El tipo de cambio nos tiene embriagados como una señal de éxito económico. La apreciación del peso frente al dólar es lo que el presidente presume como resultado de una política económica bien encarrilada. Y hay que darle crédito: efectivamente, no se convirtió en un populista económico que derrocha recursos más allá de las posibilidades de financiamiento que ofrece la Hacienda Pública. Nos hemos endeudado más allá de lo que las personas comunes podemos intuir y de lo que el propio gobierno acepta, pero no ha habido desenfreno... ni tampoco mucho espacio fiscal para ello. Y el presidente lo asume.
Lo que sí hemos tenido es un desgobierno total en el gasto público. Porque para que el presidente ponga dinero en sus proyectos ha tenido que recortar por todos lados; tanto, que está comprometiendo el futuro del país. Si el orden de prioridades del presidente se sostuviera un sexenio más, quizá cruzaríamos el puente para llegar a la orilla del atraso de manera definitiva.
La semana pasada escribía en este espacio sobre los recortes de gasto en la atención de personas con enfermedades catastróficas. Sobre los movimientos inusuales que se presentan en el Fonsabi y la presunción de que se está simulando gasto en salud, cuando quizá esos recursos se están destinando a la movilización política o alguno de los proyectos del presidente (que no tendrán rentabilidad). El quizás o la presunción que uso es porque esos movimientos con el dinero hacen muy difícil su trazabilidad. Pero hay otros sectores y programas de gasto que han sido de plano eliminados, a pesar de que tenían impacto comprobado en poblaciones relevantes. Pienso en las Escuelas de Tiempo Completo, por ejemplo, o en todo el andamiaje que se construyó para evaluar logros educativos, que también fue eliminado. Un sinfín de programas que hacían una diferencia en la población beneficiada.
Y regreso a lo del tipo de cambio para decir que es la tapadera de algo más profundo. Nos hace pensar que vamos bien, cuando los asuntos centrales para el desarrollo de las personas y del país están por los suelos. Estamos obsesionados con un indicador que no es cabal en presentar el estado de salud de nuestra nación.
En estos días se publicó en la revista The Economist un artículo sin argumentos particularmente novedosos, pero tremendamente vigentes, sobre el origen del atraso en el ingreso por persona de los países de América Latina. La última frase del artículo es bien dura porque pregunta cómo llamaremos a los siguientes años perdidos en nuestra región. Tuvimos la Década Perdida de la crisis financiera de los ochenta; después el periodo en que estuvimos atorados en la trampa del ingreso medio (y de la cual no hemos salido); luego años de vicisitudes diversas y otra vez, atrapados en los círculos de la baja productividad.
Llego así al tema que me interesa desarrollar: el de la productividad. Lo que quisiera hacer es convencerlos de cambiar el parámetro de la medición de nuestro avance. Que nos fijemos un poquito menos en el precio de nuestra moneda y que instituyamos una medición periódica de productividad o de sus proxies (el observatorio económico México, ¿cómo vamos? ya lo hace, por cierto).
La productividad es difícil de medir. Todavía hay una discusión académica sobre cómo hacerlo de la mejor manera, pero no hay duda de que es una medición contundente de nuestro avance. No es accidente que en este gobierno hayan desaparecido algunos conceptos en la narrativa oficial. La productividad es uno de ellos. No creo que haya una mañanera en la que se hable del término. Porque productividad se asocia con mercados y lo fifí, pero es la medida central para elevar nuestro bienestar. El artículo de The Economist es muy convincente al respecto. Nuestro ingreso se rezaga porque no somos productivos. En América Latina el incremento en productividad es pírrico, 0.2 por ciento al año. En los países del este de Asia es de 2.0 por ciento. En el artículo que comento son estos países con los que se nos compara, porque en los años sesenta nosotros estábamos muy por arriba de ellos en términos de ingreso per cápita. Los países del este asiático ahora nos superan en un orden de 40 por ciento. Cuántas cosas hemos hecho mal...
La medición de productividad alude a lo micro. Sintetiza la condición de una economía acorde con algunos factores, siendo los más importantes la inversión, la educación o las capacidades de la población, porque los dos primeros factores combinados permiten que una economía genere más valor. En un entorno de generación de valor todos ganan bajo ciertas condiciones. Competencia en el mercado y menos barreras para la entrada a nuevos jugadores, inversión estratégica, pero también reglas que permitan que la generación de valor y riqueza se distribuyan de una manera justa. No quiero entrar aquí en definir lo que es justo, pero es muy importante introducir este término en la discusión, hablar de ello.
Como sociedad tenemos que ponernos de acuerdo en a qué aspiramos y cómo medirlo. Me gustaría tener una propuesta de indicador que midiera lo que productividad hace, pero que le dijera más a los mexicanos, que tuviera más punch. Que le hablara sobre sus propias capacidades, sobre sus logros, sobre lo que es posible. Porque cada uno de nosotros, todos los días, generamos valor que se incrementaría si tuviéramos más instrucción y más capacidades y el entorno propicio para despuntar.
Por eso necesitamos mediciones que nos alienten y también nos permitan exigir. Porque el logro es una combinación de lo que ofrecemos y también del entorno. Cuando ambas dimensiones se encuentran en el mejor punto, todos estamos mejor.
La autora es directora de México Evalúa.