Después de la violencia, a la que tristemente nos hemos acostumbrado, no hubo algo más presente en el 2023 que la elección de 2024. Lo que está por definirse en esta justa, es si el partido en el gobierno se sostiene o si tenemos de nuevo una alternancia. Los resortes de la democracia electoral prueban su efectividad cada que un partido entrega el poder a otro, o en el mismo partido, cuando correligionarios se la transfieren, porque así los decidieron los ciudadanos al momento de expresarse con su voto. Es casi poético cuando la banda presidencial se traspasa de manos de manera pacífica. Detrás del acto, sin embargo, existen leyes, procesos, entidades electorales, y un sinfín de elementos que hacen posible que eso suceda. Sobre todo, hay la disposición de los jugadores a atenerse a las reglas. Porque en democracia no hay perdedores absolutos ni ganadores para siempre.
En 2023, hablamos mucho de elecciones. Porque se buscaron reformas al orden electoral que parecían subvertir el modelo forjado en los últimos años en el que un organismo autónomo tiene el control del padrón y la capacidad operativa suficiente para garantizar la realización de elecciones de manera regular con bastante eficacia. La autonomía se puso en tensión con recortes sucesivos al presupuesto del órgano electoral, después con propuestas de reforma, tanto constitucionales como legales, que buscaban regresar al gobierno algunas funciones que ahora detenta el órgano autónomo, lo más importante el control del padrón electoral. También se pusieron en la mesa reformas para adelgazar la estructura operativa del INE, algunas funciones de sus órganos ejecutivos y otras tantas propuestas que, al no discutirse con profundidad en el órgano legislativo, parecían no tener otra racionalidad que la de desmantelar el modelo electoral vigente para implantar uno más parecido al que tuvimos en la época de hegemonía del PRI.
Las reformas propuestas no prosperaron. Las constitucionales no superaron el umbral de la mayoría calificada y las reformas a las leyes transcurrieron en procesos irregulares en las cámaras legislativas y por ese motivo fueron invalidadas por la Corte.
En 2023, el modelo electoral sobrevivió distintos embates. Detener estas reformas, sin embargo, no impidió que se presentaran procesos anticipados de campaña, actos fuera del marco de la ley, irregularidades que no fueron frenadas con oportunidad y contundencia por los órganos electorales. La elección del 2024 tendrá como antecedente todo este recorrido de fraude a la ley. También el relevo de varios consejeros del INE, y a la fecha la incapacidad de su nueva composición para nombrar al secretario ejecutivo, que es pieza toral en el funcionamiento de la institución. Y la inestabilidad en el Tribunal Electoral, que parecía haber encontrado un equilibrio que a la postre fue inestable.
En el 2023 hablamos mucho de elecciones y llegaremos a ellas sin haber alterado la esencia del modelo vigente. Como se dice coloquialmente, la libramos. Y no porque esté modelo sea exquisito, sino porque la alternativa parecía regresiva.
La pregunta es qué vendrá en el 2024 y después en materia electoral. Esta es la pregunta del millón. Podemos discutir sobre los grandes temas que como nación nos aquejan, pero la esencia es bajo qué modelo vamos a enfrentarlos. En un régimen democrático que tiene que construir todavía instituciones de gobierno funcionales y encontrar la manera de avanzar en la pluralidad o en un régimen que abreva del pasado, de tintes autoritarios en la que se privilegia la concentración del poder y se promete eficacia precisamente por su verticalidad. El viraje está a la vista.
Lo veo cerca porque no encuentro entre los mexicanos afecto por la democracia. Ese impulso por empujarla de a quienes nos tocó una probada (o más que eso) de lo viejo y no nos gustó por arbitrario, a pesar de ser una dictablanda que por algunos años dio buenos resultados. Y lo digo: tampoco es justo pedir fe cuando lo que debería de haber son respuestas a los problemas cotidianos. No es que nos falten demócratas. Nos falta una democracia que de resultados.
El gran tema para el 2024 es ese: conservamos o no la democracia. Ese es el lente con el que debemos escudriñar a las candidatas, a su coalición, a sus propuestas. No será el tema para muchos que estarán pendientes de la continuidad de la transferencia que reciben, o de las promesas respecto al salario y al empleo. Es legítimo. A pesar de ello, creo que hay espacio para hablar de derechos, de los más fundamentales, también de control de poder, porque si en ello no hay garantía de su vigencia.
Y se vale también recordar lo que un gobierno autoritario provoca y lo inviable que es pretender una mirada de futuro cuando entregamos las llaves para el ejercicio sin control del poder.
Aquí les va mis queridos lectores mi deseo para el 2024: que el acto poético de la transmisión pacífica del poder se refrende.
Y que quien resulte ganadora tenga esa convicción. La del poder en manos del ciudadano para decidir en el momento de votar. Acto sublime, también, que define nuestro acontecer.