La sola imagen del señor Elon Musk con una amplia sonrisa blandiendo una motosierra que acababa de recibir del también sonriente presidente Milei pinta la época que vivimos. El hombre de la vanguardia tecnológica que, entre otras cosas, lo ha llevado a ser el más acaudalado del mundo y el presidente de un país celebrando la cercenación de miles, ¿millones?, de puestos de trabajo. No puedo más que recordar una escena de “Caracortada”, aquella icónica película (Al Pacino, Brian De Palma y guion de Oliver Stone, 1983) que en su momento fue catalogada de brutal, juego de niños frente a lo que hoy presenciamos.
En paralelo, la Casa Blanca publica una foto del presidente coronado y abajo la frase “Larga vida al rey”. Lo que pudiera ser una broma desnuda una pretensión, una concepción del poder, aquel concentrado en una persona y capaz de otorgar o quitar títulos de dictadores a diestra y siniestra, hacer de víctimas victimarios y dudar de aliados tradicionales, todo aparentemente bajo una ecuación de costo-beneficio.
Cuando los avances tecnológicos pudieran ser puntales para el desarrollo de una sociedad más justa y viviendo en condiciones humanas en las que las necesidades básicas —alimentación, salud, educación, seguridad— estuvieran resueltas dadas las potencialidades de comunicación, producción, seguridad, bienestar y conocimiento que podrían traer consigo, vivimos una época de fanatismo, polarización, ignorancia y una desigualdad social que agravia.
La tan traída frase de Plauto, retomada por Hobbes: “El hombre es el lobo del hombre”, parece estar encarnada en los actuales “liderazgos” que imponen condiciones en el mundo.
Musk, que trabaja para poblar Marte y con ese propósito ha impulsado cambios tecnológicos a pasos agigantados y ahora anuncia una nueva generación de Inteligencia Artificial, no se detiene en su emporio. En su papel de “asesor” de Donald Trump, tiene la encomienda de aplicar fórmulas empresariales para “eficientar” el gobierno norteamericano. Más allá del éxito que esa pretensión pudiera tener, uno se pregunta: ¿cuál es el límite entre sus intereses particulares y el bien común? Y la misma pregunta aplica para otros encumbrados asesores del actual gobierno norteamericano.
La misma pregunta también debe hacérsele al mandatario del vecino país, quien, en su afán de hacer “América grande otra vez” y recolocarla en el centro de la política global como fiel de la balanza, está destruyendo los organismos multilaterales y las instituciones democráticas para obligar a negociaciones bilaterales en las que se impone la ley del más fuerte.
Lo anterior es el contexto en el que se juega nuestro futuro inmediato. El pasado 4 de febrero, Trump anunció la suspensión por un mes de la aplicación de aranceles a productos importados de México, al margen de lo estipulado en el tratado comercial firmado hace 30 años y renovado en su primer periodo gubernamental. A cambio de ello, puso como condición que el gobierno mexicano dé muestras fehacientes de combatir al crimen organizado y de frenar la migración, a la que define como invasión que contamina a la sociedad estadounidense.
El gobierno mexicano reaccionó con “cabeza fría” (sic) y dejó ver que el plazo era suficiente para sentar a interlocutores de ambos lados de la frontera y que los dichos eran parte del estilo de negociación usual en el mandatario norteamericano. Sin embargo, en este caso el señor Trump fue más allá y afirmó, y después ratificó lo dicho, que el gobierno mexicano tiene lazos con el crimen organizado, algo que va más allá del clásico blofeador que juega rudo en una partida de póker.
A ocho días de que se cumpla el plazo del mes, es válido preguntarse si quien impuso las condiciones se dará por satisfecho con los anuncios de detención de algunos operadores de los cárteles, con la destrucción de 20 laboratorios de producción de drogas (contradiciendo en los hechos lo afirmado por López Obrador de que en nuestro país no existían tales) y el despliegue de 10 mil efectivos de la Guardia Nacional para contener el flujo migratorio.
Ya que si no es así, el que impuso las condiciones puede subir la apuesta a cambio de un nuevo plazo, a pesar de que las negociaciones en materia comercial, al parecer, ya se abrieron, y exigir que funcionarios o exfuncionarios federales o locales vinculados al crimen organizado sean entregados (la carta de El Mayo Zambada solicitando repatriación a cambio de evitar “el colapso” puede ser más que un recurso legal).
El dilema para la Dra. Sheinbaum, en el caso de que la hipótesis previa sea correcta, es que tomar decisiones para satisfacer una demanda como esa implicaría afectar a sus correligionarios y con ello su gobernabilidad, además de poner al desnudo que el mandatario norteamericano tenía razón y lo que sospechábamos muchos mexicanos no era una mera suposición.
En este caso, ya no se podrá recurrir al expediente de los gobiernos “neoliberales” como lo hizo su antecesor; esos, al igual que el caso de Genaro García Luna, quedaron muy lejos. Se puede tratar de funcionarios vinculados directamente con la 4T y embebidos de la pregonada honestidad.
Sería un golpe directo a la coalición gobernante que ya recientemente en sus filas deja ver muestras de deslindes de los gobiernos recién electos frente a sus antecesores (para muestra, los casos de Nahle vs Yunes y de Jara vs Murat) o bien de que no todo cabe en las filas del movimiento. Hay enemistades que van más allá del pragmatismo de un voto necesario.
Mientras tanto, el señor Trump ya logró algo: sentar a México y Canadá por separado en mesas bilaterales, que no trilaterales.
POSDATA: La elección del Poder Judicial rompe las reglas básicas de la democracia: el voto de la ciudadanía no vale lo mismo; habrá votos de primera y votos de segunda.