No me gusta nada releer lo que escribo. Hay a quienes les gusta tanto hacerlo que acostumbran autoreferenciarse: “como dije en mi texto del 2 mil y tantos”. O se leen a sí mismos en foros diversos. Los admiro. Se quieren y están seguros de su propia producción. Debo confesar que revisé lo que escribí al principio de este sexenio por curiosidad, también miré otros textos que por alguna razón guardé de analistas muy variados. La verdad es que en todos ellos se expresaba la preocupación por los destinos del país bajo el nuevo gobierno. Es cierto que uno no suele retarse mucho contraponiendo las ideas propias con las de otros distantes. Pero en un amplio grupo corría la curiosidad (preocupación) de ver actuante a un político presente en la vida nacional por lustros. Un personaje público que ganó su lugar en la política mexicana por los recorridos que dio al país, por las banderas con que se le asocia y, sobre todo, por su obstinación por el poder.
El presidente nunca disimuló. No obstante, en los textos que encontré hay el de un grupo que le otorgaba el beneficio de la duda. Sus argumentos hoy parecen un tanto cándidos, pero no inválidos, porque suponían que la nuestra era (es) una democracia que pondría en orden al presidente si sus cabritas se subían al monte. Otro grupo mostraba una preocupación profunda por el devenir económico del país y la supervivencia del modelo abierto al comercio internacional. Entre ellos, no faltaba quien anticipaba una devaluación en los primeros años de gobierno o una crisis fiscal a final del mismo. Ninguno de aquellos textos vislumbraban la intensidad de la embestida del presidente contra los fundamentos del régimen democrático. Subestimaron a López Obrador en su capacidad de tensar al máximo la relación con los órganos de control del poder que habíamos habilitado después de años de esfuerzos.
Hay algunos aspectos no considerados o débilmente capturados en aquellos primeros textos en los que se compartían las impresiones de los primeros meses de gobierno. Uno clarísimo es la militarización. No se veía venir. Antes de asumir la Presidencia, López Obrador dio un viraje importante en cuanto a la participación del Ejército en tareas de seguridad; no imaginamos que aquel viraje se convertiría en un cogobierno con las Fuerzas Armadas. Es peculiar que haya optado por esta vía, porque hace cortocircuito con el linaje de izquierda del que dice provenir, inclusive con su pasado priista. Algo se movió en su proyecto, en su ambición, quizá también en sus miedos. Eso que no vimos al inicio dejará una marca muy duradera en el país. Si AMLO concluye su mandato, dejando el saldo que ahora vemos, el de la militarización será uno de los más perniciosos.
Es evidente que me preocupa la presencia del Ejército en distintos ámbitos, particularmente el de la seguridad, por todos los argumentos que ya están muy dichos. Las Fuerzas Armadas no están hechas para tareas civiles porque su entrenamiento, su doctrina es otra. Porque no se adhieren a mecanismos de control y rendición de cuentas como debieran estarlo corporaciones civiles de seguridad. Porque estamos en riesgo si quienes portan un arma y tienen capacidad de fuego no están regulados, en fin, subrayo múltiples razones. Pero también me preocupa por todo lo que se dejó de hacer.
He de confesar que no pensaba que terminaríamos otro sexenio con crisis de seguridad. Aunque nunca hubo noticias de un buen proyecto en esta materia, no anticipaba que el crimen penetrara como lo ha hecho en territorios, en carreteras, en los negocios y que la violencia se sostuviera en niveles tan altos. Al cierre del año anterior se dieron eventos escalofriantes que pasaron de largo luego de algunos días, porque un suceso se encadena con otro y no podemos sostenernos emocionalmente prendidos de la tragedia. Mi preocupación es que usamos el último cartucho y la crisis persiste. En materia de seguridad estamos escalones atrás de cuando AMLO asumió.
Y esto es peligroso porque la tentación será la mano dura, prendernos de las Fuerzas Armadas como el último recurso porque debilitamos todos los demás.
El momento en el que estamos me angustia. Porque la vía de la militarización socavó la vía civil. Y estas brechas van a acabar condicionando las respuestas que el gobierno federal y otros tengan ante la inseguridad. Y la crisis va a reforzar el punitivismo penal y el círculo se retroalimentará tanto que correremos el riesgo de debilitar todavía más a nuestra democracia. Tanto que estemos dispuestos a ceder derechos por un poco de tranquilidad.
Mi amigo Luis Espino dice que las reformas presentadas el pasado 5 de febrero son la madre de todos los distractores. Digan si no. Veintitantas propuestas y nada para construir la paz.