¡¡Sí!!! Ahora contamos con un Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías integrado por los que más saben: funcionarios públicos en turno, milicia incluida, que decidirán sobre las rutas de la academia, de las universidades: ¡¡viva la inteligencia!! Frente a lo cual Unamuno reclamaría: vencen, pero no persuaden.
Hoy mayo de 2023 la mayoría del Congreso de un Estado posmoderno, el mexicano, pretende apresar a la razón, decirle cómo y a dónde conducirse. A esa mayoría le tengo una mala noticia: eso no es posible.
Va mi confesión renacentista, ilusos: ¡¡¡apresen a la razón!!!
La pretensión de inducir qué pensar, cómo interpretar, cómo concluir, cómo y en qué aplicar lo que resulta de conocer, descubrir e indagar es una ingenuidad a la larga, pero con efectos perversos en el corto y medianos plazos. La historia está colmada de ejemplos.
Si con ello se busca “reorientarla” para que se aboque a resolver los grandes problemas nacionales, lo que se logrará es empobrecerla. Una cosa es ofrecer incentivos para que algunos proyectos se orienten para buscar soluciones a problemas específicos y otra, que todo gire en torno de ello, y menos aun cuando la comunidad académica está fuera de la deliberación de qué investigar y cómo hacerlo.
Difícil discusión cuando no hay tal. ¿Cuándo se convocó a la comunidad académica, a quién, dónde está la evidencia?… y muchas preguntas más, cuyas respuestas sólo conducen a una conclusión: hay quien teme a la inteligencia, y sí, hay que temerle, ya que desnuda, evidencia, exige a un argumento otro con sustento, replicable, y de eso carece la reforma. En cambio, al parecer, ofrece un acto de fe, nada más alejado de la construcción científica que a lo largo de siglos nos hemos dado, dignificando la libertad de pensamiento.
Con todo respeto a las creencias, con ellas a las iglesias… no quiero ni imaginar que la Inquisición revivida impondrá la verdad por la fuerza o lo que es lo mismo, con la sequía de recursos para todo proyecto científico que no esté alineado a su visión de aquello que contribuya a atender las necesidades nacionales.
Sin duda el desarrollo del conocimiento ha traído consigo innumerables soluciones a problemas que aquejan a la humanidad, pero en muchas ocasiones sucede sin que la comunidad académica se lo haya propuesto en primera instancia, es más cuando eso sucede como sistema la tendencia es al empobrecimiento de la creatividad.
Ojalá esta fuera una anécdota de nuestro provincialismo mexicano, pero no, el Congreso mexicano intenta sujetar a la academia (ciencia, tecnología, humanidades) al gobierno en turno. La academia encuentra en su autorregulación sus momentos más lúcidos y si bien en ocasiones una escuela dominante impone un paradigma, su sequía incuba al nuevo, Kuhn dixit; perdón mi referencia a quien lo sistematizó, parece una mala costumbre cuando el plagio en nuestro país pretende tener carta de naturalización.
Un cúmulo de reformas legales se han aprobado en los últimos días, todas merecen nuestra atención, pero no podemos dejar pasar aquellas que empeñan y empañan nuestro futuro y eso tiene que ver con la inteligencia y el entorno libertario que necesita para crecer, para florecer, aunque sus conclusiones no gusten, en ello va nuestro futuro.
El autor es exsecretario ejecutivo del INE.