Al legado de Porfirio Muñoz Ledo.
El presidente de la República reitera —llamé la atención la semana pasada al respecto— que el próximo 6 de septiembre entregará la estafeta política y se dedicará de lleno a la administración pública. Independientemente de que le creamos: ¿qué no se contrató por seis años para que esa fuera su prioridad?
Buena parte de los treinta millones de votantes a su favor confiaron en que encabezaría una administración honesta y eficiente con la que se iniciaría un ciclo de la economía nacional que revertiría la desigualdad y sentaría las bases del inicio de un periodo de prosperidad, de justicia sin distingos y de respeto a los derechos humanos.
Pero queda claro que durante cinco años ha invertido los términos y en aras de la continuidad de su proyecto ha descuidado la administración pública. Los datos de salud, educación, distribución del ingreso y seguridad están para evidenciarlo.
Dudo que el presidente cumpla con su palabra, su vocación es el activismo, el movimiento, no el ejercicio de la administración para el que fue electo y cerrará el sexenio haciendo lo que sabe.
Hay quien sigue pensando que la historia y sus tendencias están por encima de los individuos y si bien Engels tenía razón al afirmar que el resultante histórico es el que nadie quería, ya que es el producto de la conjunción de muchas voluntades y circunstancias, también es cierto que las personas pueden hacer la diferencia.
Lo que hoy vivimos en México es una clara muestra de lo anterior, y aunque aún es pronto para evaluar y sacar conclusiones, al parecer estamos ante un punto de inflexión en la escena política. Por una parte, un presidente obcecado en su trascendencia y por el otro, la emergencia de una candidatura fresca que lejos de las burocracias partidistas entusiasma y aglutina.
Las contiendas electorales dan sorpresas y hemos sido testigos en varios países de la emergencia de personajes sin largas trayectorias públicas o partidistas que han accedido a posiciones relevantes de gobierno, con claroscuros en los resultados, pero que han refrescado o enturbiado la arena.
Hasta hace pocos días parecía que la contienda presidencial del próximo año estaba definida, hoy estamos ante una de las principales características de la democracia: la incertidumbre.
Lo anterior es una buena noticia, si eso trae consigo la competencia, el debate, la exposición de programas de gobierno que puedan ser valorados por los electores. También es cierto que pueden salir a relucir las peores pulsiones antidemocráticas y que seamos testigos del juego de denostaciones, de desinformación y buena parte del electorado se aleje hastiado del espectáculo, dejando la decisión en manos de las clientelas partidistas.
Lo más probable, si bien nos va, es que lo que viene será una conjunción entre esfuerzos de racionalidad programática y el juego con las más elementales emociones primarias, aquellas más cercanas a actos de fe, frente a las que no caben los argumentos. La política moderna es en buena medida eso y lamentablemente ha predominado la lógica más elemental del amigo-enemigo.
El problema es si las oposiciones sabrán estar a la altura y leer la oportunidad que se les presenta. Divididas irán, seguramente, a una nueva derrota. Son muchos los motivos para zanjar diferencias pero también mucha la desconfianza que hace frágil su coalición, para no hablar de los escollos y pretextos que les sembrarán desde la cabeza de la 4T.
Pronto sabremos qué predominará, esperemos que sepan poner sus divergencias a un lado y que no prive la visión partidista, el país lo requiere.
La responsabilidad es mucha y una candidatura por más fuerte y popular que sea no resuelve por sí sola el problema y menos en el actual contexto en el que el presidente sigue contando con altos índices de aceptación.
Una candidatura que aglutine a las oposiciones si bien será un activo de primer orden, va a requerir cerrar filas ya que será blanco de todo el peso del Estado.
POSDATA: Un gran pendiente sigue estando presente: las reglas, su aplicación y respeto. Aún no sabemos en qué momento del proceso electoral nos encontramos. La norma indica que aún no inicia, la realidad lo desmiente. No se trata de una cuestión menor, ya que de no atenderse a la brevedad, el respeto a las disposiciones venideras puede estar en entredicho.
EPITAFIO: Mientras uno deja un legado democrático, quien se aprovechó del mismo construye uno en dirección opuesta.
El autor es exsecretario ejecutivo del Instituto Nacional Electoral (INE).