Finalmente, llegó el 2024 y con él la recta final del proceso electoral que conducirá a la renovación de la presidencia de la República y de 20 mil 374 cargos públicos más. Habrá para quien eso tenga poca relevancia, dirá que es más de lo mismo y pensará: mientras a mí me vaya bien, que ruede el mundo.
El término de un ciclo anual, por lo general, lleva a hacer balances y el inicio de otro a definir metas y buenas intenciones. Normalmente, se trata de ejercicios individuales en los que poco o nada se reflexiona sobre lo que nos es común, y escasea la convocatoria a que lo hagamos con otros. Parecería que lo natural en un año electoral fuera que prevaleciera esto último, pero me temo que puede ser mi iluso propósito de año nuevo.
El cortoplacismo y el pragmatismo parecen recorrer el mundo. Para amplios sectores de la población, la distribución a tiempo de los beneficios de los programas sociales es suficiente para sobrevivir. En el otro extremo, los indicadores económicos señalan que importantes grupos empresariales (de viejo cuño y de reciente aparición), han tenido utilidades por encima de lo esperado a lo largo de este sexenio.
De manera tal que, para unos y para otros, mientras las cosas sigan así, vale la pena correr ciertos riesgos pensando que los beneficios que hoy tienen perdurarán en el mediano y largo plazos. El tema es hasta dónde son sustentables las condiciones que han hecho posible lo anterior y hasta dónde otras variables pueden sobreponerse a este statu quo.
Por lo que hace a los programas sociales, su continuidad, con la actual cobertura y cuantía, requerirá a más tardar en 2026 de una reforma fiscal importante que grave utilidades e ingresos, si no se quiere tocar el consumo. Con lo que la tensión con la clase media y sectores empresariales crecerá en el corto plazo, o bien ésta se cargará a los sectores populares si se reduce el alcance de los programas sociales.
De la misma manera, si se afecta el margen de utilidades, esto puede redundar en que disminuya el atractivo de inversión, a pesar del nearshoring, que, por otro lado, será tema de campaña en las elecciones norteamericanas previstas para noviembre de este año. Al menos Trump ya hizo su anuncio al respecto, dejando ver con claridad que, desde su punto de vista, hay que revisar el tratado con Canadá y México, ya que según él resulta desfavorable para los EU.
Por otra parte, un impulsor muy relevante del crecimiento económico ha sido la inversión pública concentrada de manera importante en las megaobras insignia del actual gobierno, sin embargo, continuar con ese ritmo y propósito requerirá de recursos fiscales, ya que el retorno de la inversión de lo que se ha hecho está muy lejos del horizonte.
Al panorama anterior, se suma el contexto de inseguridad, salud y educación en el que vivimos. Tres condiciones indispensables para pensar el futuro de cualquier sociedad.
La inseguridad nos alcanzó y prácticamente no hay región del país en la que no restrinjamos la movilidad para evitar vernos expuestos a un incidente que ponga en riesgo nuestra integridad. Además, eso también afecta a las condiciones para el desarrollo económico, por lo que el costo de no atender tan elemental variable pronto impactará en las posibilidades de crecimiento.
La salud es condición estructural para proyectar la sustentabilidad de cualquier sociedad y el déficit en esta materia está a la vista. Bajo la consideración de la corrupción en el sector, se desmontó un sistema que había logrado una cobertura nacional y que seguramente tenía áreas de mejora y requería de controles, pero que operaba. En su lugar, aún no sabemos qué nos depara el destino, pero no pinta bien.
Y si en algo podemos visualizar el futuro de cualquier sociedad, es en la calidad y alcance de sus servicios educativos. Al respecto, en nuestro país, el panorama es por demás preocupante, ya que conduce a profundizar las diferencias. Con un sistema público deteriorado que lejos está de contar con una estrategia, al menos de mediano plazo, para proporcionar a la población en general de las herramientas básicas necesarias para sobrevivir en un mundo cada día más competitivo.
A cambio de eso, los nuevos planes de estudio han centrado la problemática en lo ideológico. El futuro cercano nos cobrará el déficit y aquí veremos una sociedad más polarizada en su potencial de desarrollo y en su alcance social.
Finalmente, me dirán que sí hay quienes están pensando en la reflexión más allá de ellos mismos y esos son quienes están involucrados en las campañas electorales. No dudo que muchos tengan ese propósito, aunque muchos otros, lamentablemente, están pensando en su propio beneficio a corto plazo. Ojalá los primeros no solo sean mayoría, sino que además pesen más.
En este breve recuento de principio de año no puedo dejar de mencionar algo por demás preocupante, pero que apunta a la fragilidad y viabilidad de nuestro país, la centralidad del Ejército en la estrategia del actual gobierno. Si de eso dependemos, tenemos un grave problema.
Solo deseo para todas y todos un venturoso 2024 y que el cortoplacismo no nos ciegue, ya que después de este vendrán muchos años más.
POSDATA: Ojear los diarios los últimos días del 2023 y los que van de este 2024 ha sido un desalentador recorrido en el que uno ya no distingue entre los medios especializados en la ‘nota roja’ y los de amplia cobertura, unos y otros están marcados por la información sobre la violencia y la transgresión a los más elementales derechos. Al menos esperemos, con un toque de optimismo, que este lacerante hecho sea motivo de la deliberación política en busca del voto ciudadano y pronto tengamos diagnósticos serios y propuestas de solución que nos permitan recuperar la calle, el libre tránsito. ¿Será mucho pedir?
El autor es exsecretario ejecutivo del Instituto Nacional Electoral (INE).