En su columna del pasado domingo en el periódico Reforma, Eduardo Caccia plantea un tema fascinante: cómo es que las personas aprendemos o desaprendemos a hacer algunas cosas. Titula a su columna ‘La bicicleta chueca’ porque con ello ilustra cómo una modificación al artefacto hace que su usuario no pueda pedalearla. Tuvo que ocurrir un proceso de desaprendizaje-aprendizaje para poder fluir. Esto que ocurre a nivel individual se traslada al plano de lo colectivo. Las sociedades aprendemos a hacer las cosas de algunas maneras y es difícil interrumpir las tradiciones, así de la nada.
Yo le agradezco la reflexión a Caccia y a su manera de plantear un tema muy profundo y relevante para nosotros. Porque los mexicanos estamos aprendiendo (o hemos aprendido) prácticas, maneras de ver las cosas y a tolerar circunstancias que nos están haciendo mucho daño. Como con el ejemplo de la bicicleta, tenemos que desaprender para volver a aprender. La pregunta es cómo le hacemos.
Me preocupan temas vitales: la violencia, por ejemplo. Porque esta se diversifica en expresiones y se extiende como epidemia. Vivimos eso, una epidemia de violencia. Las epidemias de naturaleza sanitaria suelen resolverse con intervenciones puntuales que implican ciencia, conciencia y prácticas de cuidado. No es tan obvia la manera en que se resuelve una epidemia de violencia cuando se normaliza. Estamos aprendiendo a vivir con ella. Por eso cuando se llega a niveles de violencia muy altos, estos se sostienen en su propio equilibrio.
Para aprender y desaprender, supongo que necesitamos de premios y castigos. Como nos educaron cuando éramos niños. A escala nacional es el Leviatán quien establece reglas y se encarga de sancionar su incumplimiento (para eso está hecho). Cuando el Leviatán pierde credibilidad en cuanto a su capacidad de imponer sanciones, su poder se desmorona. Eso le ha sucedido al Estado mexicano. Todos los días se prueban sus límites y todos los días esos límites se violan porque eran imaginarios. El Estado mexicano ha perdido la capacidad de contener. Los brazos con los que ejerce su autoridad están atrofiados. Tanto, que ni el despliegue de las Fuerzas Armadas, su último recurso en cuanto al uso de la violencia legítima, disuade. Eso explica que un señor se exalte porque le pidan que se forme en la fila y golpea al muchacho que le hace la petición hasta dejarlo en el suelo. O se agreda sexualmente a mujeres y se les abandone muertas en terrenos baldíos o en un tinaco. Vivimos una epidemia de violencia porque no hay garrote, no hay Leviatán.
Sería deseable poder prescindir del castigo, para coexistir. Existen sociedades cuyo grado de autorregulación hacen casi prescindible al Estado en esta vertiente. Han avanzado en tanto en su proceso civilizatorio, que se respeta el derecho de otros sin la necesidad de intervenir con la fuerza o la sanción.
Pensar en que estamos sujetos a un sistema de castigos para aprender o reaprender no habla bien de la naturaleza humana, pero es necesario asumirlo como una realidad. No la única, ni la totalizadora. Porque así como de chicos nos daban premios o castigos, también se nos decía que aprendiéramos del ejemplo. Pienso que este planteamiento es muy potente. Existen experimentos en aves y otros animales que indican que cuando un número importante de ellos cambian sus patrones de comportamiento, el resto lo hace. Se necesita una masa crítica para provocar el cambio.
En la psicología social hay una vertiente que sostiene que el comportamiento de los líderes es vital para provocar ciertas conductas en los grupos sobre los que se tiene influencia. Si los líderes son bribones, este ejemplo baja como el agua de una cascada. Lo mismo que si promueven el cumplimiento a la ley. Lo logran cuando predican con el ejemplo.
Por eso es tan importante cultivar nuevos liderazgos que no surjan de las canteras y de los ámbitos tradicionales porque en ello se reitera lo aprendido, no se postulan nuevos planteamientos. También es necesario que los liderazgos surjan en espacios distintos, no sólo del ámbito viciado de la política.
¿Cómo desaprender de lo viejo y aprender cosas nuevas? Bien difícil para nosotros. Porque no tenemos un sistema de sanciones creíble, el Estado mexicano cada vez más débil, pero tampoco abrevamos del ejemplo de nuestros liderazgos. Estamos bien atorados.
Es bien claro que tenemos que trabajar en las dos vertientes. Reconstruir al Estado mexicano que implica fortalecer las capacidades de sus instituciones, pero también tenemos que elevar la calidad de nuestros liderazgos. Los potenciales nuevos liderazgos permanecen invisibles porque la estructura política los mantiene bajo el agua. Estoy segura que si se abren los resquicios para que surjan, estos aparecerán. El proceso de elección de un candidato de la coalición opositora era una oportunidad para que esto sucediera. Paso a medias, siempre privilegiando a los de siempre.
Vamos a aprender cosas nuevas y a olvidar nuestras viejas costumbres cuando estas cosas sucedan. Pienso que nos movemos en esa dirección a paso lento. Ojalá que pronto lleguemos a la meta.
Twitter: @EdnaJaime